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jueves, 6 de septiembre de 2012

La monja poseída del demonio

En el año 1489 una señora muy virtuosa fundó en Córdoba un convento para viudas y mujeres devotas. Pronto adquirió gran fama, y a él fueron a acogerse damas y jóvenes de todas las edades.
Un día, entró una novicia que apenas tenía trece años, pero que asombraba por su devoción. Tomó el hábito a los quince apenas cumplidos. Esta niña se lla­maba Magdalena de la Cruz, sin que nada se supiese de su vida, su nacimiento y su familia. Entonces era una niña y se la acogió muy bien por su inocencia y su candor. Pasado el tiempo, hizo los votos solemnes y cada vez fue creciendo en santidad y en virtudes. La fama de éstas se extendió de pueblo en pueblo y de con­vento en convento de tal manera, que pronto fue céle­bre en Córdoba y en sus alrededores.
Empezó a correr el rumor de que hacía portentosos milagros desde el rincón de su monasterio.
El pueblo y la nobleza, que eran muy dados a su­persticiones, conservaban como reliquias todos sus re­galos y cartas.
Entre los muchos milagros que se contaban de ella, uno gozaba de gran popularidad: el día de la octava del Corpus, cuando la sagrada custodia recorría las ca­lles de Córdoba, Magdalena se encontraba enferma en su celda, sin poder salir a ver la procesión. De repen­te, cuando murmuró una oración, se abrió la pared de su habitación, y de este modo vio desde el lecho pasar la procesión, y de nuevo el muro se cerró, una vez hubo pasado la custodia y concluido la ceremonia.
No menos conocida era la leyenda según la cual las monjas habían visto sobre el lecho de Magdalena infi­nidad de hermosos carneros negros. Ésta, interrogada acerca de este extraño suceso, contestó que eran áni­mas del purgatorio que iban a buscarla para pedirle oraciones.
Cuando el provincial de la orden se enteró de aque­llos extraños acontecimientos, encerró a la monja en un calabozo hasta aclarar todo aquello.
La prisión de Magdalena produjo un gran revuelo entre las gentes cristianas de Córdoba, que la tenían como santa.
El provincial, hombre sagaz y astuto, empezó a obrar con suma reserva y a poner los medios necesarios para descubrir aquel enredo, pues tenía algún indicio pa­ra dudar de la santidad de la monja.
Encerrada e incomunicada Magdalena dentro de la cárcel, continuó haciendo sus milagros. Uno de ellos fue que estando las monjas en el coro la vieron apare­cer de improviso entre ellas, aunque desapareció ense­guida. Magdalena se hallaba por aquellos días con gran fiebre y vigilada severamente en su prisión. Un mila­gro, y no otra cosa, fue la aparición repentina de la monja.
Una de las veces que vieron a Magdalena dormida en la prisión le ataron las manos fuertemente y, deján­dola sola en la habitación, el confesor, con el hisopo en la mano, empezó a conjurar los diablos que debía tener dentro del cuerpo por meciio de un riguroso exorcismo.
Apenas empezó las primeras oraciones, se oyó una voz dentro de ella que decía:
-Yo soy el diablo. Tengo bajo mi poder legiones de demonios y con otro de los míos acompaño cons­tantemente a esta pecadora hace años, a la cual no de­jaré que se escape, puesto que su alma me pertenece.
Magdalena perdió entonces su serenidad y se puso a temblar. Confesó que desde los trece años estaba en relaciones con los espíritus infernales. Todos los mila­gros que había obrado había sido con la ayuda de és­tos. Confesó, por fin, que había mentido constante­mente y que incluso había llegado a cometer crímenes contra las gentes que no creían en ella.
Al rogarle el confesor que firmara con su puño y le­tra todas aquellas confesiones, cayó desplomada en su lecho, exclamando horrorizada:
-¡No puedo, padre, no puedo!
La Inquisición se ocupó del caso, y se cuenta que en­vió a un sacerdote para desposeerla del demonio.
Después de grandes aullidos, como si fuera una so­námbula, el sacerdote, con la estola al cuello y el hiso­po en la mano, ante un crucifijo, logró desalojar a los demonios.
Una vez que hubo firmado su confesión, la Inquisi­ción la perdonó y Magdalena acabó viviendo retirada en un convento de la orden.
A pesar de su retiro, la gente no olvidó sus porten­tosos milagros.
Cuenta la leyenda que siempre que sale la procesión de la octava del Corpus, al pasar junto al convento de la célebre monja, lo hace acelerando la marcha, pues aún se cree aquel lugar poseído por los demonios.

099. anonimo (andalucia)

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