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lunes, 4 de noviembre de 2013

Lumeya (ol-le-mweiya), el primer laibon

Lhoo apa nepuo ilmurran ilpali npuo onya inkiri. Ore apa ilmurrart lormaasai naa intim apa naa lakua irzasie intiri nelakuanikisü ingonyek oo ngariak...

A comienzos de la estación seca, un grupo de guerreros se reunió en el bosque para hablar de lo último que había acaecido en la sabana y para compartir su comida. Siempre, en estas importantes reuniones, montaban el campamento junto a algún curso de agua para saciar la sed.
Un día, paseaba un guerrero del clan Ilmolelian cuando se encontró con un muchacho que iba solo.
-¿Qué haces solo en el bosque? -le preguntó el guerrero.
-He venido a las tierras masai porque pretendo vivir con los más valientes de los hombres y porque espero conseguir que me adopte un hombre que desee tener un hijo -respondió el muchacho.
-No puedes quedarte solo en el bosque -contestó el guerrero. Sígueme hasta nuestro campamento.
El muchacho siguió al guerrero por el bosque y la sabana. Al llegar al campamento, éste contó a sus amigos, que estaban preparando la comida, en qué circunstancias había encontrado al muchacho. Uno de los guerreros le preguntó al joven:
-¿Es cierta esa historia? ¿Qué hacías tú solo en el bosque?
Y obtuvo idéntica respuesta.
Uno de los guerreros, perteneciente al clan Laiser, decidió tomarlo como hijo. Esa noche, al ponerse el sol, contó al chico la historia de su pueblo, de sus padres y de sus jefes. Al cabo de algunos días, el muchacho, deseoso de ser útil, expresó su deseo de ir a buscar agua para todo el campamento. Pero los guerreros le explicaron que la fuente estaba demasiado alejada y que el recipiente era muy pesado para un muchacho pues sólo entre dos guerreros, y de los más fuertes, podían acarrear la vasija del agua. Además, el día estaba acabando y no había posibilidad alguna de ir y regresar antes de que cayese la noche.
Pero el niño insistió y los guerreros le dejaron partir, convencidos de que no tardaría en desistir y de que regresaría enseguida.
Sin embargo, poco tiempo después le vieron llegar portando la pesada vasija llena de agua. Admirado de su hazaña, su padre adoptivo le preguntó:
-¿Pero dónde has encontrado agua?
-En el lugar donde el agua me estaba esperando, padre.
-¿Pero estaba donde te habíamos explicado o has ido a otro lugar?¿Y cómo has conseguido traer este cántaro tan pesado?
-He traído el agua al campamento y su origen no importa. Lo importante es el agua -respondió el muchacho, con pocas ganas de decir nada más.
Al día siguiente el muchacho decidió ir de nuevo a buscar agua y partió hacia el bosque. Cuando estaba rodeado de árboles comenzó a cantar: «¡Oh!¡Por mi padre y por mi madre, acércate a mí!»
Enseguida se abrió un agujero en el suelo y de él comenzó a brotar agua. El niño llenó el cántaro y volvió al campamento. Los guerreros se quedaron de nuevo muy sorprendidos.
Al día siguiente, cuando el niño salió, le siguieron dos guerreros sin hacer ruido. Pero, nada más ponerse en marcha, el muchacho desapareció súbitamente y sólo pudieron verle pasado un tiempo y cargado con la vasija llena de agua. Regresaron al campamento e informaron a sus amigos de que el niño no había ido a buscar el agua a la fuente de siempre.
A la mañana siguiente, partió de nuevo hacia el bosque y los guerreros le volvieron a seguir, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño reapareció, esperaron a que regresara al campa-mento y se dirigieron al lugar donde había desaparecido. Descubrieron que, justo allí, estaba la hierba muy verde y muy alta en tanto que, a su alrededor, la llanura seguía amarillenta y seca.
-Es un milagro... -dijeron de regreso al campamento.
Al día siguiente, acabado el olpul, los guerreros volvieron con sus familias.
El guerrero laiser se llevó al muchacho con él y le instaló en la casa de sus padres. Contó a todo el poblado lo que había pasado. Nadie se lo podía creer y fueron a ver los lugares donde se había producido el milagro para ver si era cierto que allí la hierba estaba tan verde.
Bien pronto el niño se distinguió por sus capacidades adivinatorias y por su lucidez para elegir los itinerarios por los que conducir a los animales. Cuando llevaba el ganado a pacer, las bestias regresaban siempre bien saciadas de agua y alimentos. Si le preguntaban dónde había encontrado agua respondía que había muchos pequeños lugares donde se podía encontrar agua procedente de las lluvias.
El muchacho creció, confirmó sus excepcionales dotes y su familia le dio el nombre de Lumeya (Ol-le-Mweiya).
Se convirtió en el primer Laibon del pueblo masai y fue consejero en las reuniones de guerreros que se organizaban antes de entrar en guerra.
Hizo una caja mágica a la que llamó Enkidong, por lo cual sus descen-dientes llevaban el nombre familiar de Kidongy. Su hijo, Lesikiariashi, su nieto Kipepete, así como su biznieto Parinyombe, fueron prestigiosos Laibones. El descendiente de Parinyombe, Sitonik, cuyo hijo primogénito Supeet cedió la urna mágica a Mbatian, fue uno de los más célebres jefes de la historia de los masai. Todos fueron una saga de sanadores, especialmente Lenana, hijo de Mbatian.

Fuente: Anne W. Faraggi

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