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viernes, 23 de agosto de 2013

El más grande de todos los héroes

Analía Tubarí se vio desde muy joven reina y señora de su tierra, a causa de la prema­tura muerte de su padre. A pesar de que ya estaba en edad de tener marido, no se interesaba por ninguno de los numerosos pretendientes que llegaban a su puerta todos los días.
-Sólo me casaré con aquel que con­quiste cien ciudades -dijo un día.
Ni siquiera sus enamorados más sinceros se animaron a emprender semejante hazaña tan estrambótica. Si conquis­tar una ciudad ya era difícil, y muchas veces era la mayor gloria a la que un hombre podía aspirar, conquistar cien se hacía verdaderamente imposible.
Analía Tubarí pasaba sus días sola y triste. Cada vez se hacía más evidente que nadie lograría conquistar ni las ciu­dades, ni su corazón.
Claro que ninguno contaba con Samba Gana.
Samba Gana era el príncipe de un país cercano, un joven alegre y despreocupado, al que le encantaba vagar por el mundo y correr aventuras por el simple placer de correrlas.
En uno de sus numerosos viajes, junto a su nuevo trovador y varios escuderos, Samba Gana se encontró una tarde sin na­da mejor que hacer, que batirse con el príncipe de una ciudad.
Sin que le costara ningún esfuerzo, Samba Gana venció. Cuando el príncipe derrotado se acercó a ofrecerle la ciu­dad, el vencedor le dijo:
-¡No me importa nada tu ciudad! Puedes quedártela.
Y diciendo esto, se marchó en busca de otras historias.
Una noche que descansaban a orillas del río Níger, el trova­dor cantó la canción de la hermosa y triste Tubarí y de cómo ganaría su mano aquel que conquistase cien ciudades.
Samba Gana no daba crédito a sus oídos. Se puso de pie de un salto y gritó:
-¡Vamos ya a la ciudad de esa joven que cantas! ¡Yo le devolveré la alegría y me ganaré su corazón!
Y marcharon todos juntos hacia el país de Tubarí. Cada ciudad por la que pasaban era conquistada por el príncipe y a cada derrotado le decía que debía dirigirse hacia la princesa y entregarle la ciudad a sus pies.
Para cuando llegó a la ciudad de la princesa, Samba Gana ya había derrotado a cien príncipes.
-¡He conquistado cien ciudades, princesa mía! -gritó con orgullo.
-Has cumplido tu palabra. Seré tu esposa -respondió la hermosa Tubarí.
Se casaron con una fiesta memorable y fueron felices du­rante un cierto tiempo. Pero pronto Analía Tubarí volvió a su semblante triste de siempre, y una vez más se la veía cami­nar solitaria y pensativa por el palacio.
-¿Qué te pasa, reina mía? -le preguntó Samba una tarde.
-Antes estaba triste porque mi padre había muerto... pe­ro ahora lo estoy porque sé que nunca nadie podrá cumplir mi deseo.
-¿Y qué deseo es ése, mi reina?
-Quiero que mates a la serpiente del río, ésa que un año trae abundancia y otro escasez y miseria. Entonces me verás sonreír.
Ya que a Samba Gana le encantaba vivir aventuras, par­tió sin pensarlo dos veces a la caza de la famosa serpiente.
Tras caminar río arriba durante días y noches, llegó por fin a la cima de la montaña donde habitaba el enorme ani­mal. Lucharon sin tregua mientras amanecía, y al caer el sol aún seguían luchando. A veces, parecía que la serpiente sería la vencedora. Otras, era Samba Gana quien estaba a punto de dar la estocada final. Las montañas comenzaban a desplo­marse, la tierra se abría y temblaba. Era la batalla más grande que se había visto jamás.
Samba Gana tardó siete años en vencer a la temible serpien­te. Debió utilizar mil lanzas y cien espadas, y al final sólo le quedaba una lanza ensangrentada.
Como apenas podía moverse, le dio a su trovador la última lanza y le dijo:
-Llévasela a la hermosa Analía Tubarí, dile que he cumplido con su deseo.
El trovador viajó y le entregó la lanza a la joven Tubarí. Pero la reina, contestó fríamente:
-Dile que traiga la serpiente hasta aquí, para que sea mi esclava, de manera que sea yo quien conduzca el cauce del río como más me guste. Cuando vea a Samba Gana con la serpiente a cuestas, entonces sonreiré.
Cuando el cansado joven escuchó la respuesta de su es­posa, gritó:
-¡Ese antojo ya es demasiado!
-Y tomando la lanza en­sangrentada, la clavó en su propio pecho y murió.
Recogió el trovador los restos de su amo y los presentó a la hermosa Tubarí.
-¡Samba Gana ha sonreído por última vez! -le dijo al verla. La reina llamó a todos los príncipes y guerreros junto al cuerpo de su amado, y dijo:
-Fue el más sublime de todos lo héroes. ¡Deben levantar una tumba alta como jamás se haya levantado para prínci­pe, emperador o héroe!
La construcción demandó varios años y más de cien mil hombres. Cuando estuvo terminada, desde su cima podían divisarse todos los países de los alrededores.
La hermosa Analía Tubarí llegó hasta lo más alto, miró a su alrededor, y dijo:
-La tumba del héroe es tan alta como su nombre merece. Ahora, guerreros, ¡dispérsense por la tierra, y sean héroes como Samba Gana!
Sonrió por última vez y luego cayó muerta.
Y entonces enterraron a la hermosa Analía Tubarí en la cripta de la gigantesca tumba y yació por siempre junto a Samba Gana, el héroe inmortal por los siglos de los siglos.

Fuente: Azarmedia-Costard

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