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viernes, 11 de enero de 2013

Brynhilda y vran

El rey regín tenía varios hijos. El más pequeño se llamaba Vran. Ninguno tenía interés en abandonar el hogar pa­terno, a excepción de Vran. Tanto y tanto insistió, que se salió con la suya. Su padre le dio permiso para partir y le ofreció caballos y hombres para que le acompañasen por los caminos difí­ciles de las selvas.
Vran no quiso aceptar nada y mar­chó solo. Al poco tiempo de caminar se encontró ante un caserón enorme, y, llamando a la puerta, un gigantón salió a recibirle y le preguntó qué que­ría. Vran, que era muy valiente, le dijo que buscaba trabajo.
El monstruo se sonrió y le respon­dió que si buscaba eso se lo daría pron­to. A partir de ese día, Vran entró a su servicio. El primer día el monstruo salió con sus cabras, y le dejó encarga­do de la limpieza de la cuadra, advir­tiéndole. que no era cosa fácil, aunque. él no lo creyese así. El príncipe Vran pensó: «Vaya suerte que he tenido al buscar un patrón tan benigno.»
Calculaba él que le sobraría tiempo, y se puso muy contento, pensando en los cuartos en que el gigante le había prohibido entrar. Pasó más tiempo, y Vran pensó: «¿Qué más dará? Voy a ver lo que hay dentro.»
Abrió la primera puerta y halló un cuarto vacío, a excepción de una olla que hervía, aunque no había fuego de­bajo. Cerró, y se acercó a la segunda puerta. En este cuarto había dos ollas hirviendo, sin fuego debajo. Destapó las ollas para ver lo que había dentro. En la primera había plata derretida, y en la otra, oro. «¡Caramba!» -se dijo el príncipe, mi padre no es pobre; pero nunca he visto tanta riqueza. Por fin se acercó a la tercera puerta, y, al abrirla, se encontró ante una princesa de aspecto bellísimo sentada en un banco.
-¡Por Dios! -exclamó la prince­sa, ¿qué queréis en esta casa de des­gracia?
Vran le explicó quién era y cómo había encontrado el día anterior una colocación con. el gigante.
-Pues, querido Vran, te deseo bue­na suerte, puesto que todas las labores de aquí son dificilísimas.
Vran, que estaba muy optimista, le dijo que no era de su parecer, puesto que la faena de su primer día no con­sistía más que en limpiar la cuadra del dragón.
-¡Ay! -dijo ella, si no sigues mis consejos, jamás terminarás de lim­piarla. Mira, Vran: encontrarás una horquilla para el estiércol, detrás de la puerta de la cuadra; no intentes utili­zarla como todos los tenedores norma­les; cógela al revés y utiliza el mango, de esta manera podrás limpiar la cua­dra; sino, te será imposible, y cuando venga el gigante montará en cólera y te matará.
Vran, a decir verdad, no hizo mucho caso, y siguió hablando con ella. Pasa­ban las horas, y la princesa Brynhilda le tuvo que recordar su deber de lim­piar la cuadra, si es que quería ver sa­lir el sol al día siguiente. Vran fue a la cuadra y se dispuso a limpiarla, pero cuanto más la limpiaba, más sucia es­taba. Entonces se acordó del consejo de la princesa: invirtió la horquilla y en pocos momentos vació la cuadra de inmundicia y basura. Al cabo del tiem­po, el monstruo volvió de cuidar a sus cabras y le preguntó si había limpiado la cuadra.
-Sí, señor -respondió el prínci­pe; está perfectamente limpia.
-Lo veremos- le contestó el gi­gante, y fue a la cuadra.
Segundos después volvió el gigante y juró que la princesa se lo debía de haber dicho, pues él solo no podía ha­ber dado con el ardid para limpiarle la cuadra. Vran puso cara de inocente y le preguntó qué princesa era ésa. Pero el coloso contestó que ya tendría tiem­po de conocerla. Al día siguiente le mandó que fuese a recoger su caballo, que estaba en la ladera de la montaña, pero que bajo ningún pretexto entrase en los cuartos prohibidos. El príncipe asintió con la cabeza y, apenas salió el gigante, entró para hablar con Bryn­hilda, y otra vez le preguntó ella cuál era la misión del día, y Vran se lo con­tó. Brynhilda le dijo:
-Mira, coge el bocado que está col­gado detrás de la puerta, y con ese bo­cado saldrás a buscar el caballo del dragón. No te asustes, porque te atacará, echando fuego y llamas por la boca y la nariz. Déjale pasar, y, cuando esté a tu alcance, le colocas el bocado; en el acto se volverá suave y manso como un cordero.
Como le sobraba tiempo Vran se quedó hablando con la princesa, y otra vez ella le tuvo que recordar su obliga­ción si no quería morir. Vran fue a bus­car el corcel, y, en efecto, lo encontró tal como le había dicho Brynhilda. Lo dejó pasar y le metió el bocado en la boca, y al punto el caballo se puso dó­cil como un cordero. Vran lo montó y lo dejó en la cuadra. A poco de volver el príncipe, el gigante regresó y pregun­tó si había traído el caballo. Vran le contestó que no sólo lo había traído, sino que lo había montado, y que le pa­recía un animal magnífico. El mons­truo salió corriendo y al volver dijo que, desde luego, se lo debía haber explica­do la princesa. Vran volvió a poner cara de tonto y preguntó de qué prin­cesa hablaba, pues él no había visto nin­guna. El gigante le dijo:
-Ya tendrás tiempo de conocerla.
Al día siguiente el gigante mandó a Vran que se desplazase al Averno a re­coger sus haberes. Vran se quedó tan tranquilo, como si eso de recoger los impuestos en el infierno fuera algo habitual. El monstruo volvió a salir con sus cabras, como todos los días, y Vran, como de costumbre, fue a ver a la princesa. Brynhilda le preguntó cuál era el cometido del día, y él le dijo que tenía que ir al infierno a recoger los haberes del gigante, y como nunca ha­bía estado allí, estaba pendiente de cómo lo había de hacer. La princesa le explicó que tenía que ir hasta la parte baja de la montaña. Allí se encontraría con una gran piedra apoyada contra el muro y junto a ella una maza de hierro; con esta maza golpearía la piedra tres veces, y el diablo en persona le abriría la puerta y le interrogaría sobre sus intenciones. Él tenía que darle cuenta de la orden recibida y entonces el dia­blo le preguntaría que cuánto se quería llevar. A eso había que responder que todo lo que pudiese transportar un hombre normal.
Vran partió después de hablar con Brynhilda largo rato. Llegó al sitio que le habían descrito. Delante de la piedra vio la maza; la cogió y golpeó tres ve­ces, como le había mandado la prince­sa. Al instante el diablo abrió la puerta y le preguntó qué es lo que quería. Vran le dijo que venía de parte del gigante a recoger sus ganancias. Acto seguido, el diablo le preguntó que cuán­to se iba a llevar, y Vran le replicó que tanto como pudiese cargar un hombre normal. El diablo le dijo que había te­nido mucha suerte, ya que, de lo con­trario, le hubiesen dado más de la carga de un caballo. Al entrar el príncipe vio los tesoros del mundo tirados por los suelos. Recogió lo que buenamente pudo llevarse y partió para el castillo del dragón.No bien hubo depositado su carga, cuando el gigante entró pregun­tándole si había traído sus ganancias del infierno. Vran le contestó que sí, y le enseñó el saco que había traído. El monstruo estaba francamente enojado, y así se lo demostró a Vran, diciéndole que seguramente se lo había dicho la princesa. El príncipe volvió a poner la misma cara de necio que los días ante­riores. Pasó la noche sin más novedad y al día siguiente el gigante le llamó para que conociese a la princesa. Vran entró, y Brynhilda y él se miraron como si nunca se hubiesen visto, mientras el ogro acechaba a los dos para ver la cara que ponían. Pero no descubrió nada. Entonces se dirigió a Brynhilda y le dijo:
-Mira, tienes que cortarle el cuello y meterle en el puchero, para mi co­mida de hoy.
Dicho esto, el gigante se echó a dor­mir, y sus ronquidos eran como true­nos. Brynhilda le cogió el dedo y le hizo una pequeña cortadura para que salie­ran dos gotas de sangre; después cogió todos los trastos y zapatos viejos que había en la casa y los echó al puchero. Llenó un cofre de oro, cogió un pilón de sal, una manzana de oro y dos galli­nas de oro, y a continuación huyeron ambos príncipes. Llegaron al mar y em­barcaron. De dónde sacaron el barco, la historia no lo cuenta. El gigante se des­pertó y preguntó si la sopa estaba he­cha, y la primera gota de sangre con­testó que no. El dragón dio media vuel­ta y siguió durmiendo. Al poco rato se percató del engaño y salió en persecu­ción de los fugitivos. Pero ya habían lle­gado al otro lado del mar y no pudo hacer nada más que tirarse de los pelos. En cuanto se acercaron al palacio del padre de Vran, éste se empeñó en que Brynhilda no fuese a pie, ya que él se adelantaría y enjaezaría seis caballos a una carroza y vendría a buscarla. La joven insistió en que prefería ir a pie, pero no hubo manera. Entonces la prin­cesa le dijo lo siguiente:
-Mira, vete; pero enjaeza en ss­guida los caballos y vuelve sin hablar con nadie. Todos te estarán esperando, y ten cuidado de no comer; de lo con­trario, nos ocurrirán desgracias y me olvidarías.
El príncipe marchó, bien convenci­do de que nada le podría hacer olvidar a su princesa. Llegó al palacio, y, en efecto, le estaban todos esperando y le invitaron a pasar, mas él no quería hablar con nadie. Una de sus tías le dijo:
-Ya que no quieres hablar con nos­otros, come esta manzana.
Y la tía de Vran dio al príncipe una manzana. El, por no hacerse el extraño, le dio un bocado, y en el acto se olvidó de Brynhilda y de todo lo que le había prometido.
En vano esperaba la princesa. Y en­tonces, sabiendo de antemano lo que había ocurrido, se construyó una casa de oro puro.
A los pocos días, el hermano de Vran se casó, y los novios y sus fami­liares salieron en la carroza para ir a la iglesia. Pero los caballos, al pasar por delante de la casa de la princesa, no pudieron moverse, y entonces la princesa les prestó una ternera, que les llevó más velozmente que el mejor de los caballos de la cuadra del rey.
A la vuelta se reunieron todos para festejar la boda del hermano mayor, y al soberano se le ocurrió decir:
-¿Por qué no invitamos a la joven que nos prestó la ternera mágica? Nos hizo un gran favor.
A todo el mundo le pareció bien. La princesa, al conocer la invitación opinó que si el rey deseaba que fuese tendría que venir en persona. Así, pues, el mo­narca fue a buscarla y la trajo a palacio. La princesa se llevó consigo las dos ga­llinas de oro que había sacado del cas­tillo del ogro y la manzana. A las galli­nas las puso sobre la mesa, y en el acto comenzaron a pelearse hasta ver quién conseguía la manzana.
Vran, entusiasmado con la pelea, dijo:
-Mirad cómo se pelean y tratan de coger la manzana.
Brynhilda, mirándole fijamente, le dijo:
-Así nos batimos nosotros para lle­gar hasta aquí.
En el acto se acordó el príncipe de todo, se postró a los pies de la joven, y le pidió perdón por haberse olvidado de ella. La princesa le otorgó el perdón y le dijo:
-No es tuya la culpa, sino de tu tía, que es parienta del gigante y que nos ha querido separar para vengar la muer­te del monstruo.
Para castigar a su tía la hechicera, que había lanzado el hechizo sobre su persona, el príncipe mandó atarla a veinticuatro caballos salvajes, que no dejaron de ella ni rastro.
La alegría del rey fue inmensa al sa­ber quién era la princesa, y festejaron doblemente en el palacio el aconteci­miento: las bodas del hijo mayor del monarca y de Vran con la princesa Hryn­hilda.

Fuente: Antonio Urrutia

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