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martes, 4 de septiembre de 2012

La bruja de false hope

Mientras vivió en Escocia, Miguel Scotto habitó largo tiempo en la torre de Oakwood, a orillas del río Ettrik y en las proximidades de Selkirk, comarca en la que ha nacido esta leyenda.
Scotto gustaba de tener relación con hechiceros y entes prodigiosos. Por ello, tan pronto como supo que allí muy cerca, en la otra margen del río, en el pueblo de False Hope vivía una auténtica bruja, nuestro buen mago decidió hacerle una visita. Y así, no paró hasta que una mañana consiguió entrar en relaciones con ella; mas la bruja negó en redondo que hubiera practicado jamás el arte nigromán­tico.
Inútil fue la insistencia de Miguel. Al fin, cansado el mago de las negativas de la vieja, dejó como con descuido, su mágica varita sobre la mesa y se dis­puso a retirarse con aire distraído.
La astuta bruja cogió con avidez el virtuoso ins­trumento y atacando de improviso a Scotto le sacu­dió con vigor hasta que al fin le convirtió en liebre. El burlado mago salió disparado de allí; en el ca­mino se vio perseguido por sus fieles criados y sus veloces perros, que, ignorantes de que su señor via­jaba de incógnito, pusieron a prueba su ligereza. Al fin, fue apresado en una cloaca.
Miguel no olvidó el ridículo que le hizo «correr» la bruja y pensó vengarse.
Llegada la época de la recolección, en una her­mosa mañana cogió sus perros y marchó de excur­sión a una colina. Desde allí se vislumbraba la casa de la bruja. Por un momento, Scotto saboreó sus rencorosos proyectos. Llamó a un criado y le ordenó que fuera a pedir a la vieja hechicera un poco de pan para los perros y le advirtió de lo que debería hacer en caso de que le respondiera que no.
La bruja, en efecto, no le dio el pan; al contrario, expulsó con airadas frases al emisario, dando un violento portazo. El criado sacó de su faltriquera un papel y lo fijó en la puerta; en él parecían danzar extraños signos cabalísticos que decían: «El criado de Miguel pidió pan y sacó hiel».
En el acto, la pobre bruja, que se disponía a cocer el pan para los segadores, se sintió animada por un desenfrenado deseo de danzar; inició un extraño baile en torno al fuego, mientras repetía los versos con que Scotto contestara a su insolencia.
Pasaron las horas y llegó la de comer, y los sega­dores, en el campo, esperaron en vano a la vieja, que debía llevarles el dorado pan recién cocido. Extra­ñado el marido, envió un mozo a buscarla; mas tan pronto como traspuso el umbral, el muchacho se vio acometido de la manía danzante y repitiendo a compás la frase clavada en la puerta, vino a formar con la bruja una risible pareja. Pasó el tiempo, y el marido mandó otro hombre, y otro, hasta que se quedó solo. Cansado de esperar e intrigado, tomó el camino hacia su casa, y antes de llegar a ella vio cómo Scotto desde la cima del monte se divertía con el buen éxito de su estratagema.
La presencia del mago dio qué pensar al brujo consorte; apresuró el paso y, al llegar ante la puerta, su vista chocó con el mágico cartelito. Lejos de en­trar, el prudente marido decidió realizar una inspec­ción y acercándose a una ventana vio la escena: sus hombres bailaban sin cesar y en su involuntaria furia arrastraban a su mujer, que tan pronto se veía lanzada al fuego como corría ligera alrededor.
No perdió tiempo el buen esposo. Partió a caballo y en un momento llegó ante Scotto; con suplicante acento le rogó que deshiciera el hechizo y se apia­dara de su pobre mujer. Y Miguel, que era un mago bueno, aunque un poco humorista, accedió así:
-Tienes que entrar en casa de espaldas y arran­car con tu mano izquierda el cartel. Con esto, basta; vete tranquilo.
Y así lo hizo y cesó el encanto.
De las referencias escocesas creemos deducir que las relaciones de Scotto con las mujeres fueron poco afortunadas. He aquí cómo le hace morir la leyenda:
Alguien le predijo que moriría víctima de la mal­dad y astucia de una mujer. Parece natural que el sagacísimo Scotto hubiera andado prevenido; lejos de ello, se dejó dominar, hasta el punto de confiar un día a su mujer su más íntimo secreto:
-No hay peligro alguno de que mi poder no con­jure, si no es con el caldo de carne de puerca enfure­cida; contra tal ponzoña, nada pueden mis artes.
La pérfida mujer preparó con cuidado el caldo y se lo dio a beber a Miguel. Sintió el mago que la fu­nesta bebida le abrasaba las entrañas; reuniendo sus últimas fuerzas, se lanzó contra la traidora es­posa, que pereció bajo su justa mano. Y allí mismo concluyó Scotto su vida.

039. anonimo (inglaterra)

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