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sábado, 15 de septiembre de 2012

El oso y el herrero

Hasta el siglo pasado abundaron los osos por el Pirineo. La guerra que les hicieron los pastores consi­guió casi eliminarlos del todo lo mismo que a los lobos. Ambos animales eran temidos por todos los ganaderos porque eran capaces de dejarlos sin ovejas.
El oso era más noblote y sólo mataba para comer cuando estaba hambriento y no disponía de otro alimen­to. El lobo, en cambio, mataba por matar. Como si encontrase un placer en ello. Porque la sangre le excita­ba, y si saltaba dentro de un aprisco podía degollar todas las ovejas y corderos que hubiera en él.
La mejor defensa contra los lobos eran los masti­nes del Pirineo, esos perrazos grandes, blancos y bona­chones, pero capaces de enfrentarse con toda una mana­da de lobos para defender su rebaño. Sus amos les ponían en el cuello un collar de cuero erizado de clavos pues ya se sabe que los lobos suelen avalanzarse hacia la garganta de sus presas. Del oso no había manera de defenderse como no fuese a tiros.
Y también surgió un personaje típico en aquellos años: el matador de lobos. El fue el que los eliminó prácticamente de nuestras montañas. Vivía de eso. Como una especie de "caza-recompensas". Cuando se entera­ba de la presencia de algún lobo en algún sitio,allá iba con su escopeta y no paraba hasta que acababa con el animal. Después de matarlo lo despellejaba y paseaba su piel por todos los pueblos de la redolada y los ganaderos le pagaban con buenas propinas.
El oso es otra historia. Vale la pena escucharla igual que la escuché yo de labios de un montañés.
Pues señor, esto era una vez un herrero de un pueblecito del Pirineo. Vivía solo en su casa pues ningu­na moza había querido casarse con él. Y es que tenía un genio verdaderamente endemo-niado. No se trataba con nadie. El mismo se hacía la comida y cuando no traba­jaba en la herrería, nadie sabía en qué se ocupaba. Se encerraba en casa o deambulaba en solitario por los bosques de alrededor.
Era alto, corpulento, forzudo como todos los herre­ros y más peludo que un oso. Hasta el hierro le tenía miedo: en cuanto lo sacaba de la fragua al rojo vivo y lo ponía sobre el yunque y agarraba el mazo con sus manazas, ya se ponía a temblar adivinando lo que se le venía encima. Además era muy mal hablado y juraba como un carretero. No es raro que las gentes se apartasen de él y que con nadie tuviera trato. Claro que, tarde o temprano, todos tenían que acudir a él cuando tenían que herrar a las caballerías, arreglar un arado, afilar una azada o remendar una cerraja.
También las bestias lo conocían de forma que cuando herraba a alguna mula, el animal se estaba quieto como una estatua y no chistaba para nada por miedo a que le retorciese más de la cuenta la cuerda que le sujetaba la oreja o el morro.
Así era el famoso herrero de nuestra historia.
Pues bien, una mañana apareció por el pueblo un pordiosero pidiendo limosna por caridad. Las gentes eran de buen corazón y en una casa le daban una tajada de pan, en otra un trozo de chorizo, en otra unas monedas para remediar su necesidad. Así, recorriendo la aldea llegó también a la herrería.
Algo debió adivinar cuando vio la hosca figura del herrero trabajando en la fragua con cara de pocos ami­gos y pareció que no se atrevía ni e entrar. Desde la puerta exclamó:
-Ave María Purísima. Una limosna por amor de Dios.
El herrero ni se movió. Y el otro repitió su petición. Nuestro hombre estaba de peor humor que nunca, vete a saber por qué. En aquel momento estaba calentando una herradura en las brasas, sujetándola con las tenazas. Se detuvo un momento en su trabajo y observó al mendigo de pies a cabeza.
Iba descalzo el pordiosero, cubierto de harapos, con una barba de muchos días y todo desgreñado.
El herrero se tomó su tiempo para contestar, pero la respuesta fue horrible:
-"¡Toma, cálzate y vete a pastar!"
Y diciendo esto le tiró la herradura ardiendo a los pies.
El pobre mendigo, sorprendido, exhaló un quejido por el terrible impacto. Luego, enfadado por aquel insulto lo miró fijamente y le lanzó una maldición:
-"Eres un oso y serás un oso; te subirás a los árboles menos al arto que te pinchará ni al abeto porque patinarás".
Al momento, el despreciable herrero quedó con­vertido en un oso, lanzó un alarido, salió de la herrería y huyó bramando el bosque.
Dicen que todos los osos grises de nuestra montaña son descendientes de aquel herrero. Y por eso son unas fieras que pueden caminar derechas, sobre los pies, como las personas. Y por eso son tan peludos. Y por eso pueden trepar a todos los árboles menos al arto y al abeto.
La leyenda nos asegura que aquel pordiosero era en realidad nuestro Señor.

0.013. anonimo (aragon)

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