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martes, 5 de noviembre de 2013

El invencible, vencido

Esta leyenda se remonta al año 1243, en Cataluña, durante el reinado de Jaime I el Conquistador.
El monarca era sólo un chiquillo de catorce años, pero por su energía y valor parecía ya un hombre maduro y experto en el gobierno y en la guerra.
Existía en Cataluña un noble caballero llamado don Guillén de Montcada, tan poderoso como soberbio. Se sintió agraviado por el conde de Rosellón don Nuño Sánchez y decidió invadir sus tierras.
Sabedor de tales intenciones don Nuño avisó a don Jaime y le pidió su ayuda para que Montcada desistiera de sus propósitos.
El rey reunió a su consejo y ordenó a don Guillén abandonara su descabellado proyecto si no quería enfrentarse con la autoridad real.
Pero don Guillén era un Montcada ciento por ciento y no quiso doblegarse a la intimación del monarca. Lo único que éste consiguió fue que Montcada adelantara sus preparativos.
Los ejércitos de Montcada entraron en Rosellón y tomaron Perpiñán rematando así su campaña victoriosa.
Don Jaime ardió en cólera al comprobar la desobediencia de su vasallo y con todas sus tropas cayó sobre las posesiones de Montcada apoderándose de ciento treinta fortalezas; ocupó también el castillo de Cervelló y puso sitio al de Montcada, adonde se hallaba don Guillén de regreso de su victoriosa campaña.
Cuando don Jaime hubo llegado al pie del castillo pidió al de Montcada le dejase entrar, pero éste respondió:
-No me opondría yo a su entrada si viniera en son de paz, pero con tantos soldados no me es posible. Si quiere apoderarse del castillo que lo intente con las armas. Estas decidirán. No tengo nada más que decir.
El monarca al enterarse de la respuesta del señor de Montcada no tuvo otro remedio que continuar el asedio. Se sucedieron los ataques por uno y otro bando y en todos ellos el rey dio pruebas de su valor. No obstante, en ocasiones se sentía acongojado al comprender que los días pasaban, la plaza no cedía y los jóvenes de uno y otro bando iban muriendo.
Además otro hecho terminó por convencerle de la inutilidad de su empeño. Era tan grande el prestigio del señor de Montcada, en especial después de su victoria del Rosellón, que las mismas tropas y oficiales del rey peleaban sin mucho encono y procuraban más bien rehuir las ocasiones en que podían derrotar a sus adversarios. El rey se enteró que proveían de armas y víveres al enemigo cercado. Don Jaime entonces abandonó el sitió y quiso retirarse con sus tropas.
Empezaban ya a hacerse los preparativos y tanto sitiadores como sitiados no ocultaban su alegría.
De improviso un emisario se acercó al rey y le anunció que un caballero, al parecer desconocido, deseaba entrevistarse con él.
-Adelante el caballero -exclamó don Jaime.
El caballero fue acompañado hasta la tienda real. Se advertía en él la nobleza de su raza, pero no era posible reconocerle, pues llevaba echada la visera de su casco y oculto tras ella el rostro. Por más que el capitán de la guardia intentó que se descubriera, el caballero insistió en permanecer cubierto.
-Sólo me descubriré ante el reyrespondió altivamente.
Cuando poco después el caballero llegó ante el rey, éste hizo que se retiraran cuantos le acompañaban.
Tan pronto quedaron solos el caballero alzó su visera y se humilló ante el rey, hincando una rodilla en tierra.
El monarca reconoció inmediatamente a su interlocutor; por un momento en su rostro apareció la cólera, pero en seguida se esfumó este sentimiento y en su lugar apareció una emoción apacible.
-Levantaos, señor de Montcada -dijo. No pensaba en vos, pero algo me hacía sospechar.
El señor de Montcada permaneció rodilla en tierra sin hacer caso de la invitación del rey.
-En cuanto me enteré que levantabais el cerco no sentí otro deseo que honrarais el castillo con vuestra presencia.
-¿Y sólo para decirme eso habéis arriesgado vuestra vida? -preguntó el monarca. ¿No ignoráis que ahora estáis a mi merced?
-Os conozco, señor. Jamás abusaréis de esta situación. Lo sé. Si hubieseis logrado apoderaros de mi castillo jamás me habría humillado ante vos; pero ahora que desistís del cerco y os presentáis como rey humanitario, yo me siento obligado a vos y soy vuestro humilde vasallo. No quiero que se diga que el rey estuvo en el término de Montcada sin ser honrado como merece.
Al oír estas palabras el rey se sintió conmovido, le tendió los brazos y le dijo:
-Muy grande ha sido vuestro atrevimiento y desobediencia, pero todo lo estoy olvidando ahora ante vuestra grandeza de ánimo.
-Gracias, señor.
Don Jaime penetró en el castillo de Montcada acompañado por los jefes de su ejército, pero no como vencedor sino como huésped y amigo.
Para celebrar aquel acontecimiento que terminaba: -con la enemistad entre Montcada y el rey, el dueño del castillo hizo preparar un gran banquete.
En el transcurso de la comida el rey dijo al señor de Montcada:
-Os aseguro, Montcada, que me habéis vencido.
-Perdonad que no esté conforme, señor -respondió el de Montcada. Sois vos quien me habéis vencido con vuestra magnanimidad.
En resumen: no hubo ni vencedor ni vencido, pero ambos se beneficiaron de aquello. El de Montcada tuvo desde entonces el favor real, y el rey contó con un leal vasallo que le ayudó enormemente en sus empresas bélicas, entre ellas la conquista de Mallorca.

Leyenda historica

Fuente: Roberto de Ausona


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