Translate

viernes, 7 de septiembre de 2012

El jueves de corpus del año 1623 en madrid

Acababa de recorrer las calles del tránsito, desde la, iglesia de Santa María, el Mogigón acompañado de la Tarasca, de un sacristán con vara palio y dos monaguillos con dalmáticas azules y encarnadas de rayas con campani­llas repiqueteadas a compás como todavía se dejan oír por las calles la víspera de las procesiones del viático y la Minerva. Acababan los refinados del último figurín de proveerse de confites del Sacramento para obsequiar a sus Galateas, y la gente ordinaria de bolas del Mogigón para comerlas empapadas en vino blanco de Rueda.
Acababa de llenarse de gente la calle Mayor, porque el paseo de a pie la víspera del Corpus era por las calles que al día siguiente había de, recorrer la procesión, instituida por los años 1280 al 85, cuando asomó, y aun se cree que salió del palacio de Oñate, el primer golilla a caballo que admiraron los tiesos bibriones del tiempo, seguido de una manga de corchetes y un trompetero que, a las primeras de cambio, soltó el punto de atención para anunciar al hom­bre de justicia quien, con voz hueca y quebrada, pregonó el siguiente bando:
«Manda el Rey nuestro señor, que ningún hombre pueda traer copete y jaulilla, ni guedejas con crespo, ni otro rizo en el cabello, el cual no pueda pasar de la oreja, y los barberos que hicieran algunas de las cosas susodi­chas, por la primera vez caigan en multa de 200 marave­dises y diez días de cárcel, y por la segunda, pena dobla­da y cuatro años de presidio. Y las personas que trabajen en copete, o guedejas y rizos en la dicha forma, no se les dé entrada en la Real presencia de S.M., ni en los conse­jos, y los porteros se lo prohíban, y los Ministros uo les puedan dar audiencia, sin que pueda valer de privilegio de fuero...»
-¡Dioses inmortales! -exclamó un gomoso desde las gradas de San Felipe, ¡si yo no padezco la enfermedad que obligó a Carlos V a raparse el pelo en Barcelona! ¿Por qué me he de esquilar el copete?
«Manda el Rey nuestro señor -continuó berreando el pregonero, que ninguna mujer, de cualquier estado o calidad que sea, no pueda traer, ni traiga, guardainfante, ni jibones que llaman escotados, ni basquiña que exceda de ocho varas de seda ni de cuatro de ruedo, y lo mismo se entienda en faldellines, manteos o lo que llaman polleras, y también se prohíbe que ninguna mujer anduviere con zapatos, pueda traer verdugados ni cosa que haga ruido en las bósquiñas y que solamente puedan traer dichos verdu­gados, con chapines que no bajen de cinco dedos, y la mujer que lo contrario hiciere... etc.» Aquí las penas, que no eran flojas ni llanás de cumplir.
El bello sexo reunido en la carrera hizo oír su rugido de protesta. Femenino, sí; pero rugido también. Y los galanes que al punto se solidarizaron con ellas, anduvieron en un tris de levantar barricadas con pedernales.
Felipe V, que aunque enamorado y galán, era de genio serio, sobrio en sus menesteres, muy poco dado a frivóli­dades y antojos en la indumentaria, oyó, la protesta -el rugido- de las Meninas compli-cada con el grito de sus afeminados cortesanos y dijo, terciando el capotillo:
«Abajo los tupés, y las polleras, y los jubones, de re­salto, y los tacones de once pisos con y sin verduguillos»
Y a semejanza de lo que hizo con el Presidente del, Consejo, quien oponiéndose a la reforma de los cuellos y encañonados, mandó quemarlas primeras golas que fabri­có el jubetero de S.M. para el rey y el infante D. Carlos, declarando brujo y endemoniado a quien tal hizo y, diabó­licas las maquinas de la invención, ordenó al conde-duque de Olivares que, para la procesión del día siguiente, vistie­sen sin excusa ni pretexto, el Mojigón y la Tarasca, sin copete ni guedejas, ni rizo, ni guardainfantes, ni jubones degollados, ni chapines de zancos, ni polleras de ruedo descomunal, provocativo y deshonesto.
La premática se cumplió ad pedem litere y una nube de corchetes, sin guedejas ni tupés, se encargó de la vesti­menta de los monigotes, secuestrando para este fin, a ambas cofradías de costureras y peluqueros, como si dijé­ramos a las Honorinas y Sisís de aquella generación, a los Worts de la hige-life del culteranismo, de la crema palati­na de D. Felipe, el de San Plácido.
Llegó la hora a la mañana del día siguiente y la proce­sión del Corpus Christi salió en el orden que sigue [1]:
«Comenzó a salir, como suele, de la Iglesia de Santa María (Parroquia más antigua), a las nueve de la mañana; y se acabó cerca de las tres de la tarde; bajó por la puerta de la casa, que se quemó, del Almirante de Castilla, y por la del Duque de Pastrana, y por las Caballerizas del Rey, derecha a la puerta de la casa que se está labrando el Con­de de Olivares, a la calle de Santiago, y salió a la puerta de Guadalajara, y bajó por la Platería y casa del marqués de Cañete, a la Iglesia donde había salido. Estuvieron todas las calles y partes dichas ricamente aderezadas de colgadu­ras y tapicerías, y en particular, desde las Caballerizas de San Juan hasta las muy ricas de su Majestad, de las guerras de Túnez y la Goleta, y la de Abraham y la de Noé; y fron­tero de Palacio hubo un altar con grandiosas joyas y rique­zas, y un dosel nuevo de seda, plata y oro, el mejor que de esta calidad se ha visto, hecho en el nuevo obraje que ha traído a su villa de Pastrana el Duque, para emulación de los Chinos y Flamencos, pues se han hecho allí algunas tapicerías, las mejores que dicen se hallan en Europa.
»Dicha la Misa por el Inquisidor mayor de la Capilla Real, con asistencia de su Majestad y el infante don Car­los, cardenales Zapata y Espínola, Grandes y Embajadores en sus asientos, caminó la procesión, yendo los atábaleros y trompetas delante, con sus Piostres, Mayordomos y Ofi­ciales de las cofradías, con sus cetros de plata, y más de cincuenta hachas blancas con cada pendón. Luego los niños desamparados, con su pendón, vestidos con ropas azules, y los niños de la Doctrina, con su pendón y ropas pardas, todos con sobrepilleces y guirnaldas de flores en la cabeza y ramos en las manos.
»Al pasar la procesión por la puerta de Palacio hizo su Majestad gran cortesía a la Reina, que estaba en el balcón principal con la Infanta y el Infante Cardenal, y la misma cortesía hizo,al Príncipe de Gales, que estaba con su gente en los balcones de su cuarto, los cuales hicieron grandes cor­tesías y reverencias a su Majestad y grandes humillaciones y adoraciones, adorando de rodillas al Santísimo Sacramen­to cuando pasó; y algunos caballeros que con él han venido fueron en la procesión, y se dice por cierto que son católicos, y todos en general hicieron la misma cortesía que su Prínci­pe, desde donde estaban, cuando pasaba la Custodia.»
La procesión se detuvo ante los altares levantados jun­to a los palacios de Pastrana, Abrantes y Oñate, y se can­taron los salmos de rúbrica, caminando despacio bajo tol­dos de lona, como ahora, pero sin espárragos. Cubierta de flores la custodia, y envuelta en nubes de incienso, regresó la procesión a Santa María, pasando por delante de las casas de Lope y Calderón, que estaban, como todas las de la calle Mayor, colgadas de damasco y la del Conde de Oñate con sus históricos tapices. La calle y el resto de la carreta, estaban cubiertas de juncia, tomillo y romero.

Terminada la procesión; se representaron los autos con coros y música, y por la tarde, velaron al Santísimo seño­ras de Madrid con el rostro tapado y una vela rizada en la, mano.
Jóvenes de la sociedad más escogida acompañaron a las señoras en su oración, no sabemos si por piedad o galantería, pues murmura-ciones han llegado hasta noso­tros de que las requebraron, en estilo místico, con la más tierna unción.
Éste fue, así fue, el Corpus de 1623, reinando en Espa­ña su Majestad Felipe IV.
Puede decirse que el programa de esta fiesta, menos los autos sacramen-tales y las comunidades religiosas, sigijie­ron respetándose escrupulosamente y siendo válidos hasta muchos años después.
La carrera, en etapas posteriores, se cubrió de arena en lugar de tomillo; pero en cambio, en los balcones de las calles de tránsito, singularmente en la de Carretas, había una exposición, que duraba todo el día, de hermosuras y de flores que, según se decía, deslum-bra y hace creer en Dios.
Existe constancia del hecho de que también Isabel la Católica presenció, en su tiempo, la procesión del Corpus desde un balcón de la casa de los Lujanes.

127. anonimo (madrid)


[1] Esta descripción está tomada literalmente de una de las cartas de Andrés de Almansa y Mendoza, publicadas en la colección de libros españoles raros y curiosos (Tomo XVII). (Nota del autor)

No hay comentarios:

Publicar un comentario