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miércoles, 19 de diciembre de 2012

La corona de estrellas

Es creencia marinera de Asturias que la Virgen quiso es­tablecer su morada por los contornos del litoral oriental, desistiendo de ello porque en todas partes se sentía el rumor del mar.
No alcanzamos la razón de tal asentimiento tradicional, toda vez que en Gijón, y dominando el mar, se halla la capilla de la Virgen de la Providencia; en Pimiango, la Vir­gen de Tina; en Ribadesella y Llanes, los santuarios de la Virgen de Guía, tan próximos al mar que deben alcanzarles las espumas salobres en los días de tempestad; lo mismo en otros lugares del occidente astur: Virgen de la Blanca, en Luarca, y la Virgen de la Barca, en Navia.
El Romancero, por otra parte, asegura que la Virgen na­vegaba en busca de Cristo:

«Navegando va la Virgen,
navegando por la mar;
los remos trae de oro
y la barca de cristal,
el remador que remaba
va diciendo este cantar:
Por aquella cuesta arriba,
por aquel camino real,
por el rastro de la sangre
a Cristo hemos de encontrar»[1]

En otro romance, recogido por nosotros en Llanes, se di­ce que los moros perseguían a la Virgen para prindarla y llevarla cautiva a Turquía:

«Por la mar vienen los moros
que quisiéranla prindar,
y ella escapa tierra adentro
mucho lejos de la mar».

Fue hace muchos años cuando, antes del alba, una joven bellísima, la Virgen, arribó a Cuevas del Mar, en Nueva de Llanes. Una mula ataviada al estilo oriental, que un hom­bre de más de media edad llevaba del diestro, esperaba a la Virgen. De inmediato se inicia la andadura.
La más hermosa estrella brillaba sobre el Pico de Socam­po, y una aurora plácida anunciaba la mañana próxima lle­na de tibiezas y armonías. Presurosos, dos pescadores acu­dían con sus cañas al hombro para ocupar sus atalayas al repunte de la marca. Y los dos pescadores, porque eran lim­pios de corazón, vieron el cortejo; y oyeron que el hombre que llevaba del diestro al animal dijo a la mujer con acento dulce:
-¿Aquí, mi Reina?
Alguien habló en el regazo de la mujer:
-Suena el mar, madre mía; subamos más.
Vieron entonces los pescadores que entre los brazos de aquella mujer había una corona de estrellas que alumbraba como el sol y cuyo reflejo alcanzaba y envolvía la parroquia de San Jorge; la Peña de San Antón y los acantilados de Villanueva también se alumbraron.
Creyeron los pescadores que era un encanto; tuvieron mie­do e invocaron a Santa María diciendo: ¡Ave María Purísi­ma! Pero el encanto no se deshizo. Se arrodillaron apoyando las conteras de sus cañas en las arenas de la playa y, fasci­nados por la corona de cstrcllas, cayeron desvanecidos. Las cañas tenían su sedal con tres anzuelos cada una.
Se deshizo el encanto cuando la Virgen se envolvió en su manto, ocultando cuidadosamente en su regazo el fulgor de la corona. El sueño de los pescadores quedó envuelto en las sombras.
Siguen tierra adentro. La estrella que brillaba en el Pico de Socampo había inclinado su disco más a Occidente y proyectaba su luz sobre la falda de la Peñe, mirando hacia Pría. Como siguiendo el curso de aquella luz celeste, los viajeros llegaron a Ruhazón, y por un estrecho y tortuoso sendero escalaron la ladera de la Peñe. Rendido por la fati­ga, a cierta altura, en el lugar conocido por la Valleyona, se detuvo el hombre. Tornando su mirar piadoso, preguntó a la Virgen:
-¿Aquí, mi Reina?
Ella desciñó otra vez el manto. Sobre su corazón brilló de nuevo la corona de estrellas con tanta intensidad que todo el paraje se inundó de luz; inclinó su rostro sobre la corona de estrellas que brillaba sobre su corazón y preguntó con cariñoso interés:
-¿Aquí, mi Rey?
De nuevo el Hijo hubo de contestar:
-Aún se oye el mar, madre mía; subamos más.
Prosiguieron la ascensión.
La pequeña cabalgadura pasó por la Cruz del Regón. Unos pastores, mañaneros como las alondras, tenían sus apriscos en Joncima. Los pastores, que también eran lim­pios de corazón, vieron que se iluminaba Paraperi con una lumbre maravillosa; el Niño resplandecía como un foco de luz. En el cielo no había otra luz que la de aquella estrella brillante ocultándose detrás del Pico del Sol.
Despertaron una vieja, astrosa y maldiciente, que aquella noche dormía en los apriscos, y le pidieron explicación de la maravilla:
-¡Malditos de vosotros -dijo ella- que me habéis qui­tado el sueño! Todavía es noche, nada veo. Estáis locos, pastores malditos.
Para ver la luz divina se requiere la gracia de Dios. Los pastores, que tenían diafanidad en el alma, pudieron ver con admiración que en aquella amanecida había cruzado derecho a la Paserina una Virgen bellísima sobre una mula que un hombre llevaba del ramal; que la Virgen llevaba en el regazo un precioso niño con una corona de estrellas tan luminosa que alumbraba hasta las borizas de la marina y más allá de la mar.
Atraídos por una fuerza misteriosa se fueron los pastores en pos de los viajeros, y en pos de los pastores se fueron los rebaños.
La vieja, porque no veía la celeste luz, se tumbó a dormor maldiciendo de los pastores que le habían turbado el sueño.
Una muralla de rocas atajó el paso a los viajeros. La estrella brillante se había pcultado detrás de los montes. No había paso practicable para la cabalgadura. Pero también allí llegaba el rumor rencoroso y lejano del mar: Los moros podían ganar la playa y prindar a la Virgen. El hombre vol­vió a hablar:
-Aún se oye el mar, mi Reina, y no tenemos paso. Entonces la Virgen extendió su brazo hacia la muralla de rocas y dijo:
-Ábrete, peña dura, y deja paso a mí y a mi mula.
Tembló la tierra, se estremeció el monte y, desplomándo­se un enorme bloque de roca, abrió un portillo por el que pasó la Virgen para huir del mar[2].

«De día andando en el monte,
de noche en camino real».

Llegaron a Covadonga, instalándose para siempre la Vir­gen en la Santa Cueva.
En la Peñe de Pría, también término de Llanes, a unos setecientos metros de altitud, se ve el Portellín por donde, según la tradición, pasó la Virgen camino de Covadonga, dejando la mula marcadas las herraduras en la roca en el sitio hoy llamado Patada de la Mula. En Caravia recogió Aurelio de Llano este romance:

«Allá arriba hay un portillo,
nunca le he visto cerrado,
por allí pasó la Virgen
de vestido colorado;
el vestido que traía
lo trae todo manchado,
que lo manchó Jesucristo
con la sangre del costado»[3].

En el valle de Piedra había un enorme abismo que, para dejar paso a la Virgen, se llenó con una avalancha de rocas derrumbadas al abrirse el Portellín; y al otro lado del For­cón existe un bloque rectangular de grandes dimensiones, que llaman la cama de Surpedro, en que quedó convertido el lecho de la vieja maldicente[4].

Leyenda marinera

0.100.3 anonimo (asturias) - 010




[1] MENENDEZ PIDAL, ,J., o.c., pp. 264-265; CANELL.A, F., o.c., p. 451; FEITO, J. M., Los romances de Somiedo, en BIDEA, núm. 37, Ovie­do 1959, p. 283; MARTINEZ, E., Floresta de antiguos romances, en EOA, Llanes, 17 de mayo de 1969, p. 6.
[2] Asegura la tradición que la Virgen pasó a pie y dejó la huella de su zapato en el lugar conocido hoy con el nombre de «Zapato de la Virgen». Como en el resto de España, el tema de las huellas legendarias es en Astu­rias inagotable. En ocasiones, la huella es el deterininante de la leyenda, forjada como explicación a la que invita la señal misteriosa; pero en otros muchos casos no es la idea propulsora de la leyenda, sino mera oportuni­dad para introducir un episodio.
[3] El libro de Cararia. Oviedo 1919, p. 200.
[4] MARTÍNEZ, E., Tradiciones marianas de Asturias, en BIDEA, núm. 83, Oviedo 1974, pp. 795-800. Nos contó la leyenda, por primera vez, el gran poeta y amigo Emilio Pola (1912-1967), que hasta tuvo la amabilidad de proporcionarnos una redacción antigua. Más tarde, por el año 1970, al recorrer los itinerarios de la leyenda topamos en el Valle de San Jorge con dos narraciones muy similares. Ahora nos asalta el interro­gante: ¿no se tratará de copias de algún impreso?

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