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sábado, 8 de septiembre de 2012

El fin de las lamias

En una aldea del valle vizcaíno de Arratia llamada Igorre, en uno de sus caseríos conocido como Garamendi, vivía un hombre alto y robusto de nombre Silvestre, Chilibristo. Y fuerza, ¡Jesús, María y José!, qué fuerza tenía. Era capaz de llevar el carro cargado a la espalda, y cuesta arriba, desde Urkusu hasta Garamendi, así es que ya os podréis figurar.
En cierta ocasión, se encontró un peine a la orilla de un arroyo, lo guardó en su pecho y prosiguió adelante nuestro buen Silvestre. Y en esto, le dijo una lamia [1]:

Chilibristo, dame ese peine en seguida,
que si no, atentaré contra tu vida.

Silvestre agarró a aquella lamia por el gaznate y se la llevó a su casa, a Garamendi. Aquel ser lamia sentía, como suelen sentir todas, auténtica pasión por la leche, la volvía loca. Pero en la casa pasaban días y más días sin que sus moradores lograran hacerla decir una sola palabra. Parecía estar muda. Hasta que un buen día en que ella estaba en la cocina la leche empezó a hervir en el perol. Y para que no se echara a perder, la lamia aquella se puso a decir:

Lo blanco arriba, lo blanco abajo.

Entonces la forzaron con brusquedad para que siguiera hablando. Uno le preguntó cómo podían aniquilarse las lamias. Y ella respondió:

Las lamias sólo se destruirán
cuando se aren todos los arroyos
con una yunta de pardos novillos
nacidos la mañana de San Juan.

Las palabras de aquella lamia pronto se esparcieron de barrio en barrio, y se registraron todas las cuadras del valle de Arratia en busca de novillos pardos nacidos la mañana de San Juan.
Durante aquellos días, las yuntas de novillos pardos se dedicaron a arar el seno de los arroyos con más ímpetu que si desmenuzaran terrones en los campos para espantar así a las lamias.
Desde entonces no ha vuelto a aparecer ni una sola por aquella comarca

108. anonimo (pais vasco)



[1] En la mitologia grecolatina, ser fabuloso que se representaba con cabeza de mujer y cuerpo de dragón.

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