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martes, 18 de diciembre de 2012

El elefante

El gran elefante, por naturaleza, tiene lo que en los hombres se encuentra muy raramente: honestidad, prudencia y justicia.
Los elefantes son religiosos, y lo demuestran cada vez que aparece la luna nueva: para saludarla solemnemente descienden al río y hacen repetidas abluciones. Cuando están enfermos se tumban por tierra y con la trompa prenden flores y hierbas y las tiran hacia lo alto, como si hiciesen una ofrenda votiva.
Los viejos, cuando pierden los colmillos, los sepultan. Generalmente se sirven de un colmillo para desenterrar las raíces con que se alimentan, mientras conservan el otro para defenderse.
Cuando están rodeados de cazadores y comprenden que ya no pueden resistir el cansancio, golpean los colmillos contra los árboles hasta desprenderlos. Saben que los hombres los matan solamente para llevarse sus colmillos, y así salvan la vida.
Un día un elefante encontró a un hombre solo y extraviado en la selva. Se acercó a él y le invitó a que lo siguiera para que así encontrase el camino. Otro día, por el contrario, vio nada más que la huella de unos pasos: entonces, temiendo una emboscada, se detuvo, barritó y mostró las huellas a sus compañeros, y fueron avanzando, con cautela, unos junto a otros.
Casi siempre viven en manadas con el más anciano a la cabeza y el segundo en edad cerrando el grupo.
Son muy pudorosos y sólo se aparean de noche, a escondidas; luego vuelven al rebaño, pero lavándose primero en el río.
No combaten jamás por una hembra, como hacen otros muchos animales, y con el débil se portan con benevolencia; si encuentran un hato o un rebaño de animales, levantan la trompa para no golpear a ninguno, y no responden si son provocados.
Una vez, un elefante cayó en una trampa y entonces todos los elefantes de le manada se pusieron a tirar ramas y piedras al foso para llenarlo y dejar salir al que había caído.
Cuando sienten gruñir a los cerdos se aterran, y en su retirada hacen más daño a sus compañeros que al enemigo.
Aman los ríos, pero como son tan pesados no saben nadar. Comen piedras, pero los troncos de los árboles son su comida preferida. Odian a los ratones. Las moscas, en cambio, se sienten atraídas por su olor, pero cuando las sienten encima arrugan la piel, matándolas.
Si han de atravesar un río, mandan a los pequeños aguas abajo, mientras los mayores remontan la corriente, y así, con su mole, forman un dique para impedir que el agua arrastre a sus hijos.
El dragón es el enemigo del elefante y lo ataca echándose bajo su vientre; con la cola le inmoviliza las patas y con las alas y las branquias se ciñe alrededor de su tronco, mientras con los dientes lo degüella.
Pero el elefante, al desplomarse, cae sobre el dragón y con su peso lo aplasta; y así, al morir, se venga de su asesino.

(de Leyendas: Elefante. H. 19 r. 20 v.)

1.082. Da Vinci, Leonardo - 012

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