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sábado, 24 de agosto de 2013

Mejor no enojar a un grillo

El grillo descansaba al sol como casi todos los días. El tigre, que suele andar por la vi­da sin mirar por dónde pisa, pasó a su la­do, con tan mala suerte, que una de sus pezuñas aplastó una de las patitas del pe­queño grillo.
-¡Oiga, tigre! ¡Más cuidado! -dijo el grillo, profundamente molesto.
El tigre se detuvo y miró a su alrededor.
-iAquí abajo, aquí abajo! -gritaba el grillo. ¡No se haga el tonto que usted me escucha muy bien!
El tigre miró hacia abajo, y tras buscar con la mirada duran­te algunos segundos, se encontró con el grillo que se frotaba una pata, la que se había lastimado, y con las restantes agita­ba los puños hacia el cielo, como queriendo llegar al hocico del tigre.
-¡Ustedes, los animales grandotes con su soberbia, como si nosotros no existiéramos! -decía con su vocecita de grillo ofendido.
El tigre, apenas entendió lo que había pasado, empezó a reírse como nunca lo había hecho en su vida.
-¡Ja, ja, ja! -reía el tigre, ¿puede ser que un pequeño mi­crobio me esté amenazando con sus puños? ¡Ja, ja, ja!
-Puede ser, no. ¡Es seguro! Un día de estos ustedes grando­tes nos las van a pagar.
El tigre se puso serio de golpe.
-Entonces, que ese día sea mañana.
El grillo entrecerró un ojo y lo miró de costado.
-¿Mañana, me dices?
-Mañana mismo.
-¡Que así sea! -se entusiasmó el grillo. ¡Los animales peque­ños de este mundo vamos a darles lo que hace años se merecen!
-¡Ja, ja, ja! -volvió a reír el tigre. ¡No puedo esperar! ¡Me muero de ganas de aplastar insectos con mis patitas!
Y así, gritándose insultos y amenazas, se fueron cada uno por su lado.
A la mañana siguiente, todos los animales pequeños del mun­do estaban ahí. Formando un frente, se alineaban mosquitos, zancudos, ciempiés, hormigas, bichos bolita, grillos, cascarudos y cucarachas.
A pesar de la cantidad de moscas que había, no se oía volar ni a una sola.
A lo lejos, comenzaron a asomarse los animales grandes. Iban más des-ordenados, charlando sobre la vida y riendo. Es­taban tan seguros de su victoria que no se habían preparado. los elefantes jugaban a los empujones con los hipopótamos, las hienas se reían de las payasadas que hacían los zorros, y los osos llevaban sobre sus lomos familias enteras de gatos monteses.
Cuando estuvieron tan cerca como para poder mirarse a la cara, los dos frentes se quedaron en silencio.
El grillo y el tigre lideraban sus respectivos ejércitos. Se miraban a los ojos como si jugaran a quién aguantaba más tiempo sin reírse.
El grillo fue el primero en lanzar el grito de guerra. Todos los insectos se abalanzaron sobre los grandes animales. los mos­quitos volaban y giraban a toda velocidad, las hormigas arma­ban larguísimas filas indias y se metían por entre los pelos de los lobos, los ciempiés se colgaban de la cola de las hienas.
los primeros en darse cuenta de que las cosas no iban bien, fueron los elefantes. Como era obvio que con sus gigantescas patas podían aplastar miles de bichos de un solo pisotón, sólo los atacaron insectos voladores. Las moscas se les metían en las trompas, los jejenes en las orejas, los mosquitos les picaban las colas. En menos de diez minutos, todos los elefantes huían desesperados por el monte. Cuando los animales grandes vieron que los más fuertes escapaban, se dieron cuenta de que no tenían ninguna oportunidad de vencer.
El último en rendirse fue el tigre, que tenía todo el hocico ro­jo de picaduras, y no paraba de rascarse detrás de las orejas.
La batalla había durado pocos minutos, y la victoria de los animales pequeños era aplastante.
El grillo se acercó al tigre que, tirado en el suelo, inten­taba llegar con su garra a una zona del cuello complicada de rascar, y extendió una de sus patas. El tigre, apenado y vencido, le entregó su garra.
Todos los insectos festejaron durante cuatro horas sin parar que, para un insecto, es tanto como para nosotros cuatro días.
Así fue como el tigre aprendió que, en general, es mejor no enojar a un grillo.

Fuente: Azarmedia-Costard

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