Translate

viernes, 7 de septiembre de 2012

El mundo de trajinantes

Las «cavas» eran minas que los árabes utilizaban para entrar y salir en tiempos de guerra sin ser vistos por el ene­migo.
En Madrid, cuando se mencionan las «cavas» se hace referencia, seguramente, a la Alta y a la Baja, porque la otra, la de San Miguel, se esconde entre la calle Mayor y la de Cuchilleros acomplejada por la fama de sus homóni­mas. Y es que estas dos vías urbanas siempre han gozado de la predilección y del amor de los madrileños. La Cava Baja es algo más ancha y bastante más alegre que su melli­za. A ella le cantó Carrere en el siguiente soneto:

«Mesones de la Cava. Los carros trajineros
con las varas en alto. Fritanga en la cocina;
ropa tendida al sol y canciones de arrieros,
y algún rústico clásico de alforjas y anguarina.

Los ahumados lacones la cocina decoran;
las tinajas orondas rezuman por la panza;
sus morriñas galaicas las dulces gaitas tocan,
o a un son de seguidillas se alborota la danza.

Castizos paradores con un nombre sonoro;
posadas de la Villa y del León de Oro,
donde hay siempre una moza que ríe y retoza.

Vino en jarra y camastro que hace el amor sabroso
cuando en la noche, un pícaro trajinante rijoso
anda buscando a tientas el cuarto de la moza.»

La Cava Baja es asimismo la que conserva mejor su antiguo aspecto, especialmente en el interior de las casas y en sus posadas de nombres rimbombantes como «El Dra­gón» y«Ei León de Oro», que ostentan con orgullo, en sus muros, las fechas de sus antiguas fundaciones.
Si sirviéndonos tan sólo de la imaginación echáramos hacia atrás un siglo en el tiempo, por medio de la evoca­ción nos veríamos trasladados a un mundo de trajinantes, de diligencias, de carros, de caballerías que entran y salen por sus amplios portalones.
Frente a las fachadas, observaríamos al «espabilao» del timo que espera paciente que surja el «lila» que caerá víc­tima de su propia ingenuidad y avaricia pueblerinas, y al desocupado acechando el momento de que alguna amazo­na muestre, al apearse, el talón de su diminuto pie.
Veríamos asimismo a los arrieros que traían su mercan­cía de la Sagra y de la Mancha; a una moza de cántaro que rehuía, coqueta, la caricia de una mano audaz de un cami­nero, mientras en sus ojos revoloteaban promesas, y obser­varíamos el sueño, dentro de las grandes tinajas, del recio vino de Arganda y de Noblejas; al leer el periódico nos informaríamos de que existe la crisis política porque Sagasta y Cánovas del Castillo, para variar, intercambian posiciones.
En fin, se trataría del rostro de un Madrid -bastante próximo en el tiempo, que torna a nuestro recuerdo cada vez que transitamos por las «cavas».

127. anonimo (madrid)

No hay comentarios:

Publicar un comentario