Translate

viernes, 7 de septiembre de 2012

La muerte de roldán

Cuenta la leyenda que el famoso Roland, o Rol­dán, era hijo de la princesa Berta, que, a su vez, era hermana de Carlomagno, y del duque de Angers. Se cree que yendo la princesa, en cierta ocasión, de viaje por tierras de Italia, dio a luz a Roldán, el cual, en el momento de venir al mundo, cayó rodando al suelo -rouland; de ahí su nombre de Roland.
En estos parajes campestres vivió el niño toda su infancia, en contacto abierto con la naturaleza. Pa­sados los años, se convirtió en uno de los más famo­sos caballeros de la época, por su destreza, su porte arrogante y su extraordinaria bravura.
Con su tío Carlomagno marchó un día al histó­rico combate que había de dar lugar a la derrota de Roncesvalles, en la que el Emperador, viendo per­dida la batalla y deshecho su ejército, logró huir por los montes.
Roldán, como un cadáver más, quedó allí aban­donado y herido, sepultado por el cuerpo inerte de su caballo Vigilante, que había caído sobre él. Cuan­do volvió en sí y se dio cuenta de su situación, in­tentó librarse del enorme peso del animal y, apo­yando una de sus manos sobre la roca, logró po­nerse en pie con un extraordinario esfuerzo.
Dicen que las huellas de sus dedos se conservan aún marcadas sobre la piedra, como testimonio de su descomunal fortaleza.
Roldán contempló unos momentos el terrible pa­norama, y trató de orientarse para buscar el camino que conducía a Francia; pero tuvo que hacerlo con cautela, porque el enemigo estaba aún al acecho.
Después de grandes penalidades, y escondién­dose entre los riscos, Roldán logró llegar hasta el valle de Ordesa. Una vez allí, sólo tenía que trepar por los empinados riscos que cerraban el valle.
Extenuado ya por la fatiga, inició la ascensión, mientras escucha-ba a su espalda un rumor de tro­pas, acompañado de fuertes ladridos. Toda una jau­ría le perseguía, olfateando su camino. Roldán ace­leró su marcha y llegó hasta más allá de Cotacuero. Se creía salvado de momento, cuando de detrás de unos riscos vio surgir las figuras de cuatro hombres. Creyendo el héroe que aquéllos eran sus persegui­dores, desenvainó su espada Durandarte, en un su­premo esfuerzo, y les cortó a todos la cabeza. Ningu­no hizo ademán de defenderse, porque, en reali­dad, no se trataba de la vanguardia de sus persegui­dores, sino de unos cuantos caminantes extraviados e indefensos.
Roldán, tras este último esfuerzo, se sintió desfa­llecer; la debilidad y el agotamiento se iban apode­rando poco a poco de sus nervios y de sus músculos. No obstante, al comprobar que la tarde declinaba y que la noche iba a impedir orientarse, hizo un es­fuerzo y llegó con paso lento hasta la base de la montaña que le separaba de Francia. Comenzó a subir, arrastrando ya pesadamente sus pies y sin­tiendo los latidos de sus sienes, como si las venas quisieran saltarle de la cabeza. Entonces creyó oír, saliendo del fondo del valle, una voz misteriosa que le anunciaba su próximo fin, si persistía en conti­nuar el camino. Pero Roldán, firme en su propósito, continuó la marcha, que ahora resultaba más pe­sada, porque una fuerte ráfaga de viento soplaba en dirección contraria.
A poco, el cielo, ya oscuro de la noche, se enca­potó con negros nubarrones, y una horrible tormen­ta empezó a caer sobre la montaña, entorpeciendo la marcha de Roldán. A lo lejos, seguían escuchán­dose los ladridos de los perros, que parecían acercarse más y más. Poco después, Roldán se vio acometido por la jauría, que llevaba gran ventaja a los solda­dos. Sin mucho esfuerzo, les asestó una serie de cer­teros golpes y los dejó muertos a todos. Miró hacia abajo y divisó a sus perseguidores, que con paso rá­pido se dirigían hacia él. Comprendió entonces que no podría hacer frente a un número tal elevado de hombres, y realizando el último alarde, lanzó su es­pada Durandarte al otro lado de la montaña, para hacer llegar un último saludo de despedida a su pa­tria; pero no logró elevarla a suficiente altura, y, tras de tropezar en la montaña, el arma cayó a sus pies.
Mientras, el rumor de los perseguidores se iba ha­ciendo más claro a cada momento. Roldán, con gesto rápido, volvió a lanzar su espada a gran altura, a fin de hacerle traspasar la montaña; pero de nuevo tropezó, y volvió a caer cerca de él. Desalentado, in­tentó una vez más alcanzar su propósito; pero el fra­caso se repitió. El héroe, viéndose perdido, volvió a recoger su espada del suelo, y esta vez, con un sobre­humano esfuerzo, la lanzó horizontalmente, con tal violencia, que Durandarte atravesó la montaña y cayó en tierras de Francia, dejando una brecha abierta, por la que Roldán, casi sin sentido, pudo contemplar por última vez su patria. Inmediata­mente, cayó al suelo: el esfuerzo realizado había sido tan enorme, que las venas del cuello le estalla­ron, dejándole sin vida.
Sus perseguidores le encontraron muerto en este histórico lugar del valle de Ordesa, en Huesca, co­nocido desde entonces con el nombre de la Brecha de Roldán.

013. anonimo (aragon)

No hay comentarios:

Publicar un comentario