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viernes, 3 de mayo de 2013

Jauja

Cuando nieva son buñuelos,
bizcochos y caramelos.
ALLELUYA DEL SIGLO XIX

Don Julio Caro Baroja, en su libro Jardín de flores raras, estudió con su habitual sagacidad muchas tradiciones peculiares: trataba. por ejemplo, la alquimia, los duendes, los ángeles y los monstruos. El profesor dedica un pequeño capítulo a la isla de Jauja o al país de ]auja, que tanto da. Según el historiador, los hombres han tenido una especial predisposición a imaginar lugares en los que el alimento v el placer brotan como por arte de magia. En estos lejanos países no es necesario trabajar, puesto que todo lo ofrece la Naturaleza, y la vida es un gusto constante.
En Europa existen términos parecidos a nuestro Jauja. Los franceses, por ejemplo, tienen su Pays de Cocagne, donde todo son delicias: en España tuvo cierto predicamento el País de la Cucaña. En un antiguo manuscrito medieval ya se habla de estas prodigiosas tierras. Se dice que un romero fue a Roma con la intención de ser absuelto. Pero sus pecados eran tan graves y había cometido tantos que el Papa le impuso como penitencia ir al País de la Cucaña, donde según se contaba las paredes de las casas eran manjares deliciosos y por los valles corrían ríos de vino y miel... En Holanda existe el Luylekkerlandt, con significados semejantes.
Respecto a Jauja la tradición supone que dicho lugar estaba en el actual Perú. Se dice que cuando el conquistador Francisco Pizarro llegó a aquellas tierras quedóse asombrado ante la inmensa fertilidad del país.
Además, la tierra florecía dos veces al año gracias a su clima favorable­y en las minas podían extraerse sin dificultad grandes pepitas de oro y metales preciosos. Allí fundó Pizarro una ciudad, en 1533, y las noticias que llegaban a España eran tan prodigiosas que el nombre de Jauja se identificó inmediatamente con un país maravilloso donde todos los placeres están al alcance de la mano.
Sólo un cuarto de siglo después se representaba en Castilla un
paso de Lope de Rueda titulado La tierra de Jauja (en El deleitoso, 1545). Según el dramaturgo, en Jauja se azotaba a los hombres que se aplicaban en el trabajo, porque la labor era innecesaria y perjudicial.

La tierra de Jauja es por demás fértil, pero en su seno guarda maravillas que nos asombran. Hay, para empezar, dos ríos: por uno corre leche y por el otro, miel. Entre un río y otro, los habitantes pueden disfrutar de una fuentecilla de mantequilla, en la que de tanto en tanto surgen hermosísimos requesones. Estos manjares van a caer al río de la miel y el viajero sólo tiene que alargar su mano para disfrutar de tales delicias. Por lo que toca a los árboles, puede decirse que la variedad es infinita, aunque destacan unas plantas en las que el tronco es de tocino y se asegura que los más tiernos brotes son como de panceta. Algunos arbustos no tienen propiamente hojas, sino hojuelas, que es un dulce exquisito. Los habitantes del país de Jauja suelen cortar las hojuelas de dicha planta y acercándose al río de miel, ponen unas gotas en el dulce, de donde se vino a decir que una cosa excelente es miel sobre hojuelas. Los asadores, como dice Lope de Rueda, son de «trescientos pasos de largo» y allí se amontonan todo tipo de viandas: conejos, perdices, capones, gallinas, patos... y más allá están las carnes rojas: buey, ternero, venado, cordero... Los pescados saltan a la orilla, como prestándose a ser comidos, y los hay muy variados y sabrosos, como el besugo y el rodaballo. Junto a los árboles y las rosaledas hay cajas con confituras, mermeladas, compotas, mazapanes y turrones; y unas grandes cubas de vino delicioso que parece ambrosía. Además, sin ninguna dificultad pueden encontrarse arcones con tortas de pan, arroz, huevos y queso.
Don Julio Caro Baroja transcribe una aleluya del siglo XIX en la que se nos ofrece más información. Se dice, entre otras muchas cosas jugosas, que en Jauja no hay pordioseros, porque todos son hombres galantes y nobles; los árboles tienen curiosos frutos: levitas y pantalones; y los chiquillos juegan a lanzarse a la cabeza bollos y dulces.
La temporada de lluvias es especialmente deleitosa: «los lunes llueven jamones, perdices y salchichones»; los martes caen del cielo pescados, albóndigas y cabrito; los miércoles pollos al chilindrón o con tomate, y de postre chocolate. Los jueves toca pavo asado y hojaldre; los viernes llueve queso, manzanas, avellanas, pasas e higos; los sábados caen puros y cigarrillos; y los domingos. chuletas y pan.
Otras curiosidades no menos notables merecen destacarse: las mujeres son, naturalmente, hermosas v dulces, v tan dulces son que le hacen el amor al hombre, no tienen vergüenza ni son mojigatas como en Castilla, y prefieren un fornicio ameno que perder el tiempo en galanterías y requiebros vanos. Como puede suponerse, no existe el matrimonio y cada cual busca mujer u hombre con el que gozarse; pero no es necesario entablar conversación ni conocerse. basta con gustarse y entregarse a los placeres de los besos v las caricias.
La alegría lo inunda todo, hasta el punto que la gente se muere de risa, y no por enfermedades ni padecimientos. Cuando hay un entierro, las mozas bailan y tocan los panderos adornados con cintas de colores. En las procesiones, en vez de cirios y santos, se llevan en romería lomos embuchados, chorizos culares y jamones.

Fuente: Jose Calles Vales

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