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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Los trescientos sesenta y cinco niños

Hace mucho tiempo, en una ciudad llamada Bos­que del Conde, ocurrió un extraño suceso que asom­bró al mundo.
El conde de Holanda tenía una hija, Machtelt, que casó con el conde de Hermeberg y se marchó a vivir con su esposo al castillo de éste, muy lejos de su padre.
Era Machtelt trabajadora y muy altiva, y su cora­zón era tan frío como sus ojos claros e inexpresi­vos. El día lo pasaba en hilar, tejer y cocinar, vi­gilando su casa con tanto celo, que nada podía desperdiciarse.
Una mañana en que estaba hilando afanosa­mente le anunció el portero del castillo que una por­diosera con un niño en cada brazo pedía limosna en la puerta del jardín.
Machtelt se levantó airada y, dejando su rueca, se dirigió hacia el jardín.
-Será una holgazana -dijo. De lo contrario, no tendría necesidad de pedir. Pero la despacharé de inmediato.
En la puerta estaba una pobre mujer, demacrada y cubierta de harapos, con dos niños que lloraban amargamente.
-Señora -sollozó la desgraciada, por favor, deme un poco de pan duro. Mis hijos se mueren de hambre...
-¡Márchate a trabajar, holgazana! -dijo Mach­telt. Gana tu pan y no vengas a pedir el mío.
-Mi marido murió, señora -respondió la mu­jer, y mis niños son tan pequeños, que no puedo trabajar.
-¿Qué derecho tienes tú, una pordiosera, a tener dos niños? -dijo Machtelt, mofándose. Pero la mujer respondió:
-Señora, son un regalo del Señor, y yo los quiero con todo mi corazón.
-¡Del Señor! -se burló Machtelt. ¡Es más pro­bable que te los haya enviado el diablo! Márchate enseguida de mi puerta, inútil mendiga.
Y diciendo esto, echó de mala manera a la pobre mujer, sin haberle dado ni una miga de pan.
Entonces, levantando la mujer sus ojos al cielo, pidió llorando al Señor que, puesto que él le había enviado sus dos hijos, enviara a la Condesa tres­cientos sesenta y cinco: uno por cada día del año.
Machtelt, convencida de haber hecho justicia con aquella pordiosera, volvió a sus tareas y no hizo caso de la maldición de la mujer. Pero a medida que pasaba el tiempo, nacía en ella la intranquilidad, y sus oídos no cesaban de repetir: «¡Trescientos se­senta y cinco niños! ¡Trescientos sesenta y cinco niños!».
Al fin, tan inquieta y apesadumbrada estuvo, que se marchó por una temporada a casa de su padre, a la ciudad del Bosque del Conde.
Pasado algún tiempo, la maldición de la pordio­sera se cumplió, y un día resplandeciente trajo a Machtelt, en la ciudad del Bosque del Conde, tres­cientos sesenta y cinco niñitos tan lindos y perfectos como los bebés corrientes. Ciento ochenta y dos fue­ron niños, y ciento ochenta y tres, niñas.
Machtelt tuvo que discurrir mucho para buscarles nombres a cada uno de ellos. Al fin, el sacerdote fue el que decidió: colocándolos a todos juntos sobre la pila bautismal, les puso a los niños el nombre de Juan, y a las niñas las llamó Isabel.
Todos los pequeños fueron criados por numero­sas nodrizas, y Machtelt tanto se desveló por ellos, que no le dio tiempo de desahogar su mal carácter, convirtiéndose en una buena mujer.

161. anonimo (belgica)

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