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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Yuri, el arquero

En un reino lejano vivía un modesto arquero de aguda vista llamado Yuri. Su fama llegó a oídos del zar, que lo contrató.
Cierto día en que Yuri salió a cazar, advirtió que una tórtola se había posado en un árbol y lanzó su flecha con tanta puntería que el pájaro cayó al suelo.
Cuando se disponía a recogerla, la tórtola empezó a hablar y le contó que era una mujer encantada; que debía llevarla a su hogar y, por la noche, tocarla con sus manos. Entonces, ante sus ojos se obraría un milagro.
Yuri se compadeció de ella y la llevó a su hogar. La dejó descansar y, cuando cayó la noche, aprovechó para tocarla con sus manos.
Al momento, apareció en su lugar una doncella de maravillosa belleza que le dijo:
-Has sido bueno, generoso y obediente. Te has apoderado de mí y en compensación está escrito que seré tu esposa.
Completamente maravillado, Yuri no tardó en desposarse con la bella dama y los dos empezaron una nueva vida de felicidad.
Yuri seguía sirviendo al zar como arquero y volvía a su hogar cansado y sucio. Su esposa le dijo un buen día que, si le daba doscientas monedas, ella haría que se multiplicasen para que no tuviera que trabajar tanto.
Yuri no dudó en pedir prestado el dinero y se lo dio a su esposa antes de irse a dormir.
Con el dinero, ella compró sedas y bordados y, mientras Yuri dormía, llamó a dos magos a los que les entregó los ricos hilos y les pidió que durante la noche tejieran la más maravillosa alfombra del mundo.
Así lo hicieron los magos.
Al día siguiente, cuando Yuri despertó, su esposa le entregó la alfombra para que la vendiera en el mercado. Todos se quedaron admirados de su belleza. Entonces pasó por allí el primer ministro del zar y la compró por ocho mil monedas. Yuri regresó a casa encantado y, después de pagar su deuda, le entregó el resto a su mujer.
Mientras, el ministro, que vivía con el zar, le enseñó a su rey la alfombra recién comprada.
Le explicó cómo la había conseguido y el zar se empeñó inmediatamente en ser el poseedor de otra alfombra aún más ricamente bordada y más bella que la que poseía su primer ministro.
-Si tu alfombra la ha hecho la mujer del arquero, ve a visitarla y dile que tendrá que hacer otra mejor para su zar; y que, a cambio, le daré por ella veinte mil monedas.
El primer ministro fue con la orden a casa del arquero, pero cuando vio la belleza de la mujer de Yuri se quedó sin habla y, sin poder pensar en otra cosa que no fuera ella, regresó al palacio del zar.
-¿Qué te sucede, que regresas con aspecto confundido y sin haber cumplido con la orden que te di? -le preguntó el zar.
El primer ministro le habló de la prodigiosa belleza de la mujer del arquero y el zar quiso conocerla. Al instante de tenerla ante su presencia, quedó deslumbrado y vivió obsesionado con hacer desaparecer a Yuri para poder casarse con su mujer.
Por eso encargó al primer ministro:
-Tú me hiciste contemplar la belleza de la esposa del arquero y ahora debes librarme de su esposo. Si no me sirves en esto, te mataré.
No sabiendo cómo cumplir la orden, el ministro decidió que debía pedir consejo a una bruja que vivía escondida en el bosque cercano. Seguro que a cambio de algunas riquezas, ella le ayudaría contra Yuri...
Efectivamente, la bruja le dio precisas indicaciones:
-Ve y dile al zar que en una isla perdida vive una cabra con alas de oro. Que apareje una nave vieja e insegura, que reúna una tripulación de picaros y vagos, y que obligue a Yuri a capitanear una expedición en busca de la cabra.
-Necesitará al menos tres años para encontrar la isla, mucho tiempo más para cazar a la cabra y... ¡Bah! Con semejante tripulación y un barco en mal estado, por valiente que sea Yuri seguro que naufraga y fallece en la inmen-sidad del océano. Así el zar podrá desposarse con su viuda cuando quiera.
Muy satisfecho con las palabras de la bruja, el primer ministro le contó al zar punto por punto sus consejos. El zar los siguió al pie de la letra y, en cuanto estuvo aparejada la nave, llamó a su arquero y le dijo:
-Te he elegido para la misión de encontrar la cabra con alas de oro. Sé que puedes conseguirlo, pero si te niegas... tendrás que irte para siempre de mi reino porque te advierto que todo mi ejército te seguirá hasta cortarte la cabeza.
Debes cumplir mis deseos.
Yuri no pudo negarse pero, cuando llegó a casa y le contó las órdenes del zar a su esposa, ella le dijo que no se preocupase.
Aquella noche, de nuevo gracias a la ayuda de los magos, consiguió que le trajeran la cabra de alas de oro. La escondió en un baúl y se la entregó a su esposo por la mañana.
Su plan era embarcar el baúl en el barco y partir a la misión como si nada hubiera pasado. Sólo unos días después regresaría victorioso y con el tesoro... ¡que ya llevaba de antemano al levar anclas!
Dicho y hecho. Antes de un mes, Yuri regresó a puerto.
¿Cómo te atreves a regresar sin haber cumplido tu misión? -preguntó el zar seguro de que Yuri no tenía la cabra.
-Señor -contestó él, no habría vuelto si no fuera porque sí la he cumplido. ¡En este cofre tenéis la cabra de alas de oro!
Al verla, el zar no tuvo más remedio que permitir a Yuri regresar a su casa. Después buscó a su primer ministro y le dio la orden directa de acabar con el arquero aquella misma noche.
-Córtale la cabeza con tu espada -le ordenó el zar.
Obediente y asustado, el primer ministro fue a casa de Yuri y, viendo que él estaba solo y dormido, desenvainó su espada. En ese momento entró por la ventana una tórtola, tomó con sus débiles garras al arquero y desapareció por donde había venido.
Cuando el primer ministro le contó lo sucedido al zar, éste publicó un bando en el que prometía una gran recompensa a quien fuera capaz de apresar a Yuri y a su esposa, que también había desaparecido de repente. Pero es que ella se había convertido de nuevo en tórtola para salvar a su querido esposo.
Por eso, cuando se alejó lo bastante, posó en el suelo al arquero y recobró su forma de mujer.
Ambos se abrazaron con alegría y ella se lo explicó:
-El zar te busca para darte muerte porque quiere casarse conmigo. Pero no te preocupes porque tengo un plan. Descansa, que yo te sacaré del apuro y seremos felices de nuevo.
Dicho esto, llamó a sus amigos los magos y les pidió que construyesen para ella un palacio.
Lo levantaron enfrente del castillo del zar, protegido con el ejército más poderoso que pueda imaginarse y, una vez alojados en él, lanzaron sus tropas contra las de su vecino caprichoso y cobarde. Así fue como el zar, junto a su primer ministro, tuvieron que huir de su tierra, que quedó en manos de aquella mujer maravillosa y del bueno de Yuri, que dejó de ser arquero para convertirse en rey.

999. anonimo leyenda

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