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jueves, 20 de diciembre de 2012

La virgen del carbayo

Hay en la vida una encrucijada a donde concurren, de modo insospechado, circunstancias vitales que marcan sen­dero en el devenir del tiempo. La historia es testigo porque, como la leyenda, recoge hechos que sufrieron la impronta de un acontecimiento que viene a trastocar de raíz la fisono­mía de un pueblo, de un grupo étnico o bien de una simple cosa.
Esto es lo que ocurrió en nuestro caso.
Hace muchos años habíanse propuesto los habitantes de aquella parte de la parroquia de Ciaño, en el concejo de Langreo, construir una ermita en honor de Nuestra Señora. Como lugar más propicio habían elegido el llamado de la Armada.
Se afanaban, desde hacía pocos días, en el trabajo. Salta­ban las esquirlas de las rocas al golpe recio del martillo, diestramente manejado por los vecinos. El viento traía el olor dulce de los pomares y alguna que otra tonada aldea­na. Todo era alegría en el rincón donde se construía la capi­lla.
Pero aconteció lo inesperado. Cierta mañana, cuando los operarios llegaron al lugar donde comenzaba a levantarse la capilla se sintieron confusos por la sorpresa. La parte edifi­cada y los materiales allí acopiados habían desaparecido. Miráronse asombrados los devotos vecinos. En sus rostros podían leerse todas las impresiones y sentimientos que el hecho les producía. Mas su sorpresa no tuvo límites cuando comprobaron que el pan y el queso que guardaban para su frugal almuerzo habíanse convertido en piedra.
Todavía estaban en esta contemplación, sin atreverse a pronun-ciar palabra, meditando sobre los hechos, cuando de repente se vieron deslumbrados por un rayo de luz, y la imagen de la Santísima Virgen brotó como fogonazo res­plandeciente de hermosura en el tronco de un carbayu (ro­ble) que se erguía en aquel mismo lugar.
Aterrados cayeron al suelo y de sus torpes mentes brotó copiosa y sincera la plegaria.
Dio, entonces, comienzo la edificación de la nueva ermi­ta, situándola en el lugar que ocupa hoy; exactamente en el mismo que tenía el carbayu en que se apareció la Virgen.
Las piedras que fueron un tiempo pan y queso, cual san­tas reliquias, eran tocadas después por los devotos que allí acudían en busca de remedio para sus dolencias. La campa­na de la ermita se convirtió en verdadero valladar para temporales y nuberos, si se tocaba al presentarse éstos.
Todos los años, desde aquella lejana fecha, se viene cele­brando, el 8 de septiembre, una afamada romería, a donde acuden inconta-bles romeros de Langreo y de los concejos li­mítrofes. Así nos la rememora la lírica popular:

«Tengo subir al Carbayo
el día 8 de septiembre,
y le llevaré a la Virgen
un ramín de caña verde»[1].

Leyenda religiosa

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] El mayor número de datos los debemos a Cándido Fernández Riesgo (1890-1974), ilustre cronista oficial de Langreo, con cuya amistad nos vi­mos honrados. Vide BELLMUNT, O., y CANELLA, F., Asturias, T. III, Gijón 1897, pp. 121-122; F. RIESGO, C., El Santuario de Nuestra Señora del Carbayo, Langreo, en BIDEA, núm. 37, Oviedo 1959, pp. 270-282; GON­ZÁLEZ SOLÍS, P., Memorias Asturianas, Madrid 1890, p. 389; JUESAS LATORRE, A., Santuarios célebres. La Virgen del Carbayo, en C, núm. 151, Covadonga 1928, pp. 458-460.

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