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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Zaida

En la Corte del Rey de Toledo coinciden Zaida, Prin­cesa mora, hija del Rey de Sevilla y Alfonso, después Rey de Castilla y León, perseguido ahora por su herma­no Sancho, que quiere adueñarse y reunir el reino de su padre Fernando I.
Ella es joven, morena, un tipo envidiable de belleza agarena.
El también es joven, apuesto, caballero, en la edad justa para un romance de amor. Y debió ser así por los hechos que siguieron.
Muerto Sancho traidoramente en los muros de Zamo­ra, Alfonso es proclamado Rey. Tiene que dejar Toledo y volver a Castilla.
Consigue legítimamente lo que su hermano quería por la fuerza.
Pero el trono de Castilla le obliga a proseguir la Re­conquista.
Muerto Almamut, Rey de Toledo, se considera desli­gado del agradecimiento que debía guardar a la Corte de Toledo, y se propone la conquista de aquél reino.
En aquellos momentos la España musulmana se en­cuentra dividida en una serie de reinos que seguían su propia política y sus propios intereses, sin tener en cuen­ta los comunes del Islam para España.
Alfonso se asegura la alianza de los Reyes de Badajoz y Sevilla.
El Rey de Badajoz había nacido en un pueblo de Ex­tremadura próximo a Monfragüe y a Serradilla, llamado MIGUEZA.
De él no quedan apenas ruinas y sí algunos nombres que nos lo recuerdan, como el de Casa Mengo, asentada en el mismo lugar de la desaparecida Migueza.
El Rey de Sevilla tenía a su hija Zaida como rehén del Rey de Toledo.
El pacto secreto entre los reinos musulmanes y el Rey de Castilla llegaba hasta el extremo de haber pactado el casamiento entre Zaida y Alfonso después que fuera conquistada Toledo.
Alfonso, ya Alfonso VI, se dirige a Toledo con un po­tente ejército, y con facilidad toma los primeros baluar­tes de la ciudad. Señal inequívoca de que pronto podrá adueñarse de la misma ciudad.
Es fácil en estas circunstancias buscar un culpable del peligro que se cierne sobre el reino moro de Toledo.
Estalla el odio popular contra Zaida.
Se hacen públicas sus relaciones secretas de amor con el Rey castellano. Una noche la multitud enrarecida asalta furiosa el Alcázar, donde vive Zaida.
La Princesa no pierde su serenidad.
Conoce el lago subterráneo que une el Alcázar con el río Tajo.
La Princesa huye por el pasadizo secreto.
Monta en una barca que utiliza el Rey para sus paseos por el río.
Es una barca manejable y muy fácil de utilizar. Zaida estaba habituada a ella en sus horas de esparcimiento.
La acompaña un esclavo, único servidor que la sigue.
Ordena a su criado que vaya al campo cristiano y diga a Alfonso cuanto la ocurre.
El Rey encomienda el mando del ejército mejor de sus generales y disfrazado de humilde pescador se esca­pa río abajo, también en otra barca.
Rema brioso un día y otro por el caudaloso río. Todos los resultados son infructuosos. El desaliento llega a tal punto que quiere abandonar la búsqueda. Pero el amor puede más que las fuerzas. Las dificultades del río van en aumento.
Entre tanto, Zaida también ha seguido el curso de las aguas. Muchas veces es la corriente del río la que man­da. Sobre todo cuando llega a las proximidades de Mon­fragüe. Allí es donde se siente alentada e intenta aori­llarse en las márgenes derechas del río. Allí está Migue­za, donde cree encontrar gente amiga.
Pero la corriente puede más que aquella extenuada mujer y la arrastra hasta la misma angostura de la PORTI­LLA. El sitio es ahora un remanso donde fácilmente la barca queda aparcada. Pero el lugar es agreste y cuando salta a tierra se encuentra bloqueada por las cortaduras del lugar que semejan verdaderos cuchillos. Aunque es­tá en tierra está prisionera, sola, entre las escarbadas rocas.
Arriba vuelan el águila real, el buitre leonado, el ali­moche africano. Zaida los conoce. Son sus amigos. Aquellos animales majestuosos velaron su sueño en el nacimiento. Ahora podrían velar su sepultura. Zaida cae desfallecida y queda inerte sobre la pedrera.
Alfonso baja buscando y sigue buscando.
Nadie le ha visto. También está ahora cercano al mis­mo lugar donde Zaida encontró su peor peligro. Impa­ciente va a retroceder cuando la corriente que actúa de providencia y a fuerza de remos, muy a duras penas, lle­ga, pasa la Portilla y llega a la reoga del hoy Arroyo de la Vid.
Allí encontró a un pescador cristiano, al que preguntó si había visto a una mujer que podría haber pasado por el lugar dentro de una pequeña barca.
"Ayer desde este sitio la vi chocar contra las peñas, cuando yo estaba al otro lado del portillo. Crucé el río y a duras penas logré salvar a aquella desgraciada que sin mi auxilio hubiera perecido. Hoy está segura en mi ca­baña".
Corrieron el pescador y el Rey, y con indescriptible sorpresa encontró éste la joya humana que venía bus­cando. Juntos celebraron el encuentro.
En seguida se trasladaron al próximo Migueza, don­de encuentran gente amiga que les proporciona caballe­rías para llegar hasta los campamentos cristianos que asedian Toledo.
Conquistada Toledo, el monarca se propone las con­quistas de las tierras extremeñas. Y dentro de ellas el fuerte de Monfragüe.
Desde aquella altura maravillosa, el Rey enseña a sus generales el lugar donde naufragó la barca de Zaida y la cabaña donde la encontró.
Los encargados de poner los nombres a los lugares conquistados llamaron al lugar donde encontraron la barca el LANCE DE LA MORA. Y al arroyo, para agradar al monarca, le reservaron su frase:
"EL ARROYO DO LA VI".
Es el nombre que aún conserva, aunque los lugare­ños, desconocedores del hecho histórico, lo han asocia­do al Arroyo de la Vid, nombre que parece decirles más a ellos.
Zaida se convirtió al cristianismo, se casó con Alfonso y vivieron felices y contentos en la corte de Castilla.

FUENTES:
-"El Cronista", Revista quincenal de Serradilla.
- Versión recopilada por los niños del Colegio Nacional de Torre­jón el Rubio.
-Gervasio Velo y Nieto, "Castillos de Extremadura".

Fuente: Jose Sendin Blazquez

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