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jueves, 20 de diciembre de 2012

La princesa encantada

No hay constancia en las historias, ni datos en las cróni­cas acerca de aquella mujer maravillosa; su nombre como mil detalles más lo oculta el pasado y sólo se sabe el presen­te por la tradición, que esconde la verdad, que modifica los hechos, pero que siempre encanta y siempre cautiva.
Cuenta, pues, la tradición que hace muchas centurias, y en la poética ciudad de Cangas de Onís, vivía un rey con una hija joven y bella; todos los nobles, prendados de su hermosura, disputaban su corazón. Pero a nadie correspon­día, a todos desdeñaba y de ahí que su padre, el rey, con severidad y con cariño tratara de hacerle comprender la ne­cesidad, por razones de Estado y para tranquilidad suya, de un enlace digno de ella.
Empero, la princesa, decidida a casarse únicamente por amor, desoía consejos y proposiciones; eso sí, asistía a los oficios, hacía caridades, y todo aquel que imploraba su au­xilio la tenía a su lado, en el umbral de la choza, lo mismo que junto al lecho del moribundo. Mientras, el monarca sentíase envejecer y cada vez más ansiaba sucesión para su trono.
Haciéndosele imposible la espera, un día ordenó el rey que la trajeran a su presencia y, con acento severo, advir­tióle:
-Tienes ocho días para elegir marido, si es que no quie­res exponerte a la suerte de un castigo.
-Breve me lo fiáis -contestó la joven; no me casaré hasta tanto no me sienta firmemente enamorada.
Había transcurrido el tiempo prefijado y propúsose el rey dar cumplimiento a su palabra. Sin expresarle sus propósi­tos, invitó a la princesa a un paseo y la condujo hasta un paraje de Abamia, donde se abría una cueva de la que el vulgo contaba cosas extraordinarias: decían unos que de allí salían gemidos y suspiros; referían otros que su interior co­municaba con el mismo infierno: no faltando quien asegura­ra que allí habitaba el misterioso cuélebre.
Abandonó el rey su montura y con curiosidad fingida acercóse a la puerta de la cueva; otro tanto hizo la princesa, momento que el padre aprovechó para, mirándola muy fija­mente, conjurarla con estas palabras:

«En esta cueva te meterás
y cuélebre le harás
y el que contigo quiera casar
tres besos en la lengua te tiene que dar».

Y al instante la frágil y bella princesa se convirtió en es­pantoso cuélebre que se deslizó pesadamente cueva aden­tro.
Cumplido el castigo, pesaroso, retornó el rey a palacio. Pero no supo que en las proximidades de la cueva andaba un pastor, mozo apuesto, que vio el encantamiento y oyó el conjuro. Armado de valor, penetró en la cueva, cogió al cuélebre, sujetándole bien la cabeza, y le dio los tres besos en la lengua. Al instante se rompió el conjuro y apareció la princesita, radiante, serena y pletórica de hermosura.
Asegura la tradición que esta vez sí se enamoró la prince­sa de su salvador, que se casaron y que fueron reyes felices [1].

Leyenda mitologica

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] Testimonios de Alfonso González García, Angel Cuervo y Perfecto González; vide CABAL, C., La mitología asturiana, Oviedo 1983, pp. 327-­328; CARDÍN SÁNCHEZ, H., La cueva de los suspiros, en LVA, 17 de mayo de 1970: GARCÍA DE DIEGO, V., o.c, pp. 304-305. Este tipo de narraciones, tan frecuentes en Asturias, a primera vista, podrían suponerse préstamo de la mitología clásica; pero al hallarse el tema en países y zonas sin relación de cultura o con señales internas de ser independiente, hay­que considerarlo en ellos como autónomo por la identidad del género hu­mano o por la semejanza del clima mental. En Asturias hemos localizado la leyenda en Gozón, Luarca, Oviedo. Llanes, C:aravia. llieres, etc.

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