Translate

viernes, 7 de septiembre de 2012

Las ánimas

Pues, señor, cuentan por Andalucía que había una vez una vieja que tenía una sobrina linda y modosa y buena cristiana como pocas, pero tan medrosa y encogida y con tan poca afición al trabajo, que la buena mujer desconfiaba muy mucho de casarla. Y como tenía miedo de morirse y dejarla sola en este mundo, no pasaba día sin rogar a Dios que le enviara un buen novio para la muchacha.
Y sucedió que en esto llegó al pueblo en que vivían la tía y la sobrina un indiano muy rico y muy rumboso que quería casarse con una mujercita que fuera recogida y cristiana, y sobre todo limpia y habilidosa. Y he aquí que la tía lo supo y se fue derechita al poderoso caballero diciendo que ella tenía una sobrina cuyas habilidades eran tantas, que no bastaría un libro para relatarlas. El caballero le contestó que le gustaría mucho conocerla y que para ello iría al día siguiente a su casa a visitarlas.
No hay para qué decir lo contenta que se puso la tía ni lo ligera que corrió a decir a su sobrina la buena noticia, ni lo arreglada y primorosa que estaba la casa al día siguiente, ni lo repulida, bien lavada y peinada que la doncella aguardaba al rico caballero indiano. Y llegó el caballero y todo le pareció de perlas, y preguntó a la muchacha si sabía hilar
-¿Cómo si sabe hilar? -dijo la tía. Si precisamente ése es el delirio de mi niña. Si lo mismito se sorbe ella las madejas de lino que si fuesen vasos de agua...
Y el caballero se fue muy contento y al poco rato empezaron a llegar criados y más criados de su parte cargados de madejas y más madejas de lino con encargo de que estuviesen terminadas para el día siguiente.
La muchacha, que en su vida había cogido entre los dedos una rueca, no pudo por menos de echarse a llorar amargamente yendo a arrodillarse delante de un cuadro de las ánimas benditas, a las que se encomendó con mucha devoción.
Mientras rezaba, se le aparecieron tres ánimas muy hermosas, todas vestidas de blanco, y le dijeron que no se afligiera, pues ellas, agradecidas al mucho bien que les había hecho con sus oraciones, la sacarían de aquel gran apuro. Y cogiendo madeja tras madeja, en un dos por tres las convirtieron todas en un hilo fino como un cabello. Cuando a la mañana siguiente vio la tía aquel prodigio, no cabía de gozo en el pellejo, y cuando llegó el rico caballero indiano felicitó a su novia por su mucha habilidad. Pero entonces se le ocurrió preguntarle si sabía coser.
-¿Pues no ha de saber? -se apresuró a decir la tía. Cuando tiene las piezas de costura entre manos no se le ven los dedos.
Y el indiano se marchó muy contento y al poco rato empezaron a llegar criados y más criados cargados de piezas de lienzo para que la muchacha le hiciera al caballero jubones y camisas.
Entonces la doncella, que no sabía siquiera lo que significaba aquello de cortar y coser, fue desconsolada a contarles sus cuitas a las benditas ánimas del cuadro. Y como la noche anterior, se le aparecieron las tres ánimas vestidas de blanco, y por el mucho bien que ella les había hecho con sus oraciones, empezaron a cortar y a coser, y a la mañana siguiente, antes de rayar el alba, ya tenía el caballero sus camisas y jubones listos.
Y la tía de la muchacha bailaba de gozo, y el poderoso indiano no cesaba de felicitarse por tener una novia tan habilidosa.
Pero entonces no se le ocurrió nada menos que enviar a la muchacha docenas y docenas de chalecos de raso para que los bordase con sedas de colores de modo que no hubiese dos iguales en color ni dibujo.
Y la muchacha, cada vez más afligida, fue a llorar su cuita delante del cuadro de las ánimas vestidas de blanco, y le dijeron que no se afligiera de aquel modo, que ellas le bordarían todos los chalecos a gusto del galán caballero, pero esta vez con la condición de que las convidara al banquete de su boda. Y la muchacha prometió muy contenta convidarlas, y ellas pasaron la noche borda que bordarás, y a la mañana siguiente los chalecos de raso del indiano lucían unos tan primorosos bordados que no parecía que se hubieran tocado con las manos. Los bordados estaban hechos con sedas de colores que relucían como el oro y la plata, y en tal profusión que no cabía entre ramo y ramo la cabeza de un alfiler. Y no había dos iguales en color ni en dibujo. Cuando el rico caballero vio aquel primor, aquel portento, como él decía, llevado a cabo con tanta habilidad y en tan poco tiempo, ya no dudó un instante de que su novia fuese la más habilidosa doncella de todas las Españas, y resuelto a no dejar escapar aquel tesoro, dijo a la tía que preparase todo lo preciso para la boda porque quería casarse al instante. Y para el gasto dio por anticipado tres bolsones llenos de buenas onzas de oro.
La buena de la tía bailaba de contento, pero la sobrina -que se había ya enamorado del indiano, pues éste no era sólo rico, sino, además, muy pulido y galán, andaba mohína y cabizbaja. Porque se decía: ¿qué le sucedería cuando su marido se enterara de que en su vida había cogido una rueca, una aguja, ni un bastidor? Y la tía la consolaba diciéndole que las benditas ánimas que la habían sacado ya tres veces del apuro, no dejarían de favorecerla para que todo le saliera bien. La muchacha fue a arrodillarse delante del cuadro de las ánimas y, cumpliendo su promesa, las invitó a su boda, que era al día siguiente.
Y llegó al fin el esperado día de la boda. El indiano, que era por demás rumboso, derrochó el oro a manos llenas y se dieron un baile y un banquete que otros mejores no se recuerdan en toda la comarca. La novia, que, como sabemos, era muy linda y bien plantada, lucía rico traje y primorosas joyas que realzaban su belleza y, en fin, la tía, al ver casada a su sobrina con tan rico y cumplido señor, se mostraba tan alegre y bulliciosa que parecía diez años más joven.
Y he aquí que cuando estaban en lo mejor de la fiesta y todo eran risas, jolgorio y alegría entre los numerosos convidados, se presenta-ron tres viejecitas tan rematadamente feas que todos interrumpieron las risas y las conversaciones para quedárselas mirando con la boca abierta. Una de ellas tenía un brazo tan corto como la mano del mortero y el otro tan largo que podía, sin bajarse, rascarse los tobillos con él; la otra era jorobada y tenía, además, todo el cuerpo torcido; la más joven, en fin, tenía los ojos más saltones que un cangrejo y más colorados que un tomate.
El indiano, que al verlas también se había quedado con la boca abierta y como pasmado, no pudo por menos de preguntar a su mujer quiénes eran aquellos esperpentos.
-Son tres tías de mi padre -dijo la novia, a las que siempre he querido y respetado mucho, y por eso he creído que debía convidar-las a mi boda.
Y el indiano, que era muy cortés, dijo al momento:
-Pues tú las has convidado, mujer mía, bien convidadas están.
Y fue a hablarles con mucho cariño y a ofrecerles asiento. Las viejas, que aunque feas eran muy ocurrentes y muy dicharacheras, tomaron parte en seguida en las charlas y en las bromas de los de-más, y al fin un curioso no pudo por menos de preguntar a la primera que había entrado cómo era que tenía un brazo corto siendo el otro tan largo.
-Hijo mío -dijo la vieja en voz muy alta, los tengo así por lo mucho que he hilado.
El novio, que en aquel instante contemplaba los brazos de su mujer tan blancos y redondos, fue a buscar la rueca y el huso y, sin decir palabra, los tiró por la ventana.
Mientras, otro curioso preguntaba a la segunda vieja por qué tenía la espalda tan corcovada y el cuerpo todo tan torcido.
-¡Ay, hijo mío! -le contestó la vieja, estoy así de tanto inclinarme para bordar sobre el bastidor.
El indiano fue en tres zancadas a buscar el bastidor de su mujer y sin decir palabra lo arrojó por el balcón.
Y en aquel momento un tercer curioso preguntaba a la tercera vieja cómo era que tenía los ojos tan saltones y encarnados.
-¿Cómo no he de tenerlos, hijo mío -respondió la vieja, si me he pasado la vida enhebrando agujas e inclinando la cabeza sobre la costura?
El caballero, que en aquel momento se miraba en los dos soles que lucían en la cara de su novia, se horrorizó al pensar que algún día pudieran desfigurarse de aquel modo, y cogiendo las agujas y el hilo fue a tirarlos al pozo.
-No hiles, ni bordes, ni cosas más en tu vida, mujer mía -dijo inclinándose hacia ella, y ten entendido que el día que te vea tomar en la mano el bastidor, la aguja o la rueca, me descaso.
Y las viejecitas, que eran las ánimas, desaparecieron, y el caballero y su esposa fueron muy felices. Y aún dice y repite el indiano que se casó con la mujer más habilidosa de toda Andalucía.

Fuente: Colección araluce

099. anonimo (andalucia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario