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miércoles, 5 de septiembre de 2012

La higuera encantada

En el año 1640, en la hermosa ciudad de Granada y en el barrio del Albaicín, los habitantes trabajaban pacíficamente en sus ocupaciones.
En un estrecho callejón que conduce a un escondi­do aljibe había un pequeño huerto habitado por Ma­ría Tomillo. Esta mujer vivía sola y era avara y gruñona.
Los vecinos la tenían como un ser extraño. Cifraba todo su cariño en su huerto, en el que había hermosos frutales, que eran la tentación de los chicos del barrio, los cuales aprovechaban todos los descuidos de la vie­ja para trepar a los árboles y llenarse los bolsillos de fruta. Pero siempre eran descubiertos por la bruja, y tenían que tirarse del árbol y huir más que aprisa, pa­ra no ser alcanzados por sus iras, que en forma de pe­dradas los perseguían, mientras salían de su boca ho­rribles blasfemias.
Lo que más exasperaba a la vieja era que se comie­ran los higos que en gran abundancia producía una es­pléndida higuera, cuyas frondosas ramas sombreaban la mitad de su huerto y era, para su desesperación, el fruto que más gustaba a los chicos, atrayendo a legio­nes de pilletes.
Cansada ya la Tomillo de aquellos asaltos a su huerto, pactó con el diablo para que hechizara a aquel árbol y nadie pudiese comer de sus higos. Desde en­tonces adquirieron un amargor tal, que si algún chico cogía alguno, tenía que escupir enseguida, quedándo­le como si hubiera tomado rejalgar, con gran satisfac­ción de la vieja, que ahora gozaba cuando veía acer­carse a algún rapaz a coger de sus frutos.
La sombra de la higuera era también maléfica, y pro­ducía desconocidas enfermedades a los que en ella se cobijaban.
Pasaron muchos años sin que nadie volviese a pro­bar de sus higos, y un día la vieja murió, desaparecien­do su cuerpo al ser conducido al cementerio.
Desde la noche de su muerte empezaron a oír los ve­cinos ruidos raros en el aljibe, justo al dar las doce de la noche, y aseguraban que la vieja se aparecía vagan­do por su huerto.
Pero unas curiosas mujeres quisieron observarlo des­de una ventana que dominaba el huerto de María To­millo, ya difunta, y una noche se asomaron, y espera­ron que dieran las doce campanadas.
Al terminar de dar el reloj las horas, vieron salir del aljibe la sombra de la vieja y, dando agudos chillidos, empezó a dar vueltas alrededor de la higuera, que, co­mo por encanto, se iba cubriendo de dorados frutos. Enseguida aparecieron nuevas sombras, que, forman­do un círculo, giraban alrededor de la higuera, mien­tras la Tomillo les iba repartiendo de aquellos higos, que eran de oro.
Cuando estuvieron todas satisfechas, comenzaron a danzar en torno al árbol, cada vez más aprisa, y así continuaron hasta que empezaba a alborear la maña­na. Entonces la vieja se convirtió de repente en una le­chuza que, lanzando un terrible graznido, se precipitó en el aljibe.
Las demás sombras se transformaron también en feos pajarracos, que se pusieron a picotear furiosos el árbol, hasta hacer que lanzara hondos gemidos y des­pués desaparecieron todos detrás de la lechuza.
Las mujeres quedaron aterradas y, al llegar a sus ca­sas, refirieron a sus familiares el espectáculo que ha­bían presenciado.
Algunos de sus hijos mozos, creyendo que sería una broma, se apostaron, en la noche siguiente, tapando el aljibe; pero las sombras se filtraron igual por él, y dieron tal paliza a los mozos, que hubieron de ser cu­rados de sus lesiones.
La Iglesia tomó parte en el asunto, y se hicieron allí exorcismos y se cortaron los árboles del huerto. Pero la higuera retoñaba siempre, sin poderla extirpar.
Todavía existe el Aljibe de la Vieja, y algunas mo­zas acuden a medianoche a él, en espera de que la som­bra de la bruja se aparezca y les reparta de sus higos de oro.

099. anonimo (andalucia)

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