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viernes, 23 de agosto de 2013

Wamba

Por aquel entonces Hispania era poco más que un lugar agreste y salvaje, donde moraban tribus dispersas de godos, vascones, montañeses, iberos y otros pueblos casi primitivos. Lejos quedaban ya los intentos de los romanos por traer a la civilización a aquellas razas de indómitos individuos. Cuando el Imperio Romano cayó en manos de los bárbaros, éstos avanzaron sobre la península itálica, sobre la antigua Galia y sobre Hispania, estableciéndose como mejor les convenía.
Durante varios siglos los reyes visigodos trataron de unificar el reino de la península ibérica, con distinta fortuna. Los monarcas solían fallecer prematuramente, bajo la influencia de venenos o puñales. Todo tipo de traiciones se perpetraban con la intención de lograr el trono de Hispania y ésta parecía sometida a una maldición: los pobladores del extremo galaico se asentaban en poblados primitivos y negaban cualquier autoridad a los reyes que se sucedían; los astures, otro tanto; los cántabros y los vascones se rebelaban; los navarros designaban su propio rey; los iberos moradores de las riberas del Ebro se ocultaban y acechaban en las montañas; los levantinos negaban la autoridad real y traficaban con los griegos; los béticos andaban por las sierras más ocupados en buscar su sustento que en las intrigas palaciegas; y en toda la meseta central, las diferentes tribus batallaban hasta la muerte por unas tierras a las que poco se les podía sacar.
Tan terrible situación se agravó mucho cuando, mediado el siglo VII, murió Recesvinto. Entonces los ánimos se enconaron, pues el rey no había nombrado sucesor y los nobles godos se lanzaron al trono como lobos. Las muertes violentas, los asesinatos, los envenena-mientos se sucedieron y los reyes no sustentaban la corona más que unos días.
Llegó a oídos del Papa esta circunstancia, lo cual le produjo un profundo dolor. Hizo llamar a cuarenta nobles godos y les pidió que le explicaran al pormenor la trágica historia de su pueblo. Los nobles admitieron que todos ellos eran pretendientes al trono y que Hispania estaba dividida y en el mayor desastre.
-Mas si el Santo Padre designa a uno de nosotros -dijeron, su orden será acatada por todos.
Pidió auxilio divino el Papa para dar con el hombre que pudiera regir los destinos de Hispania con valor y honradez, pero no acababa de decidirse por ninguno de aquellos cuarenta nobles. Una noche, el Sumo Pontífice tuvo un sueño y creyendo que aquella visión era profética, dijo a los nobles:
-Volved a vuestra patria, y buscad a un hombre llamado Wamba, que trabaja con un buey blanco y otro negro: ése será vuestro rey.
Regresaron los nobles apesadumbrados y confundidos, pues ninguno de ellos había sido elegido; pero respetaban y veneraban al Santo Padre e hicieron cumplir su mandado: al poco tiempo muchas cuadrillas de soldados salían a los caminos, preguntaban en las posadas y en la ventas, cruzaban ríos y montes interrogando a los campesinos... pero en lugar ninguno aparecía el labrador Wamba. Llegaron hasta los confines de Galicia, sortearon las cumbres de Asturias, se internaron en los bosques de Vasconia, navegaron por el Ebro, llamaron a las puertas de los castillos catalanes, cada casa de Castilla fue visitada y hasta la antigua Gades, en el sur de Hispania, llegaron los soldados... pero en lugar ninguno aparecía el labrador Wamba.
Pasados tres años, los nobles ya renunciaban a dar con el labriego y creyeron que el Santo Padre les había engañado. Pero, he aquí que en un rincón de las inmensas tierras castellanas, dos soldados que descansaban bajo una encina vieron pasar a una joven aldeana. Admiraron su belleza y observaron que se dirigía a un otero. Desde allí la oyeron gritar:
-¡Wamba, Wamba!
La mujer, con la alegría de la esposa joven, le pedía que dejase ya el arado y que volviera a casa, donde tenía la comida dispuesta.
Los soldados imaginaron que aquel hombre era el que buscaban, mas para estar seguros, esperaron. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando lo vieron aparecer con una yunta de bueyes, uno blanco y otro negro, como había profetizado el Papa! Arrojándose a sus pies, los soldados le comunicaron la noticia: el mismísimo Papa de Roma había soñado que él sería el próximo rey de Hispania, y quisieron besarle las manos. Pero él se negó:
-No dejaré mis campos, ni abandonaré a mi esposa, ni cambiaré mi humilde vida por todos los reinos del mundo. Dejadme.
Los pobres soldados volvieron a la corte y contaron a los nobles cuanto les había sucedido. Ellos estaban convencidos de que aquel Wamba era el rey prometido y los dos bueyes confirmaban su presentimiento. Los cuarenta nobles tomaron sus caballos y se dirigieron a la casa del labriego. Allí comprobaron que Wamba era un joven discreto, justo y amable, y vieron con sus propios ojos la yunta de bueyes: uno blanco y otro negro. Le instaron amablemente a que aceptara la corona, pero Wamba prefería sus campos, el aire puro de Castilla y una vida apacible junto a su esposa, lejos de las ambiciones e intrigas cortesanas. Para evitar la insistencia de los nobles, Wamba clavó su vara en la tierra y dijo:
-Sea, amigos: cuando mi cayado florezca, entonces seré rey.
Y no acababa de decirlo cuando a la vara le nacieron yemas nuevas y unas hojitas verdes, y al cabo todo el cayado se cubrió de flores blancas y rosadas. En este asombroso suceso vieron todos que Dios mismo había nombrado a Wamba rey de Hispania y el propio labrador supo que su destino era coronarse y aceptar el trono.
Se afirma que Wamba y su esposa, la reina, fueron justos y sabios, y que gobernaron su patria con prudencia y sosiego. También se asegura que, durante el reinado de Wamba, Hispania conoció la paz y la prosperidad, y que en aquel punto comenzaron las glorias de una tierra marcada por la profecía del Papa: un buey blanco y otro negro.

Fuente: Jose Calles Vales

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