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jueves, 6 de septiembre de 2012

La cartuja de montalegre

Dos jóvenes estudiantes, Juan de Nea y Tomás de Zarzana, volvían de Barcelona, donde habían cursado sus estudios, a su pueblo natal. Al pasar por Badalo­na, se pararon a descansar en el hermoso lugar en que estuvo después instalada la Cartuja de Montalegre y donde hoy se conservan todavía sus ruinas.
Se sentaron y contemplaron el paisaje, que en aquel sitio es una maravilla. El llamado Tomás de Zarzana dijo que cuando llegara a ser papa fundaría en aquel paraje una cartuja, ya que le parecía un panorama ideal para el rezo y la meditación. Juan de Nea se echó a reír y contestó que él se haría monje de aquella cartuja.
Se separaron los compañeros y pasaron los años. Un día, Juan de Nea, que estaba de monje en Portaceli, de Valencia, recibió un aviso del papa, conminándole a que se presentara en el Vaticano.
Aturdido el humilde monje por la importancia de aquel llamamiento, se apresuró a hacer sus preparati­vos y partió para la ciudad santa.
Le recibió inmediatamente el Sumo Pontífice, y Juan de Nea tuvo la sorpresa de ver allí, convertido en pa­pa, a su amigo Tomás de Zarzana, que era a la sazón Nicolás V.
El papa recordó entonces a Juan de Nea la promesa que ambos hicieron cuando, una tarde, al volver de Barcelona, terminados sus estudios, se habían senta­do en las afueras de Badalona. Había llegado el mo­mento de cumplir la promesa. Pocos días después, Juan de Nea partía hacia España, nombrado nuncio apos­tólico de Su Santidad en la Corona de Aragón, como embajador del papa, y con plenos poderes para fun­dar una cartuja en Montalegre, en las cercanías de Ba­dalona, y gastar en ella lo que fuere necesario, de las rentas apostólicas.
Reinaba en aquel momento doña María, por au'sen­cia de su esposo don Alfonso V el Magnánimo, y le dio toda clase de facilidades para que pudiera cumplir su propósito.
Tal es, según se cuenta por aquella comarca, el ori­gen de la célebre Cartuja de Montalegre.

103. anonimo (cataluña)

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