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martes, 4 de septiembre de 2012

Nacimiento de batras el gigante

En una de sus salidas, encontró Chámyts a un joven, que le pidió permiso para acompañarle du­rante tres días. Puestos de acuerdo, siguieron su ca­mino, y a la noche, como todavía no contasen con nada para comer, dijo el joven:
-Con hambre no vamos a acostarnos. Quédate aquí con los caballos, que yo me encargaré de traer algo.
Y trepando monte arriba, cobró las mejores pie­zas que pudo desencovar, se las echó a cuestas y acosó a las demás hacia el lugar en donde Chamyts esperaba. Pero éste se había dormido, y así, el joven, aunque por aquella noche siguió sirviéndole, le reprochó:
-Te había tomado por un hombre animoso, y veo que eres un poltrón.
Y, amanecido, volvió a decirle:
-Me voy, porque contigo estoy perdiendo el tiempo.
Y se marchó.
Luego pensó Chamyts que no le había pregun­tado por su familia y que una mujer de su sangre le hubiera convenido; y como el muchacho aún no había desaparecido de su vista, lo llamó y le pre­guntó por su familia, explicándole lo que deseaba.
-Yo soy de los Chadmást-Psal y tengo una her­mana que te daríamos por mujer; pero mi hermana tiene la condición de que cuando alguien la agravia, si no la devuelven a la casa paterna, se mata.
A Chámyts no le pareció grave el defecto. Acom­pañó al joven a su casa, pidió a la muchacha y, sa­cando del bolso el precio del rescate, lo pagó en el acto y se llevó a su esposa a una torre de cobre, en donde vivió luego.
Pero Syrdon, que nunca perdía ocasión de insul­tar a los nartas (gigantes), pasando un día por allí, miró arriba y vio a la mujer de Chámyts en la torre y empezó a insultarla:
-¡Eh, tú! ¡Qué buena pareja haces con los nartos! ¿Cuánto tiempo llevas ahí? ¿Por qué no bajas?
Entonces la mujer se fue a Chámyts y se quejó de que su liberto Syrdon la había ofendido por lo que ya no podía continuar en su casa.
-Llévame a la de mis padres, y que yo no vuelva a ver a ese villano -añadió. Te hubiera dado un hijo como hasta ahora no ha nacido otro en el mundo; pero antes de marcharme te lo voy a insu­flar en la espalda. Te saldrá un absceso ente los hombros. Tú cuenta los meses y, cuando llegue el tiempo, te lo haces abrir, y de él te sacarán un hijo, que has de echar al mar inmediatamente.
Chámyts llevó a su mujer a la casa paterna, y luego, como las, espaldas se le hinchaban, todos los riartas le compadecían, creyéndole enfermo. Pero él contaba los meses y, cuando llegó el alumbra­miento, subió a su torre de cobre y llamó a Soslan para que le abriese el absceso. Hecha la incisión, sa­caron al infante y lo echaron al mar, en donde cre­ció, creció..., hasta que llegó a ser tan grande como una montaña. Los mysyrbos y los brados de la fami­lia de los Bora se acercaron entonces al mar y pidie­ron al gigante que les echase a tierra dos bueyes marinos.
-Traedme a Urysmág, cortadle el pelo y cuando hayáis terminado os echo los dos bueyes y salgo yo mismo a tierra.
Ellos volvieron y le contaron todo a Urysmág, y a la mañana siguiente se levantó y fue con ellos a la orilla del mar. Allí le cortaron el pelo. Pero Batrás -que así se llamaba el juvenil gigante- salió del mar y les increpó:
-¿No os da vergüenza cortarle la cabellera?
Y tomando con ambas manos dos bueyes mari­nos, salió a tierra y terminó de afeitar a Urysmág con su cuchillo.
-Traedme el caballo de mi padre, que quiero montarlo para ir a casa -les ordenó.
Y le llevaron el caballo; mas apenas había mon­tado, crujieron entre sus rodillas los costillares del animal, y se desplomó con él.
-Traedme el de Uraysmag -dijo entonces Batrás.
A duras penas pudo éste sostenerlo; pero al fin, en él llegó a casa. Lo primero que pensó entonces fue que, siendo como era un gigante de carne y hueso, no resultaría invulnerable en las batallas, por lo que le convenía hacerse forjar, y sacando sesenta tuman -moneda persa que vale diez rublos en el Cáu­caso, se fue a Kurdálagon -el mítico Vulcano de los ossetas- y le dijo:
-¡El Señor nos haga merced de tu gracia! Vengo a que me temples y me conviertas en acero.
-De buen grado lo haría; pero temo que te fundi­rías -objetó Kurdálagon.
-Sea lo que sea de mí, no tengo más remedio que hacer la prueba.
Kurdálagon juntó entonces piedras, hizo con ellas un horno, puso en él a Batrás, lo encendió y estuvo soplando una semana.
-Ahora voy a ver qué ha sido de Batrás -dijo.
Y mirando, vio que el gigante seguía sentado en medio del horno y le apremiaba impaciente:
-¡Mira, si vas a forjarme, fórjame de una vez, y déjate de juegos, o dame una guitarra para entrete­ner la espera!
Volvió Kurdálagon a atizar el fuego y a soplar du­rante otra semana. Al cabo de ella, abrió de nuevo el horno, para observar, y entonces Batrás suplicó:
-¡Por favor, basta ya! Ahora échame al mar.
Así lo hizo Kurdálagon, y con el calor se secó el mar como un arroyo en estiaje, y se quedó sin agua durante una semana. Cuando Batrás salto a tierra, las aguas volvieron a llenar el mar.

062. anonimo (rusia)

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