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martes, 4 de septiembre de 2012

La princesa fithir

El rey de Tara tenía dos hijas: la princesa Fithir, de cabellos dorados como el cáliz de los narcisos, prometida del príncipe de Connaught, y la pequeña Darinee, de largos y negros rizos.
El Rey era ambicioso y ansiaba un poder sin lími­tes. Un día que paseaba por las orillas de los panta­nos pensando cómo lograr sus ambiciones, se le aparecieron las hadas que reinan en ellos y le ofre­cieron hacerle el monarca más poderoso de la Tie­rra y Rey de todos los reyes, si les entregaba a la rubia Fithir.
A cambio de su hija, le darían cuatro cosas: un al­mohadón relleno de estambres de las blancas flore­cillas de los pantanos; cualquiera que reclinara en él la cabeza se dormiría instantáneamente y su sueño duraría todo el tiempo que el dueño del almohadón deseara, aun después de quitárselo.
La segunda era una botella de cuerpo llena de agqa cogida del fondo del pozo más profundo de los dominios de las hadas. Si su dueño rociaba con ella a cualquier criatura, hombre o animal, la tranfor­maría a su voluntad en cualquier cosa y por el tiempo que desease. Y el agua de la botella nunca se agotaba, porque tan pronto como se vaciaba se llenaba de nuevo.
La tercera era una antorcha. Bastaba elevarla sobre la cabeza para que se encendiera y mostrase cualquier rincón del mundo o cualquier persona que se desease ver.
La cuarta era un silbato hecho de los juncos que crecen en las orillas de los pantanos y ahuecado por las hadas con una de sus agujas. Producía un sil­bido tan penetrante, que las hadas acudían á él desde cualquier parte del mundo para satisfacer los deseos del que las llamase. Y poniéndolo del revés en un oído se podrían oír todas las conversaciones que interesasen.
El Rey tendría estas cosas en su poder mientras quisiera y, cuando las devolviese, recobraría a su hija.
El ambicioso rey aceptó el trato. Entregó a la bella Fithir a las hadas de los pantanos y éstas se la lle­varon a sus resplandecientes grutas.
Su hermana Darinee sollozaba, llamándola por las orillas de los pantanos, sin temor a las hadas, a pesar de que a éstas no les gustan las gentes de cabe­llos negros, a quienes no llevan a sus brillantes mansiones, sino que las hunden en las aguas más cenagosas y profundas de sus dominios.
Pasaban los años, y Fithir, aunque vivía en el pa­lacio de las hadas mimada y festejada, anhelaba re­cobrar su naturaleza humana, y vivir y morir con los suyos.
El rey de Tara murió sin devolver las cuatro co­sas mágicas.
Pasaron los años, desaparecieron su corte y su pa­lacio, y los valiosos dones de las hadas se esparcie­ron por el mundo, y yacen perdidos y olvidados nadie sabe dónde, hace cientos y cientos de años.
Fithir aún espera su rescate, y cuentan que algu­nas noches, cuando se apagan los fuegos fatuos que encienden las hadas en los pantanos y brilla la luna, se la ve vagar por ellos y se oyen sus gemidos llamando a su padre y a su hermana Darinee, para uue la vuelvan a su hogar.

124. anonimo (irlanda)

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