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miércoles, 6 de noviembre de 2013

María la viuda "y escondía en su casa al matador de su hijo"

El folklore y las tradiciones de Alcuéscar son de lo más interesante de Extremadura.
Alcuéscar es el pueblo con que Cáceres se despide pa­ra entregar la antorcha de lo extremeño a Badajoz.
Las montañas, escasas en altura, que se levantan en la región, antaño estaban pobladas de sufridas encinas, dando al paisaje una sensación de tristeza y resignación. Entre ellas, de vez en cuando, levantaban la cabeza to­rres y castillos, vigilancia y defensa que fueron contra la morisma. Luego dieron origen a pueblos con nombres tan interesantes como Torremocha, Torrequemada o Torre de Santa María.
Una de esas pequeñas sierras fue famosa, porque en ella pasó su vida un misterioso personaje. Era un lugar abrupto, escondido, terrible mansión para un ser hu­mano.
Vestía con andrajos y pieles mal trabadas y apenas curtidas. Una espesa y prolongada barba, muy mal cui­dada, caía a tropezones sobre el pecho. Grande en la ca­ra, con los ojos hundidos, su aspecto recordaba la emo­ción de los seres que lo deben todo a la fuerza de un gran espíritu.
Por las tardes, al ponerse el sol, el solitario se discipli­naba sin piedad. Cuando las zorras guarrean y los lobos aúllan, los lamentos del penitente estremecían los reco­vecos de la cueva donde pasaba su miserable vida.
Si algún campesino cruzaba cercano y escuchaba aquellos suspiros, tenía que aligerar el paso y encerrarse acobardado en casa. Todos pensaban que eran almas en pena que vagaban penitentes pidiendo misericordia.
En el pueblo decían que aquello era otro monte de ánimas. Los vecinos de Alcuéscar, a esas horas del ano­checer, no osaban abrir sus puertas, porque temían que se les presentase alguno de sus seres queridos.
El solitario pasaba la vida entre penitencias y oracio­nes. Su fama de santo le bastaba para recibir como li­mosna todo lo necesario para alimentarse.
Las gentes sencillas de la comarca afirmaban que ha­blaba con Dios. Y podía ser cierto, porque sólo un Ser Supremo era capaz de aliviar aquella estremece-dora so­ledad.
En uno de aquellos confiados diálogos con Dios quiso conocer la suerte de su alma. Temía por su propia salva­ción y la inutilidad de sus penitencias.
Dios le dio a entender que su suerte era la misma que la de una mujer de la ciudad cercana, muy conocida, a la que todos llamaban María la Viuda.
El Santo, porque así lo pensaba todo el mundo, llegó a la ciudad, probablemente Cáceres, y se dirigió a casa de un clérigo insigne, quien debería conocer a las almas más privilegiadas, sobre todo a aquellas que juzgaba in­signes por sus virtudes, como la mujer de quien Dios le había hablado.
Al encontrarse con el clérigo, dijo:
-"Hermano, dime dónde vive María la Viuda . Quiero verla e imitar sus santas obras, para así ganar el Cielo".
El clérigo, que conocía la virtud del penitente, con­testó:
-"Hermano, debes estar equivocado. En el mundo no hay quien sea más santo que tú. La Viuda es una mu­jer que ha dado mucho que decir por sus deshonestida­des. No vayas a verla, que es un alma perdida".
-"Estoy atónito oyéndote. ¿Cómo es posible que sea cierto lo que me dices?"
Hecho un ovillo de incertidumbres contó cuanto le había sucedido en la visión.
Por ello, más preocupado aún, insistió en sus deseos: -"Dime dónde está la casa, porque quiero verla y ha­blarla".
El solitario fue a casa de la Viuda. Le rogó que le per­mitiese estar un día siquiera en su casa.
La petición le resultó grata a la mujer, porque ella también sabía del que llamaban "el Santo de la mon­taña".
Al entrar en la casa, María se echó a sus pies, y le dijo:
-"¡Cómo tanta honra para esta pobre pecadora! ¡Santo varón, mi casa es la del pecado! El Señor no quie­re que tengáis por posada esta casa. Hay en la ciudad pa­lacios, donde estaréis con más honor".
-"María -dijo el solitario, el Señor me ha dicho que venga a tu casa, y tú no querrás enojarlo". Y el religioso pasó dentro.
Pudo contemplar el lujo de aquella mansión, muebles que se podían decir artísticos: pinturas, retratos..., vinos, jamones, bodegas..., algo que no parecía casar con los caminos de santidad que él, inspirado, eligiera.
El anacoreta no salía de su asombro.
A él mismo le había asignado una aterciopelada habi­tación.
¿Cómo se podía descifrar aquél misterio?
¿Es que él sería también, al final, un hombre perdido? ¿Para qué tan feroces penitencias?
¿Dónde estaba la santidad de aquella mujer? Todas estas y otras muchas preguntas se hizo a sí mis­mo o a Dios. Pero lo que no le contestó Dios lo iba a con­testar aquella mujer, para él tan desconcer-tante.
Al día siguiente la Viuda dijo al solitario:
-"Santo varón, tengo que hablaros. Dios os ha envia­do para encontrar una persona con quien desahogar mi conciencia. Con vos no debo guardar mi secreto. No me denunciaréis a lajusticia. Venid conmigo, que voy a dar de comer a un pobre que padece persecución por lajus­ticia. Hace veinte años que lo escondo en mi casa. Este hombre es el matador de mi único hijo".
-"¡El matador de tu único hijo! ¿Y lo guardas en tu casa?"
-"Sí, santo varón. Los dos fueron amigos cuando jó­venes. Un día riñeron y mi hijo murió de una puñalada. El matador vino a mi casa perseguido por la Justicia. Iban también a matarlo. Yo me compadecí de su desgra­cia, ya que no podía remediar la mía. Estoy ofreciendo este sacrificio al Señor cada día, para que perdone mis muchos pecados".
El penitente apenas supo contestar unas palabras.
-"En verdad, mujer, que tu sacrificio es más que hu­mano. Todos los días renuevas tu dolor y tu perdón y lo envuelves en la caridad más heroica y exquisita. ¡Yo no hice nunca tanto como tú!"

* * *
Esta leyenda, algunos dicen cuento, fue muy común en diversos lugares de España.
Se comprende fácilmente el parentesco tan íntimo que guarda con el famoso drama de Tirso de Molina "El condenado por desconfiado".
Es importante recordar que el fraile dramaturgo vivió varios años en Trujillo, hacia 1626.
¿Es que allí conoció la leyenda extremeña?
Don Ramón Menéndez Pidal ha entendido esta simi­litud. Su prestigiosa autoridad potencia el valor de la na­rración extremeña.
En Alcuéscar, de labios de doña Petra Carvajal, el his­toriador don Rafael García Plata de Osma recogió la leyenda y se la envió como regalo al ilustre profesor.
Don Valeriano Gutiérrez Macías sitúa la historia en Trujillo, apoyándose en el testimonio del cronista truji­llano Esteban de Tapia.
El argumento es bastante similar.
Finalmente, Eduardo Marquina, sobre la base de esta historia, construye un potente drama lírico complican­do, por necesidad la acción, pero aceptando las tesis ex­tremeñas.
Es Marquina el mismo autor que prestigió desde la es­cena aquella otra dama extremeña "Doña María la Brava".
¡Qué dos extremeñas tan distintas!

FUENTES:
-"Mujeres extremeñas", por Valeriano Gutiérrez Macías. -"María la Viuda", por Eduardo Marquina.
-Estudios Literarios. Adición a las fuentes "El condenado por des­confiado".
-"Una desconocida heroina trujillana", por Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros. Plasencia, 1948.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

0.104.3 anonimo alcuésca -extremadura

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