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jueves, 6 de septiembre de 2012

Galceran de pinós y el caballero sancerní

Allá por el año de 1147, en una de tantas correrías de los cristianos contra los moros, dos caballeros ca­talanes, el almirante Galceran, señor de Pinós, y el no­ble caballero Sancerní marcharon por tierras de Alme­ría a luchar contra los moros; pero el combate, iguala­do en un principio, acabó a favor de los moros, que hicieron entre los cristianos una matanza espantosa!, re­latada en Cataluña por los pocos que lograron escapar.
Durante muchos días se lloró la pérdida de don Gal­ceran y don Sancerní, los dos nobles caballeros; pero pronto se supo que habían sido respetadas sus vidas en consideración a su elevada alcurnia. Se anunció, en efecto, que un poderoso moro los tenía presos en Gra­nada y solicitaba del rey de Cataluña, Ramón Beren­guer, un fabuloso rescate, consistente en cien donce­llas cristianas, cien mil doblas de oro, cien caballos blancos, cien paños de brocado de oro de Tauris y cien vacas.
Llegó la noticia hasta las familias de los caballeros; pero ni prescindiendo de toda su hacienda podían reu­nir aquel rescate, sobre todo en lo referente a la entre­ga de cien doncellas. Ya desesperaban de poder salvar la vida de los caballeros, cuando llegaron unos envia­dos del pueblo de Braga, perte-necientes al señorío de Pinós, que venían para ofrecer a la familia de su señor Galceran las cien doncellas que reclamaban para su res­cate. Habían decidido que dentro del señorío las fami­lias de cuatro hijas entregasen dos; las que tuvieran dos, una, y las que tuvieran una y les tocara en suerte en­tregarla, prescindieran también de su única hija.
Tan dolorosa resolución fue llevaba a cabo, y pocos días después estaban las desgraciadas doncellas dispues­tas a emprender la marcha hacia Granada.
Mientras, don Galceran, rogaba a San Esteban pa­ra que le librase de aquella lóbrega mazmorra, y el ca­ballero Sancerní pedía desde su calabozo la misma mer­ced a San Dionisio. Rezando a los dos santos, se que­daron ambos caballeros dormidos en el frío suelo de la prisión.
Los primeros rayos del sol los despertaron a la ma­ñana siguiente; pero al abrir los ojos, en vez de trope­zar con las sucias paredes de la mazmorra, se encon­traron con el horizonte amplio y despejado de una cam­piña exuberante. Frente a ellos, a pocos pasos, vieron la choza de unos pastores; se acercaron y les pregunta­ron por el lugar en que se hallaban. Los pastores, con­fundiéndolos con caminantes extraviados, les contes­taron que se encontraban a muy poca distancia de Ta­rragona. Alborozados don Galceran y don Sancerní por la noticia, iniciaron la marcha a toda prisa, olvidando su cansancio y su extrema debilidad, y al llegar a una encrucijada del camino vieron una multitud silenciosa que marchaba en dirección contraria. Preguntaron a dónde se dirigían, y un hombre de gesto grave y dolo­rido es repuso que iban hacia Granada a pagar el res­cate de don Galceran y don Sancerní, para el cual ha­bían tenido que sacrificar a cien doncellas. Los caba­lleros, entonces, se dieron a conocer, y entre felicita­ciones y el natural regocijo, emprendieron todos el ca­mino hacia Tarragona.
Hoy todavía se recuerda la aventura que tantas an­gustias proporcionó a las familias del señorío de don Galceran, y de padres a hijos se cuentan las peripecias de los dos caballeros, cuyos sepulcros se conservan en el histórico Monasterio de Santes Creus.

103. anonimo (cataluña)

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