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martes, 27 de agosto de 2013

El caballo y el azor

A mediados del siglo X en Castilla gobernaban el rey de León, pero los castellanos deseaban la independencia y el conde Fernán González era su líder. En cierta ocasión, acudió el conde a ayudar al rey Sancho, acosado por las tropas de Abderramán. Una vez lograda la victoria, el rey temía que el conde pidiera alguna recompensa a cambio, sin embargo nada solicitó éste y regresó a Castilla. Como Sancho era un avaro, tampoco le ofreció nada a caballero a cambio de la ayuda prestada.
Pasaron algunos años y el castellano se presentó ante el rey montando un hermoso caballo árabe con un valioso azor en el puño, perfecto para la caza. Cuando el rey vio a los animales, se quedó tan prendado de ellos que ya no pensó más que en poseerlos. Se deshizo en elogios esperando que, como era costumbre, el castellano ofreciera los animales al rey como presente de honra. Pero Fernán González permanecía impasible, sin dar muestras en absoluto de sentirse obligado por las palabras del monarca y sin intención de regalarle los animales.
Tanta era la ambición del rey, que finalmente se los pidió sin el menor reparo:
-Decidme, conde, ¿me cederíais vuestro caballo y vuestro azor por mil monedas? Fernán González aceptó la propuesta y dijo:
-Señor, aquí os los entrego y no hace falta que me paguéis ahora, sino en otro momento, pero ha de ser un día fijo. Si se retrasa el pago, por cada día que pase el precio se duplicará. Es la única condición que pongo.
El avaro rey sólo se fijó en que no tenía que pagar entonces y firmó un papel con las condiciones.
Fernán González regresó a sus tierras castellanas y el rey, por su parte, no tardó en olvidar su deuda y el día del vencimiento.
Sólo le interesaba disfrutar de aquello que creía merecer sin un pago a cambio.
Y así fueron pasando los años. Hacía cinco del negocio y durante ese tiempo el conde Fernán González había estado batallando contra los moros, saliendo siempre victorioso. Cierto día regresó a la corte del rey Sancho con su gran cortejo: quería exigir al monarca el pago de su antigua deuda.
Presentó la cuenta el conde y, aterrado, el monarca comprendió que no había suficiente dinero en sus arcas para pagarla. Pero como existía un documento firmado por él, debía cumplir el compromiso.
-De una forma puedo perdonar la deuda, señor -dijo el conde castellano y es que reconozcáis la independencia de Castilla.
Sancho el Craso, que por este nombre se le conocía, sólo pudo acceder.
Sabía que el castellano había sido hábil y paciente, pero antes que poner su honor en entredicho, aceptó el trato de mala gana.
Y Castilla, desde entonces, fue un reino independiente. Fernán González lo había conseguido.
Todo había sido cuestión de inteligencia, astucia y buenas dosis de paciencia...

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