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lunes, 3 de diciembre de 2012

Cómo apareció la noche

Los indios dicen que antes, en el princi­pio de todas las cosas, no había noche. Todo el tiempo era día, siempre día. La noche estaba aún adormecida en el fondo de las aguas. Era una sombra extendida en el fondo del río.
En aquel tiempo no existían animales y todas las cosas hablaban. Todas las cosas que hoy enmudecieron, antes hablaban: las pie­dras, los árboles, las aguas, los caminos... Todas las cosas hablaban.
Todo era día, y por eso nadie dormía. Sucedió entonces que la hija de Cobra Grande[i] se casó con un joven que era hermoso, fuerte y que tenía tres servidores fieles.
Un día, el joven dijo a los tres muchachos:
-¡No os quedéis siempre ahí parados; idos a pasear! ¡Quiero dormir!
Llamó a su mujer y le dijo:
-Tengo sueño. ¡Vamos a dormir!
La hija de Cobra Grande le respondió:
-¡No anocheció todavía!
El marido insistió:
-Bien sabes que no existe la noche; sola­mente hay el día...
-Sí existe -respondió la mujer. Mi padre tiene la noche. Yo no puedo dormir de día. Si quieres que yo duerma también, vete a buscar a la noche, que está con mi padre, allá del lado del río grande, en el fondo de las aguas.
El joven llamó a sus servidores y pidió a la mujer que les explicase lo que debían hacer. Ella les dijo:
-Id a casa de mi padre y traedme lo que él me envíe, pero ¡con mucho cuidado! ¡Con mucho cuidado!
No agradó al marido la insistencia de la mujer y le replicó:
-No necesitas recomendar dos veces lo mismo. Ellos saben hacer lo que se les manda.
Los tres muchachos tomaron inmediata­mente una canoa y partieron, río arriba, hasta llegar al gran río donde habitaba Cobra Grande. A cierta altura del gran río tiraron algunas piedrecitas en el agua, y al rato, Cobra Grande, desde el fondo, se asomó para ver quién llamaba. Al reconocer a los tres muchachos, exclamó:
-¡Ah, ya sé! Vosotros venís a buscar un encargo de parte de mi hija.
Los tres muchachos quedaron muy sor­prendidos al ver que Cobra Grande conocía el motivo de su visita y asintieron con la ca­beza.
Cobra Grande bajó al fondo de las aguas, y al rato regresó trayendo un coco[ii], que les entregó recomendándoles:
-Esto es lo que pidió mi hija. ¡Ahora tened cuidado! No abráis el coco, que está bien cerrado con brea. Si llegara a abrirse, todas las cosas se perderían y también os perderíais vosotros.
Los tres muchachos tomaron de nuevo la canoa para regresar a la casa.
Al rato escucharon un ruidito que provenía del coco: «Ten, ten..., xi, xi..., croá, croá..., cri, cri..., cri, cri...»
Era el ruido que hacen los grillos y los sapitos que cantan de noche.
El más joven de los tres muchachos dijo:
-Veamos, ¿qué ruidito es ese?
El segundo, que dirigía la canoa, retrucó:
-¡No olvidéis que el señor nos dijo que si abríamos el coco, todas las cosas se perde­rían y nosotros también. ¡Sigamos! ¡Sigamos!
Rema que te rema. «Chape... Chape... Chape...», sonaba el remo dentro del agua; pero la curiosidad de los tres muchachos era tan grande que les parecía escuchar al remo decir: «Abrid, abrid, abrid...»
Al rato, el tercero, que había permanecido callado, volvió a oír el murmullo: «Cri, cri..., ten, ten, ten..., xi, xi...»
-Espiemos -dijo. No es necesario de­rretir toda la brea. Hagamos una ranurita..., así, así...- y juntó dos dedos para indicar que solo abrirían una cosita de nada.
El segundo no estaba de acuerdo. Los otros dos insistían e insistían... Pero aquel no quería que se abriera el coco. No era exactamente que no quisiese. Estaba enloquecido por hacer­lo, muerto de curiosidad como sus dos com­pañeros; pero había prometido al padre de la joven no abrir el coco.
-¿Solo por eso? -preguntó el más joven de los tres.
-Nosotros escuchamos lo que dijo el señor Cobra Grande, pero no prometimos nada, ¿no es cierto? -añadió el tercero.
El segundo oía la conversación de sus com­pañeros sin replicar palabra.
-Pues bien -dijo el primero. ¿Qué tene­mos que ver nosotros con Cobra Grande?
Abre que no abre, llegó la hora en que los tres, solamente por ver quién hacía ese ruidito gracioso allí dentro, resolvieron abrir una ranurita en el coco. Reunidos en medio de la canoa, encendieron una pequeña hoguera, colocaron el coco cerca del fuego, y de re­pente, en lugar de una ranurita, toda la brea se derritió por completo en un instante, y cuando quisieron tapar el agujero con la mano, ya era tarde.
En el mismo instante, el día se oscureció.
El que dirigía la canoa dijo entonces:
-¡Estamos perdidos! Ellos sabrán ya que abrimos el coco.
Prosiguieron el viaje en la oscuridad, muy asustados, si bien pronto encontraron el ca­mino de regreso.
La hija de Cobra Grande, a la hora de anochecer, dijo al marido:
-Los muchachos soltaron a la noche; no tenemos más remedio que esperar la llegada de la mañana.
La noche, como era hechicera (Payé[iii], como dicen los indios), consiguió que todo aquello que se encontraba desparramado en la flo­resta se transformase en otra cosa. Las pie­drecitas, los palitos, los árboles secos, las hojas caídas se convirtieron en pájaros y animales. Una cesta que se encontraba al costado de la casa se convirtió en jaguar[iv].
Patos y peces surgieron de todo lo que bajaba por el río. Un pescador con su canoa se convirtió en pato. Un tronco que iba río abajo se transformó en un gran pez pirarucú[v], y así, cuanto vivía en el agua se tornó pez o pato, gaviota o tortuga...
La hija de Cobra Grande y el marido contemplaron a la noche, y él exclamó:
-¿Por qué tu padre guardaba escondida a la noche? Es ahora cuando la gente valora el día.
-Así es -respondió la mujer. Mi padre guardaba a la noche para que las cosas no se extraviasen. Espera a la mañana; ya verás cómo las cosas se vuelven a encontrar de nuevo.
Cuando la estrella del alba apareció en el cielo, la hija de Cobra Grande dijo al marido:
-Ya apunta la madrugada. Voy a se­parar el día de la noche.
Enrolló un hilo de su cabello y dijo:
-¡Tú serás cujubi[vi]!
Y de ese modo apareció el cujubi. Pintó luego la cabeza del cujubi con tabatinga, una arcilla blanca, y de rojo sus patas, y a conti­nuación dijo:
-Cantarás siempre al rayar la madrugada.
Enrolló después otro hilo de cabello, lo salpicó con ceniza y dijo:
-Inambú[vii], te llamas perdiz y cantarás todas las horas de la noche y de la madrugada.
Así fueron creados los pájaros de la floresta por la hija de Cobra Grande.
Enrollaba un hilo de su cabello, y al pro­nunciar un nombre el pájaro aparecía, y entonces ella le daba su canto. Luego, con las tintas que tenía preparadas, pintaba sus plu­mas de todos los colores, de manera que no se pareciesen. Pintó al papagayo[viii] de verde, con la cabeza amarilla; a otros dio un toque­cito rojo; a otros, azul. Pintó al tucán[ix] de negro y amarillo, y fue coloreando así todas las aves que alegran la floresta. Los pájaros comenza­ron a cantar, cada uno a su tiempo: unos durante la noche y todos juntos al amanecer, para que el día llegara alegre y, ¿quién sabe?, tal vez para que se quedase en la tierra en lugar de la noche.
Cuando los tres muchachos llegaron a la casa, el joven marido de la hija de Cobra Grande les dijo:
-Habéis perdido mi confianza, ya que abristeis el coco y soltasteis a la noche, que estaba dentro; por lo cual, todas las cosas se extraviaron y vosotros también, que ahora os habéis vuelto monos...
Apenas terminó de hablar el joven, cuando ya los tres muchachos se habían convertido en monos.
El joven, entonces, añadió:
-...y habréis de andar siempre saltando de rama en rama, y siempre tendréis miedo de la noche.
Dicen que la boca oscura de los monos y la franja amarilla de sus brazos provienen de la brea que tapaba el agujero del coco, que se derritió, escurriendo sobre ellos y deján­doles una marca que les recuerda siempre su mala acción... Por eso, cuando se aproxima la noche comienzan a gritar y a gritar... Dicen que con sus gritos advierten a todas las cosas que pronto van a perderse en lo oscuro... y que ellos también se perderán. ¡No importa! Todo ha de aparecer de nuevo al romper la madrugada, y los tres monos volverán a ser los muchachos de antes; Inambú y Cujubi cantarán otra vez, y el día volverá a alegrarse. ¡Todo el mundo será feliz!

0.020. anonimo (brasil) - 010




[i] Mito indígena del Amazonas. Dueña de los elementos, poseía poderes cosmogónicos. La leyenda explica el origen de los animales, de los peces, del día y de la noche. Es parte de los mitos del agua, uno de los símbolos más antiguos y universales.
[ii] En la leyenda es un coco de tucumá, la semilla de una palmera del Brasil.
[iii] Jefe espiritual, sacerdote, hechicero y curandero entre las tribus indígenas.
[iv] El tigre más grande de América del Sur, de piel ama­rillenta con motas negras.
[v] Gran pez de agua dulce, común en el río Amazonas. Tiene, sobre poco más o menos, dos metros de largo, y sus escamas son largas, redondas y fuertes, de color rojo, desde la mitad del cuerpo hasta la cola.
[vi] Ave brasileña del orden de las gallináceas. La cresta es blanca; el plumaje, negro; tiene brillo verde y presenta una mancha blanca en el cuello.
[vii] Designación corriente de muchas especies de aves bra­sileñas de la familia de los tinamideos. En Brasil hay catorce especies de este género, con variaciones en el tamaño y en los colores. Viven en el suelo y vuelan poco; aliméntanse de frutas y de semillas. En el Amazonas hay una especie a la que llaman «inambú-reloj», porque dicen que su canto señala las horas. Seguramente a esa especie se refiere la leyenda.
[viii] Lo mismo que loro. En Brasil hay catorce especies de esta ave de brillante colorido, con predominio del color verde. Vuelan a grandes distancias y tienen la habilidad de imitar el habla del ser humano.
[ix] Ave de pico enorme. Su plumaje es negro con la gar­ganta blanca, amarilla o roja. Algunos tienen el pico verde y negro. Aliméntanse de frutas y de pequeños animales, como pajaritos y ratones. Toman el alimento con la punta del pico y lo tiran hacia arriba para recibirlo de vuelta en la garganta. Vuelan poco y pasan a saltitos de una a otra rama. El manto real de Don Pedro II, emperador del Brasil en el siglo pasado, fue confeccionado con las plumas amarillas de este pájaro.

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