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viernes, 3 de mayo de 2013

La simpática sobrina de la bruja

Después de que sus padres sufrieran el accidente, Anja no tuvo más remedio que ir a vivir con su tía-abuela-segunda por parte de madre, la famosa bruja Baba Yaga.
-Baba Yaga vivía en una casa de color negro, que se sostenía por dos enormes patas de gallina. Cuando a la casa se le ocurría dar un pa­seo, los que la habitaban tenían que agarrarse de lo que tu­vieran más cerca para no salir rodando por los suelos. Por suerte la casa era bastante vaga y prefería quedarse, casi siempre, en un mismo lugar.
Baba Yaga, como toda bruja que se precie, tenía una idea muy clara con respecto al futuro de su sobrina-nieta-se­gunda: quería comérsela. Anja era una chica regordeta que siempre tenía una sonrisa en el rostro, y no había momento del día en que no estuviera dispuesta a ayudar a un viejito a cruzar la calle, lavar los platos o darle de comer a un ga­tito hambriento.
Justo lo que una bruja odia con toda su alma.
Baba Yaga tenía un montón de sirvientes que, temblan­do de miedo, hacían todo lo que ella decía.
-¡Quiero comer lengua de lagarto bailarín! -gritaba la bruja, y la sirvienta tenía que dar la vuelta al mundo, has­ta encontrar un lagarto que bailase y además estuviese dispuesto a dejarse sacar la lengua.
-¡Quiero pintar mi habitación con pintura de moco de dragón recién nacido!.
-Y ahí tenía que salir el pobre porte­ro, a encontrarse un dragón bebé a quien sonarle el hocico.
Anja, en cambio, se había hecho amiga de todos el mismo día en que había llegado. Los sirvientes estaban tan poco acostumbrados a que les sonrieran y les hablaran con buenas maneras, que adoraban a la pequeña Anja como si fuera una hija.
Una tarde en la que Anja se encontraba fregando el baño como todos los días, la bruja Baba Yaga decidió que había llegado el momento de comerse a su sobrina-nieta-segunda.
-¡Prepárame a Anja con un poco de salsa agridulce! -le gritó a su cocinera.
La cocinera, que nunca en su vida había ni pensado en du­dar una orden de la bruja, se puso seria como una estatua, y cerrando un puño dentro del delantal, le dijo con todas sus fuerzas:
-¡Nunca! -y sin esperar respuesta, abandonó la casa.
Cuando Baba Yaga se repuso de la sorpresa, se acercó al portero y le gritó:
-¡Encierra a Anja en el calabozo, que esta noche quiero comér-mela!
El portero repitió el mismo gesto serio de la cocinera, y sacudiendo un manojo de llaves como si fueran unas mara­cas, le respondió:
-¡Jamás! -y tirando las llaves sobre la mesa, dejó también la casa.
El gato de Baba Yaga, que había ron­roneado por primera vez gracias a las caricias de Anja, lo escuchó todo, oculto detrás de una maceta con una flor seca. Rápido como un gato apurado se dirigió hacia donde Anja lavaba el baño.
-¡Mi querida Anja! -le dijo entre jadeos de cansancio
-¡Finalmente se ha descubierto que Baba Yaga lo que quie­re es comerte!
-Bueno -dijo Anja, que como no era ninguna tonta, ya se había imaginado que vivir con una bruja iba a tener sus contratiempos.
-Debes escapar por la puerta trasera ahora mismo. Pero an­tes toma estos regalos, te serán indispensables.
-Y diciendo esto, el gato le entregó a Anja un pequeño peine y una toalla.
-¡Mil gracias! -dijo Anja con una sonrisa enorme, porque le encantaba que le hicieran regalos, aunque fueran tan ex­traños como ésos.
Cuando Baba Yaga entró en el baño dispuesta a atrapar a Anja con sus propias manos, el gato se hizo el distraído, como si no supiera que su amiga ya se encontraba corrien­do a toda velocidad por la estepa.
-¡La has ayudado a escapar! -gritó furiosa Baba Yaga, que no por nada era bruja.
-¿Quién, yo? -preguntó el gato.
Baba Yaga sabía que no hay nada más inútil en esta vida que discutir con un gato, así que enseguida se puso un saquito para el frío, y salió corriendo detrás de su sobri­na-nieta-segunda.
Anja sintió que la bruja venía detrás suyo. Al ritmo al que iban, Baba Yaga la alcanzaría en pocos segundos. Mientras esquivaba ramas bajas y saltaba troncos caídos, metió la mano en el bolsillo de su vestido, sacó la toalla que el gato le había regalado y la lanzó hacia atrás sin mirar lo que pa­saba. La toalla dio un giro mágico en el aire, y así como si nada, se transformó en un gran río que le impidió a la bruja seguir corriendo.
-¡Los truquitos de magia no significan nada para mí! -dijo la bruja, profundamente ofendida. Volvió sobre sus pasos, realizó tres pases mágicos con sus largos y huesudos dedos, e hizo aparecer cinco bueyes. Los bueyes  se bebieron el a ua del río como uien se bebe un té.
Anja no tardó en darse cuenta de que la bruja había vuel­to a perseguirla. Esta vez con un poco más de dificultad -ya llevaba mucho tiempo corriendo- buscó en el bolsillo de su delantal, sacó el peine, y lo lanzó hacia atrás, tal como ha­bía hecho con la toalla. El peine giró y giró en el aire, y al caer al suelo, se convirtió en un profundo y oscuro bosque.
Esta vez la bruja Baba Yaga no tuvo tiempo de reaccionar. Antes de poder decir ni "abracadabra", se vio completa­mente perdida en medio de miles de árboles negros que no la dejaban moverse para ningún lado.
Anja logró escapar así, sana y salva, de las garras de su tía-abuela-segunda. Nun­ca abandonó su sonrisa constante y en toda su vida, jamás le faltó ni un solo amigo que le diera ayuda cuando ella lo necesitara.

Fuente: Azarmedia-Costard - 020

0.062.3 anonimo (rusia) - 020

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