Translate

jueves, 25 de abril de 2013

Lo mínimo para comer


Después de haber empleado toda la ma­ñana en conseguir la comida que debía llevarle a su familia ese día, el hombre se sentó a descansar.
Lo hizo junto a una piedra, al borde del camino. El calor era tan agobiante que secaba las gotas de sudor antes de que pudieran deslizarse por el rostro.
Colocó a su lado el guanaco y las dos vicuñas que había cazado, y cerró los ojos para descansar.
Dos segundos después, lo despertó la sensación de que alguien estaba a su lado. Abrió los ojos, y la sorpresa le cor­tó el aliento. Sentado junto a él, con su pequeña cara blanca y su larga barba, estaba el Coquena. A su alrededor, quince vicuñas cargaban unos sacos grandes y pesados. Algo ex­traño había en esos sacos, pero por más que el hombre agu­dizaba la vista, no llegaba a darse cuenta qué eran desde esa distancia.
El Coquena lo distrajo.
-Explíqueme, amigo, por qué ha matado a esas criaturas -dijo, señalando a las vicuñas y al guanaco que yacían jun­to al hombre.
-Las he matado porque mi familia debe comer.
-El Coquena asintió con la cabeza, pensativo.
-Entonces, ya ha cazado todo lo que quería, ¿verdad?
-Estaba regresando a casa cuando me senté a descansar -contestó el hombre.
El Coquena acomodó su sombrero y volvió a pensar un rato. Luego se puso de pie, descargó una de las bolsas y se la entregó al hombre. Sin decir más palabra, se alejó con su rebaño.
El hombre miró su bolsa y vio que no estaba atada con una soga, sino con una víbora. Antes de que pudiera asus­tarse, la víbora se desenrolló, cayó al suelo y desapareció entre las piedras.
La bolsa estaba repleta de kilos y kilos de oro.
El hombre, llorando de felicidad, corrió hasta su casa a contarle a su familia lo que había sucedido.
De casualidad, aquella tarde lo estaba visitando su her­mano, un hombre rico, a quien lo único que le importaba era serlo cada vez más.
Al escuchar la historia, se dijo a sí mismo:
"Si por tres animales el Coquena le entregó una bolsa de oro, por treinta me entregará diez". Y sin dar explicaciones, partió hacia el cerro.
Esa tarde cazó treinta y cuatro vicuñas y catorce guana­cos. Cansado como nunca, se dejó caer en el mismo lugar del camino donde lo había hecho su hermano.
Cerró los ojos y se quedó dormido. Cuando despertó, el Coquena y su rebaño estaban junto a él.
-Explíqueme, amigo, ¿por qué ha matado a esas criatu­ras? -dijo el Coquena.
-Las he cazado para mí.
-¿Sólo para usted?
-No tengo familia ni nadie que me importe -dijo el her­mano, por lo que no tengo razón para repartir mi caza.
El Coquena se enfureció de pronto. El viento comenzó a soplar con fuerza, y la tierra volaba a tanta velocidad, que tener los ojos abiertos dolía.
-¿No sabes que debes cazar sólo lo mínimo para el sus­tento? -gritó el Coquena, y su voz, oculta tras la tormenta de tierra, parecía venir de todas partes. ¡¿No sabes que soy el patrón de los animales del campo y de los cerros?! Deberías haberlo pensado antes de despertar mi ira. ¡Te condeno a perder todas tus riquezas y a tener que dedicar­te a pastorear ganado hasta el último de tus días!
El viento dejó de soplar, y cuando la tierra volvió a asen­tarse, el Coquena había desaparecido.
Desde entonces, nadie se animó a quitarle al cerro más animales de los que necesitaba para comer.
Y así es como siempre debería haber sido.

Fuente: Azarmedia-Costard - 020

0.183.3 anonimo (colla) - 020

No hay comentarios:

Publicar un comentario