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viernes, 23 de agosto de 2013

Los pirineos

Al menos existen tres historias que relatan cómo se formaron los montes Pirineos y en ellas se mezclan de modo sorprendente distintos argu­mentos, a cada cual más extraño. La única versión cierta es que los Pirineos se formaron cuando la placa tectónica africana empujó la base continental euroasiática: éste es el origen de los Alpes, de la Cordillera Cantábrica y, también, de la Cordillera Pirenaica.
Sin embargo, una explicación tan prosaica no convence a todos y hay quien afirma que en la formación de estos montes tuvo mucho que ver el mismísimo Hércules:
Se dice que en la antigua región de Narbona vivía el rey Bébrice, el cual tenía una hermosa hija llamada Pirene. La fama de la belleza de Pirene se había extendido por el mundo y desde los más remotos lugares llegaban a Narbona príncipes y pretendientes que deseaban tomarla por esposa. Acertó a pasar por allí Hércules: andaba éste persiguiendo a los Geríones con los cuales tuvo enconada guerra durante muchos años. Estando en el palacio del rey Bébrice, también Hércules pudo admirar la singular hermosura de Pirene, y quedó prendado de ella. La joven Pirene, ingenua y dulce como era, cayó rendida en brazos del héroe, puesto que desde hacía mucho conocía su historia, su fortaleza, su sagacidad y su buen corazón. Al cabo, Hércules tuvo que partir pero la joven Pirene descubrió que estaba esperando un hijo del semidiós. Pasados nueve meses, Pirene alumbró una serpiente y todos en el palacio quedaron horrorizados. Pirene fue expulsada de la casa de su padre y ella misma, sobrecogida por aquel parto repugnante, se echó al monte desesperada. Lloraba la joven su suerte y no deseaba para sí más que la muerte. No tardó en ocurrir: caminaba triste y sin consuelo por el monte cuando unas fieras salvajes la atacaron y la devoraron, esparciendo sus restos por las agrestes selvas.
No pudo Hércules olvidar a su amada y al cabo del tiempo volvió a Narbone: allí le contaron lo sucedido y lo expulsaron de la ciudad, pues había seducido a la princesa y la había convertido en madre de un monstruo. Entristecido, Hércules encontró los huesos de la hermosa Pirene extendidos por el monte y quiso darle sepultura. Con sus prodigiosos brazos tomó muchas rocas y las fue apilando a lo largo de aquellas sierras, pero ni el esfuerzo ni el paso del tiempo mitigaron el dolor de su corazón ni pudo olvidar la dulzura de su amada. De modo que continuó durante muchos años apilando enormes rocas en aquel lugar, construyendo de este modo la más inmensa tumba que pudiera imaginarse. Y al fin, cuando Hércules tuvo en paz su alma, vio que había elevado el túmulo de Pirene hasta más allá de las nubes, y que en los lugares más altos había nieves perpetuas... Desde entonces aquellas montañas se llaman Pirineos, en honor de la princesa que amó a Hércules.

Fuente: Jose Calles Vales

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