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lunes, 4 de noviembre de 2013

El cerro del grillo de oro

Hace más de cincuenta años, en el viejísimo pueblo de Rabinal, nació un muchachito que se llamaba Chema López.
Cuando era pequeñito, de tres semanas, de cuatro semanas, se pasó cinco días, seis días sin llorar, ni comer, ni mojar los pañales. Se puso amarillo como un muñequito de cera y se le hinchó la barriga. Entonces sus padres mandaron llamar a la abuelita Luna, que iría en las alturas del Volcancillo Tuncaj, y ella vino, le pinchó el ombligo con una espina de naranjo, lo bañó en agua con pétalos de flores de siete colores y lo alimentó con chilate, que es el más fino de todos los atoles[1] de maíz.
Chema creció y vivió entre la milpa[2], allá en el pueblo de Rabinal. Creció entre pájaros y ardillas, como los demás patojos "chinitos" y espinudos que cada mañana salen a la orilla del camino para ver pasar los camiones del "enganchador", el contratista que lleva peones a las plantaciones de la costa sur.
Creció el muchacho "en tiempos de Poncio Pilato[3]... viendo injusticias, apuntando los nombres y señales de las víctimas, y todo eso lo guardó su corazón de niño campesino. Se hizo amigo del silencio y lo observaba todo con sus ojos negros.
En Rabinal hay un cerro encantado llamado Cakyup. En el cerro hay una cueva. A la entrada de la cueva vive una culebra inmensa, vieja y sholca[4], que tiene la misión de no permitir la entrada a nadie, salvo a unos cuantos muchachos escogidos, una vez cada cien años.
La culebra mandó al pájaro Cuatrojos a buscar a Chema López, pues tenía que darle un mensaje muy importante. Cuando el pájaro encontró al muchacho, se valió de mil engaños para atraerlo al cerro encantado. Poco a poco se lo fue llevando, con cantos maravillosos, vuelos rasantes y provocadores, como diciéndole: “Atrápame si puedes"... ¡Y así fue!
En el preciso instante en que Chema lograba capturar al pájaro, la tierra se abrió bajo sus pies y el muchacho fue a caer frente a la enorme serpiente. Aún estaba aturdido por el golpe y la caída repentina, cuando oyó que ella le hablaba, pero sólo pudo entender las últimas palabras:
-... y no te preocupes, sé que eres un muchacho muy inteligente; si además eres valiente, yo te enseñaré muchas cosas que jamás olvidarás.
Y en seguida lo condujo por una complicada red de galerías subterráneas, túneles de tacuasín[5] y vericuetos de conejo, hasta que llegaron debajo de un maizal sembrado en la inclinada ladera de la montaña. Chema vio con asombro que las raíces de la milpa crecían como cabelleras sobre las calaveras de los antepasados. Alguien menos valiente que el muchacho quizás se habría horrorizado, pero él no dio muestras de miedo ni mucho menos.
Antiguamente -dijo muy complacida la serpiente-, nadie sembraba milpas en la montaña, sino en las llanuras; pero vinieron hombres extraños que derrotaron a los antepasados y, poco a poco, se fueron adueñando de las mejores tierras, de los ríos y los lagos, de los nacimientos de agua y...
La serpiente interrumpió su plática porque Chema se distrajo viendo el mundo desde el interior de la montaña, a través de un agujerito redondo como un tragaluz que, probablemente, servía de nido a un gavilán. Se podían distinguir claramente las laderas de otras montañas: en veinte leguas a la redonda, todas estaban sembradas de maíz. Chema comenzó a comprender muchas cosas...
Luego emprendieron el regreso, entre túneles de liebre y de taltuza[6], madrigueras de coyotes y de otras alimañas, que formaban un verdadero laberinto subterráneo; y en una de las once mil vueltas que había que dar, la serpiente se esfumó. En un instante, no quedó de ella más que el eco de una risita burlona.
Chema se asustó muchísimo. Por un momento pensó que nunca podría salir de allí. Pero en seguida recordó las enigmáticas palabras de la sierpe: "... y si además eres valiente, yo te enseñaré muchas cosas que nunca olvidarás". Eso significaba que había una esperanza.
Comenzó, pues, a tantear una salida. Iba palpando la tierra. "La culebra venía arrastrándose -pensó- y además tiene el cuerpo escamoso." Creyó encontrar unas huellas y trató de seguirlas, pero era una tarea difícil y tan lenta como para desesperar a una tortuga.
Chema debe haberse quedado dormido por un instante, o quizás sólo era el cansancio que amenazaba derrotarlo, cuando oyó el conocido cric-cric de un grillo lejano. A pesar de ser un ruido tan débil, lo alegró como un concierto de marimba y se propuso buscarlo.
Todos sabemos que los grillos desorientan. Lanzan su metálico cric-cric y lo hacen rebotar en los muros, en los troncos de los árboles, en las piedras, donde sea. Buscarlos puede resultar una tarea enloquecedora.
Chema no se desalentó ni se dejó desorientar. Si escuchaba el grillo a su derecha, lo buscaba hacia la izquierda; si lo oía detrás de él, lo buscaba adelante. Y a cada paso, el grillo parecía estar más cerca.
El cric-cric se estacionó por fin. Unos tanteos más y Chema lo encontró bajo una piedra. La levantó cuidadosamente y se llevó una enorme sorpresa: el grillo era de oro y relumbraba en la oscuridad.
Te felicito, muchacho -dijo el grillo. Has pasado todas las pruebas con valor e inteligencia y en premio te mostraré la salida. Pero antes debo revelarte tres grandes secretos: el primero es que "la vida rota", ¿me entiendes? La vida es una naranja dando vueltas: todo aquel que ha venido una vez al mundo, volverá a venir en el futuro; la gente no lo sabe, así es que cada vez que vuelva cometerá los mismos errores; tú, en cambio, irás haciéndote cada vez más sabio.
El grillo comenzó a saltar y Chema tuvo que seguirlo guiado por sus destellos de oro.
-El segundo gran secreto es que los señores de antes lo perdieron todo, pero se quedaron con las banderas verdes de la milpa; con las lanzas verdes del maíz, para derrotar el hambre; con los granos rojos, blancos, negros, amarillos, que valen más que el oro del mundo. ¡Y éste es un tesoro que nadie les podrá quitar jamás!
-El tercero y último secreto -dijo la sierpe, que apareció detrás de ellos- es que la gente de este siglo tiene muchos y muy grandes conocimientos, pero no tiene sabiduría: si los hombres civilizados siguen agotando los recursos de la Tierra, pondrán en peligro su civilización. Pero los indios seguirán sembrando milpa...
-La sabiduría del indio -intervino el grillo- es como los granos de maíz, que pueden germinar en las laderas de los cerros y aun en los peñascos...
El grillo y la serpiente desaparecieron. Chema quedó encandilado unos instantes, pero en seguida pudo ver claramente el agujero de salida.
Chema López regresó al pueblo de Rabinal, más silencioso que nunca. No le contó a nadie su secreto, pero la gente notaba que había algo muy raro en su mirada. Sus ojos negros y penetrantes daban la impresión de que él podría traspasar las paredes, agujerear los troncos de los árboles y leer los pensamientos de los hombres, y que todo lo guardaba en su memoria.
Un día de tantos, un viejecito lo encontró en la calle y lo detuvo con estas palabras:
-¿Vos sos Chema López?... ¡Yo también! Estuve hace muchos, muchísimos años, en el corazón de la montaña; sabía que algún día vos vendrías a quedarte en mi lugar, así es que ya me voy. Cuídate mucho...
Y Chema se quedó completamente solo a media calle, mientras el polvo de los siglos seguía cayendo sobre el pueblo sin que nadie lo notara.

0.065.3 anonimo (guatemala)



[1] Ato: Bebida espesa y caliente, hecha de maíz.
[2] Milpa: Planta de maíz.
[3] "En tiempos de Poncio Pilato": Hace mucho, mucho tiempo.
[4] Sholca: Que le falta uno o varios dientes.
[5] Tacuasin: Mamífero de carne muy sabrosa.
[6] Taltuza: Pequeño mamífero que habita en túneles que él mismo construye.

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