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jueves, 10 de enero de 2013

Comer con los puños

Un día, Nasreddín fue a la mansión del alcalde, que ofrecía un banquete a todos los habitantes del po­blado. Cuando el anfitrión vio sus andrajosos hara­pos, le ordenó que se sentara en el sitio más alejado de la gran mesa, que era el lugar reservado a las per­sonas menos distinguidas. Sin decir nada, Nasreddín degustó aquellos manjares y regresó a su casa.Tiempo después, el alcalde volvió a celebrar otro banquete popular. Esta vez, Nasreddín se vistió con una espléndida túnica y se presentó a la fiesta.
El anfitrión, al ver su atavío, le condujo al lugar re­servado para la gente importante.
Cuando sirvieron las delicias, Nasreddín, ni corto ni perezoso, empezó a introducir la comida en la man­ga de su túnica.
-¡Señor! -exclamó el alcalde. Me íntrigan sus mane­ras de mesa, pues son realmente novedosas.
-No hay ningún misterio -contestó Nasreddín. La verdad es que esta túnica tiene su mérito; si no fuera por ella, yo no podría sentarme a su lado. Por eso­ merece su ración.

0.084.3 anonimo (persia) - 013

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