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viernes, 7 de septiembre de 2012

Hortaleza

En esta popular calle se yergue el caserón de San Anto­nio, donde se rendía parada en la romería dedicada al rei­no animal cuando ya moría la Pascua, y que guarda en su templo el impresionante lienzo de La última comunión de San José de Calasanz, con el que Goya pagó a los padres escolapios enseñanzas de latines e historias.
Más arriba existía la fábrica de tapices, donde el Sordo realizó su «salto a la fama» y, enfrente, el convento de Santa Magdalena de la Penitencia para mujeres arrepenti­das, las que llegado el momento de decir NO a su pasado, el futuro les ofrecía tan sólo dos únicos caminos: matrmonio o convento. En este cenobio tenía su sede la curio­sa Hermandad de la Esperanza (establecida en tiempos de Felipe V y abolida por iniciativa de Mendizábal, el minis­tro de los recortes anticlericales económicos) que realiza­ba a las altas horas de la noche su famosa ronda del Peca­do Mortal.
Los hermanos, embozados en sus largas capas, con sus som-breros tricornios, encendían sus linternas, y con paso solemne recorrían las calles más contaminadas por el pecado de la carne, entre ellas -es obvio- las del barrio de los chisperos, colocando los halos de luz sobre rinco­nes, portales y ventanas. El hermano que iba en primer tér­mino hacía añicos el silencio con sus tétricos campanillazos. «Dan, dan, dan». Otro, dándole a su voz una entona­ción de ultratumba; clamaba:

¡Alma que estás en pecado;
si esta noche te murieras,
piensa bien a dónde fueras!

Se abría una furtiva ventana y una vieja exclamaba:
-¡Jesús!
La voz dé un cuerpo desnudo le decía a otro:
-Espera que pase la ronda.
Caían las monedas lanzadas por manos que se oculta­ban en la oscuridad de la noche, saltaban, y repiqueteaban en el empedrado y eran recogidas por el hermano de la campana.
Seres huidizos adelantaban a la ronda, con un pecado a cuestas que ahora les estorbaba mucho más (seguramente, cosas de la sugestión).
«Dan, dan, dan...»
Y entonces, el coro de la Hermandad, salmodiaba:

Muchos hay en el infierno
por una culpa no más.
Tú, con tantas, ¿dónde irás?

Cuando el sol iba a salir en el cielo madrileño; la Her­mandad, con sus limosnas recogidas en buena lid y con sus terrores repartidos, se escondía en el caserón del convento de la calle de Hortaleza.

127. anonimo (madrid)

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