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jueves, 10 de enero de 2013

Baile en un cráneo de búfalo

La noche había caído sobre la pradera. Las estre­llas parpadeaban brillantes con sus luces rojas y ama­rillas. La luna era todavía joven, apenas un hilo plateado entre las estrellas que pronto desapareció tras el horizonte.
Debajo, la tierra parecía negra como el carbón. Hay en la llanura gentes nocturnas que aman la os­curidad, y bajo su manto se reúnen para retozar bajo las estrellas. Entonces, cuando sus agudos oídos per­ciben alguna pisada extraña en las cercanías, se dis­persan y corren a ocultarse en las profundas sombras de la noche. Allí están -piensan- a salvo de todos los peligros.
Ocurrió, pues, que en una de esas noches negras, en plena planicie, un par de bolas de fuego salieron deslizándose del fondo del río. Se fueron adentrando más y más en la llanura, haciéndose cada vez más grandes y brillantes. La oscuridad ocultaba el cuerpo de aquella criatura de ojos tan fieros, que avanzaban apenas sobresaliendo de las hierbas de la pradera. Bien podría tratarse de un gato salvaje merodeando con pasos suaves y sigilosos. Lenta pero inexorable­mente, los terribles ojos fueron aproximándose más y más al corazón de la pradera.
Allí, en el interior de un enorme cráneo de búfalo ¡se celebraba una alegre fiesta! Los pequeños ratonci­tos de campo cantaban y bailaban en círculo al son de un tambor diminuto. Reían y charlaban mientras los cantores selectos cantaban una alegre canción.
Habían encendido una pequeña hoguera en el cen­tro mismo de su extraño salón de baile, y la luz se desparramaba desde el interior del cráneo del búfalo a través de todas sus curiosas cuencas y cavidades.
Una luz en la llanura en medio de la noche era al­go poco corriente, pero tan felices estaban los rato­nes que no escuchaban siquiera los "kin, kin" de los pájaros soñolientos turbados por el inusual fuego. Una manada de lobos, temerosos de acercarse a aquel fuego nocturno, se detuvo a cierta distancia y, apuntando muy juntitos con sus morros afilados ha­cia las estrellas, se pusieron a aullar y gruñir lastime­ramente. Ni siquiera a esto prestaron atención alguna los ratoncillos, felices en el cráneo del búfalo.
Los ratones -estos diminutos seres peludos- feste­jaban y bailaban, cantaban y reían. Mientras tanto, el par de ojos fieros continuaba avanzando por la os­curidad desde el fondo del río.
Cada vez más cerca, más ágiles, más fieros y res­plandecientes, los ojos comenzaron a moverse hacia el cráneo del búfalo. Sin sospechar nada, los felices ratoncillos roían y mordisqueaban pedazos de carne y raíces secas. Los cantores empezaron otra canción. Los tamborileros llevaban el ritmo, moviendo acom­pasadamente sus cabezas de un lado a otro. Los rato­nes saltaban en su corro en torno al fuego, botando con fuerza sobre las patitas traseras. Algunos lleva­ban la cola entre los brazos, mientras que otros la de­jaban arrastrar orgullosamente.
¡Ah! ¡Muy cerca están ya esos redondos ojos ama­rillos! Parecen arrastrarse pegados al suelo, aproxi­mándose al cráneo del búfalo. De pronto, ¡se colocan en las mismísimas cuencas de los ojos del iejo cráneo!
“¡El espíritu del búfalo!" -chilló un ratón asusta­do, y saltó fuera por un agujerito de la parte poste­rior del cráneo.
"¡Un gato! ¡Un gato!" gritaron los demás, pug­nando por salir corriendo de allí a través de agujeros grandes y pequeños. Luego, en silencio, huyeron y se perdieron en la oscuridad.

0.175.3 anonimo (sioux) - 014

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