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martes, 30 de diciembre de 2014

Palla-huarcuna (1430)

¿Adónde marcha el hijo del Sol con tan numeroso séquito?
Tupac-Yupanqui, el rico de todas las virtudes, como lo llaman los haravicus del Cuzco, va recorriendo en paseo triunfal su vasto imperio, y por dondequiera que pasa se elevan unánimes gritos de bendición. El pue­blo aplaude a su soberano, porque él le da prosperidad y dicha.
La victoria ha acompañado a su valiente ejército, y la indómita tribu de los pachis se encuentra sometida.
¡Guerrero del llautu rojo! Tu cuerpo se ha bañado en la sangre de los enemigos, y las gentes salen a tu paso para admirar tu bizarría.
¡Mujer! Abandona la rueca y conduce de la mano a tus pequeñuelos para que aprendan, en los soldados del Inca, a combatir por la patria.
El cóndor de alas gigantescas, herido traidoramente y sin fuerzas ya para cruzar el azul del cielo, ha caído sobre el pico más alto de los Andes, tiñendo la nieve con su sangre. El gran sacerdote, al verlo moribundo, ha dicho que se acerca la ruina del imperio de Manco, y que otras gentes vendrán, en piraguas de alto bordo, a imponerles su religión y sus leyes.
En vano alzáis vuestras plegarias y ofrecéis sacrifi­cios, ¡oh hijas del Sol!, porque el augurio se cumplirá.
¡Feliz tú, anciano, porque solo el polvo de tus hue­sos será pisoteado por el extranjero, y no verán tus ojos el día de la humillación para los tuyos! Pero entre tanto, ¡oh hija de Mama-Ocllo!, trae a tus hijos para que no olviden el arrojo de sus padres, cuando en la vida de la patria suene la hora de la conquista. Bellos son tus himnos, niña de labios de rosa; pero en tu acento hay la amargura de la cautiva.
Acaso en tus valles nativos dejaste el ídolo de tu corazón; y hoy, al preceder, cantando con tus herma­nas, las andas de oro que llevan sobre sus hombros los nobles curacas, tienes que ahogar las lágrimas y entonar alabanzas al conquistador. ¡No, tortolilla de los bosques!..., el amado de tu alma está cerca de ti, y es también uno de los prisioneros del Inca.

La noche empieza a caer sobre los montes, y la comitiva real se detiene en Izcuchaca. De repente la alarma cunde en el campamento.
La hermosa cautiva, la joven del collar de guairuros, la destinada para el serrallo del monarca, ha sido sor­prendida huyendo con su amado, quien muere defen­diéndola.
Tupac-Yupanqui ordena la muerte para la esclava infiel.
Y ella escucha alegre la sentencia, porque anhela reunirse con el dueño de su espíritu, y porque sabe que no es la tierra la patria del amor eterno.
Y desde entonces, ¡oh viajero!, si quieres conocer el sitio donde fue inmolada la cautiva, sitio al que los habitantes de Huancayo dan el nombre de Palla­huarcuna, fíjate en la cadena de cerros, y entre Izcu­chaca y Huaynan-puquio verás una roca que tiene las formas de una india con un collar en el cuello y el turbante de plumas sobre la cabeza. La roca parece artísticamente cincelada, y los naturales del país, en su sencilla superstición, la juzgan el genio maléfico de su comarca, creyendo que nadie puede atreverse a pasar de noche por Palla-huarcur, a sin ser devorada por el fantasma de piedra.

0.072.3 anonimo (peru) - 056

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