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miércoles, 6 de noviembre de 2013

La santa cruz del puerto del gamo

"EN ESTE LUGAR DEL PUERTO DEL GAMO APEDREARON LOS JUDÍOS LA SANTA CRUZ EL VIERNES SANTO. MARZO, 1488".

Texto primero de la lápida colocada en la parte alta de la primitiva ermita de la Cruz del Gamo.
En el año 1985 tuvo que ser modificado el texto por las amenazas que se recibieron para obligar a la supresión de la palabra "judíos".
No han podido ser determinados los autores de estas amenazas. El texto ha sido modificado y la palabra suprimida.

Las Hurdes quieren que sea la región más significati­va de Cáceres.
Casi siempre ese nombre llevaba, y quizá lleva, con­notaciones de humillación y miseria.
Muy pocos son los que intentan rectificar la pesada carga de la Historia y conocer la realidad actual de esta tierra. Hoy destaca por su belleza: hermosos pinares, pueblos legendarios, veredas ondulantes, ríos salva­jes..., todo un conjunto de ensueño, donde se abrazan la imaginación y la vida en un mosaico de envidia y de verdad.
Desde Extremadura, la entrada natural hacia Las Hurdes es Casar de Palomero.
La situación privilegiada de esta villa constituye una fortaleza segura, flanqueada por altos y empinados montes. No es, pues, extraño que los distintos invasores de la Península hayan apetecido la conquista y posesión de ese pueblo, cerradura de la región hurdana.
Fueron los árabes señores de esa tierra durante siglos, y en ella levantaron una monumental mezquita, signo de su poderío y de su grandeza.
Con la Reconquista, los castellanos transformaron la abandonada mezquita en templo cristiano. Cuando el Rey Fernando 1 el Católico tramaba la expulsión defini­tiva de la raza mahometana, Casar de Palomero es ya un núcleo poderoso de gentes cristianas. Sólo una minoría judaica convive allí en los moldes de unas leyes que pri­vilegiaban a los cristianos.
Pero la hegemonía económica de los judíos no se ave­nía fácil-mente a aceptar la supremacía espiritual de sus deudores.
Este contexto forzó situaciones como la que ahora na­rramos.
En el invierno de 1488, un pastor pobre, aturdido por el frío, cortaba en los picachos cercanos al Puerto del Gamo, leña para calentarse. Los recios robles que caen bajo su hacha le parecen demasiado hermosos como pa­ra convertirlos en pavesas de las llamas. Ha separado dos de los mejores, y formando una tosca cruz mal labra­da, la colocó en el collado del puerto.
Los cristianos agradecieron aquella cruz, que les re­cordaba la profundidad de sus creencias cuando se acer­caban a Casar de Palomero.
A los judíos, por el contrario, les molestaba su presen­cia, porque les traía a la memoria una equivocación o una ignorancia de su raza, con profundidad universal.
Era el jueves Santo de 1488.
Los casareños llenan su templo cristiano. Es su Día Sagrado por excelencia.
"Los judíos, de acuerdo con las Leyes (1ª y 2ª, título 24, partida 7ª), mientras se celebran los Misterios de los católicos no podían andar por las calles. El Jueves y el Viernes Santo, durante los Oficios Divinos, deberán te­ner las puertas y ventanas cerradas. Si a esto no se avie­nen, los cristianos, sin pena alguna, podrán apedrear­los".
Aquella mañana de aquél Jueves Santo, los judíos del Casar querían ignorar la dura fuerza de la ley cuando ju­gaban tranquilos en la Plaza de Barreros. Llegan, inclu­so, a despreciar y a mofarse dejuan Caletrío cuando, ca­mino de la iglesia, les recuerda sus obligaciones.
No era fácil para un joven creyente aceptar aquella humillación.
Cuando Juan, dentro del templo, cuenta a sus amigos lo sucedido, se exasperan. Salen de la iglesia y, mar­chando hacia la plaza con la razón de una lluvia de pie­dras, obligan a los hebreos a encerrarse en sus casas.
Tranquilos y vencedores, los doce jóvenes cristianos vuelven a la iglesia. El vecindario, enterado de la reac­ción de los mozos, aplaude su valentía.
Los judíos tomaron este ultraje como el cenit de la ig­nominia con que se vejaba a su raza.
Reuniéndose en concilio, estudiaron la manera de to­mar venganza de los cristianos y buscarse el medio de sacudir el yugo que se les venía imponiendo.
El rabino de la comunidad quiso herir en lo más pro­fundo a los cristianos: mofarse de la Cruz el mismo día que los creyentes la reverenciaban. La ocasión y el lugar se lo proporcionaban la molesta cruz que semanas atrás habían clavado en el Puerto del Gamo.
Sigilosamente, en la mañana del viernes, caminaron hacia el lugar los elegidos en suerte: el rabí Yuce Salo­món, Tumbroso, Sicala y Rendaña, apodado "El Rega­ña". Tumbroso, de edad avanzada, se hace acompañar de su joven hijo Zaguito.
Llegados al sitio, "El Regaña" y Zaguito fueron colo­cados de espías para evitar cualquier sorpresa. Los tres restantes ejecutarían el meditado escarnio.
Sin perder minutos apedrean la Cruz. Destrozan cuanto pueden sus palos. Con rabia satánica los espar­cen por el suelo. Y, traspasando los límites del pudor, se ensucian encima de los restos.
No contaban los culpables blasfemos con la Provi­dencia, que tango significa en la fe de los cristianos.
Justamente a aquella hora, el joven militar Hernán Bravo, vecino del Bronco, quiere llegar a la importante villa del Casar. Está enamorado de Raquel, la bella ju­día, hija de una noble familia.
Ahora tiene el encargo de reclutar mozos para la ex­pedición que va a intentar la toma de la Granada anda­luza. Y, cuando, tras cruzar el desfiladero que lo trae al pueblo, alcanzó el Puerto del Gamo, sin pretenderlo, se encontró y pudo contemplar el degradante espectáculo que estaban representando los seleccionados judíos. Como el camino que traía era el opuesto a donde se ha­bían colocado los centinelas, porque realmente si una intempestiva visita se podía esperar tendría que ser, se­gún ellos, por el lado que se orienta hacia el Casar, Her­nán Bravo se metió de lleno en el lugar de los hechos.
Apenas pudieron reaccionar los autores. Pero pronto tomaron conciencia de su responsabilidad y buscaron por todos los medios comprar el silencio del soldado. Le ofrecieron dinero, halagos, favores, interceder incluso ante la bella Raquel. Ante la enérgica negativa del sol­dado el último recurso fueron las amenazas. Percatán­dose de los graves momentos que vivía, cuando menos lo esperaban, el militar escapó monte abajo y, gracias a su juventud y entrenamiento, le fue fácil librarse de sus enemigos.
La llegada de Juan Bravo al Casar coincide con el mo­mento en que los cristianos adoran la Santa Cruz en la mañana del Viernes Santo. Sus voces, los sudores e in­cluso las lágrimas, interrumpieron la ceremonia y todos escucharon estupefactos el relato.
Allí mismo, el juez, que presidía la ceremonia, dispu­so inmediata-mente visitar el lugar y prender a los culpa­bles.
Cuando llegaron al sitio donde el cabrerito había co­locado su Cruz, sólo pudieron encontrar esparcidas, hu­milladas y, en parte, también rotas, las maderas que la formaron.
La justicia cumplió su papel obligado, levantando ac­ta de todo lo ocurrido. Pero el pueblo, después de lim­piar los palos, llenó de luces, de candiles y de incienso el lugar. Aquella noche la vela del sepulcro fue el raso, ba­jo el limpio cielo, donde las puras estrellas lo inundaron de luz.
Los más jóvenes recorrieron los montes vecinos para dar caza a los culpables. El Zaguito, como niño, había si­do ya capturado dormido, muy cerca de su puesto de vi­gilante inútil. A los demás se les encontró escondidos en la sierra de Rivera Oveja, menos al rabí, hallado en su terraza, junto al arroyo Blascoez. Más tarde, todos se­rían entregados al Duque de Alba, por pertenecer a su jurisdicción la próxima villa de Granada, hoy Grana­dilla.
Al día siguiente, el pueblo cristiano llevó las reliquias que quedaban al templo parroquial. Para ello, las muje­res se arrancaron las cintas de sus sayas y jubones y, tras cruzar nuevamente los palos mayores que quedaron, los ataron fuertemente y, convertidos nuevamente en Cruz, los trasladaron en procesión hasta el templo parroquial.
Años después, la piedad y la riqueza de los casareños cubrieron y hermosearon la Cruz con engarces y lámi­nas de plata, tomando la forma que aún hoy conserva.
Pero desde el mismo momento de su llegada a la igle­sia, todos los habitantes de la villa comprendieron que eran depositarios de un regalo milagroso donado por el cielo. Por ello no dudaron en convertirla en el centro de su piedad y levantar un templo más acorde con la digni­dad de los sucesos.
La Historia habla también de varios milagros y, desde luego, las paredes y sacristías están llenas de agradeci­dos exvotos, que testifican el conven-cimiento de los fa­vorecidos.
Por lo que respecta a los judíos, el Duque de Alba con­firmó la sentencia que sus jueces habían dictado: el rabí Yuce Salomón, Sicala, Tumbroso y Rendaña fueron quemados vivos. Al Zaguito, por ser menor de edad, le fue cortada la mano derecha.
En el Collado del Gamo se levantó una pequeña er­mita en una de cuyas paredes se colocó una lápida con la inscripción que da comienzo a esta historia.
Una inscripción que ahora, sólo ahora, después de siglos, por amenazas anónimas, ha tenido que ser cambiada.

FUENTES:
-"Historia de la Santa Cruz de Casar de Palomero", por Romual­do Martín Santibáñez.
-"La Cruz del Puerto del Gamo". Auto dramático en verso, por don Alfredo Terrón González.
-Testimonios orales recogidos por Leoncio Benedicto y su espo­sa, amigos y compañeros.

Fuente: Jose Sendin Blazquez

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