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martes, 4 de septiembre de 2012

El cuñado del demonio

Hace muchos años, vivía en Checoslovaquia un muchacho llamado Pedro. Cuando su padre, un rico labrador, murió, su madrastra le usurpó la he­rencia y lo echó de casa.
-No quiero verte más; vete al demonio -le dijo.
Pedro echó a andar, dejando tras sí aquella granja que él tanto quería. Mas era un chico fuerte y duro para el trabajo y esperaba encontrar pronto un medio de vida. Cuando llegó al próximo pueblo se dirigió a la mejor granja para pedir trabajo. El dueño estaba en la puerta, comiendo pan con mantequilla.
-Alabado sea Dios -dijo el muchacho, descu­briéndose.
-Por siempre sea alabado -contestó el granjero. ¿Qué deseas?
-Busco trabajo. ¿Necesita usted un chico para
las faenas de la granja? Conozco bien el oficio.
-¿Tú, con ese traje de señorito? ¡Vete al demonio!
Y le dio con la puerta en las narices.
Se marchó después a casa del alcalde del pueblo.
Pero allí recibió por toda contestación:
-¡Fuera, pillo! ¡Vete al diablo!
Apesadumbrado y meditabundo, salió del pueblo.
Iba andando camino del bosque, pensando en su mala suerte y en la falta de caridad de la gente, que, por toda ayuda, le mandaba al diablo, cuando vio pasar por allí a un hombre muy llamativo, vestido de verde.
Pedro se quitó la gorra y le saludó diciendo:
-Alabado sea Dios.
Pero el hombre no le contestó; al contrario, dio muestras de desagrado y luego le preguntó:
-¿Por qué andas tan agobiado, muchacho?
Pedro le explicó que buscaba trabajo y que nadie se lo daba, y todo el mundo le mandaba al diablo.
-Probablemente, el diablo será más amable que estas gentes -acabó diciendo.
El hombre sonrió y le preguntó si tendría miedo de ver al demonio. Pedro contestó que no; que ha­biendo conocido a su madrastra, no podía asustarle nada ya.
Entonces el hombre se volvió de un color ne­gruzco y dijo:
-Yo soy el demonio.
Pedro no se conmovió. Entonces el diablo le pro­puso entrar a su servicio. Él necesitaba un joven para atizar tres enormes calderas en el infierno.
Pedro y el diablo hicieron un contrato, por el que el muchacho se comprometía a trabajar siete años en el infierno y, al cabo de este tiempo, quedaría libré y recibiría un regalo del diablo.
El Maldito le tomó por el brazo e inmediatamente se encontraron en el infierno. Pedro fue conducido al cuarto de las tres calderas y recibió instrucciones. A la primera caldera debía atizarla con cuatro tron­cos; a la segunda con ocho y, a la tercera, con doce.
Pedro se encontraba muy feliz en su oficio. Comía espléndida-mente y se divertía con las historietas que le contaban dos pequeños diablillos que tenía para ayudarle en su trabajo. Pero llegó un momento en que se cansó de aquello y le apeteció visitar la Tierra; deseaba ver la hierba verde y pasear por el bosque. Le preguntó al diablo cuánto tiempo lle­vaba ya a su servicio.
-Mañana hace siete años -le contestó el de­monio.
Pedro, viendo que acababa su contrato, decidió abandonar el infierno. Como había servido muy bien al diablo, éste le regaló una vara mágica.
-Siempre que desees dinero, no tienes más que pedírselo y tendrás cuanto quieras -le dijo el dia­blo. Se me olvidaba decirte que cuando subas a la Tierra las gentes te tendrán miedo, pues has tomado nuestro color tostado del infierno y tienes un pelo y unas uñas muy largos. ¡Hace siete años que no te los cortas!
Pedro no se inquietó por esto, pues esperaba qui­tarse fácilmente aquel color tostado cuando se diera un buen baño, y en cuanto a las uñas y al pelo, con cortarlos quedaría listo. Pero el demonio le advirtió que el tostado de la piel no se le iría nunca y que lo que podía hacer era decir a las gentes que era cu­ñado del demonio.
Pedro se despidió de sus amigos los diablillos y fue transportado a la Tierra por el diablo, yendo a aparecer en el bosque, en el mismo lugar en que se habían encontrado.
El diablo se despidió de él prometiéndole ayuda siempre que lo necesitara, y desapareció. Pedro, con la varita mágica en el bolsillo, se dirigió al pueblo más próximo.
Cuando los chicos que jugaban en la calle le vie­ron, corrieron horrorizados a sus casas, gritando:
-¡El demonio! ¡El demonio ha venido!
Las madres y los padres salían a las ventanas para ver qué ocurría, y al ver a Pedro todos bajaban a cerrar sus puertas y empezaban a rezar para que Dios los librara del diablo.
Al pasar por delante de la casa del alcalde, vio a éste y a su esposa -que le habían negado trabajo, sentados a la puerta del jardín. Se acercó con sigilo y, sentándose enfrente, les saludó sonriendo. Los es­posos, horrorizados ante este personaje infernal, no tuvieron fuerzas para moverse.
-Señor alcalde -dijo Pedro, vengo desde muy lejos y tengo mucha sed. ¿Querríais darme un vaso de cerveza?
Enseguida el alcalde llamó a Yirik, el mozo del establo, que andaba por el jardín, y le mandó que trajera una jarra de cerveza. Al poco rato, Yirik apa­reció con un jarro; pero al ver a Pedro se asustó tanto, que lo dejó caer. Entonces el alcalde, indig­nado por su descuido, le golpeó sin piedad.
Pedro, dirigiéndose a Yirik, le dijo muy amable:
-No te asustes de mí; yo no soy el diablo.
Yirik sonrió, confiado.
-Soy únicamente el cuñado del demonio -dijo Pedro.
Desde entonces, Pedro simpatizó con Yirik y fue el único amigo que tuvo en el pueblo, pues todo el mundo huía de él como si fuera el mismo demonio, a pesar de que no era más que su cuñado.
Un día que Yirik estaba llorando junto a la tapia del jardín de su amo, porque éste le había pegado, pasó por allí Pedro. Al verle llorando tan desconso­lado, se compadeció de él, y sacando su varita má­gica, le llenó la gorra de monedas de oro.
Al muchacho, loco de alegría, le faltó tiempo para contarle a su amo lo que le había sucedido.
A todo el mundo iba enseñando su gorra llena de monedas, y decía:
-¡No es el demonio; sólo es su cuñado!
El alcalde, que era muy avaro, al saber la suerte de Yirik, trató de quitarle el dinero. Aquella noche, mientras el muchacho dormía, fue a su cuarto para darle muerte y apoderarse de su dinero.
Entonces el demonio se apareció a Pedro y le dijo que Yirik iba a ser asesinado por su amo. Aquél salió enseguida en busca de su amigo, y al entrar en su cuarto se encontró al alcalde con un cuchillo en la mano, dispuesto a asesinarle. Después de bre­ve lucha, Pedro logró arrebatarle el cuchillo. El al­calde temblaba de pies a cabeza.
-No te mataré -dijo Pedro-; pero me has de prometer que tratarás a Yirik como a tu propio hijo. Si no cumples esto, te llevaré al infierno. ¡No olvides que soy el cuñado del demonio!
Desde entonces, la vida de Yirik cambió. Iba a la escuela, comía opípara-mente y vestía como el mejor burgués del pueblo.
Pasado el tiempo, la gente se convenció de que Pedro no era el demonio. Tenía un corazón bonda­doso y ayudaba a los pobres. Más de una vez la va­rita mágica sirvió para socorrer muchas desgracias.
Pedro empezó a hacerse célebre por todo el país con su encantada varita. Un día, el Príncipe le man­dó llamar a su palacio.
Pedro, intrigado, preguntó al alcalde que para qué le llamaría el Príncipe.
-Sin duda es para pediros dinero -contestó. Tiene dos hijas, de su primer matrimonio, que son muy gastadoras, despilfarran todo el dinero de la corte y aun obligan a su padre a endeudarse. Pero tiene otra hija, la más pequeña, nacida de su se­gundo matrimonio, que es un ángel. Todos adoramos a nuestra princesita Linka; pero las dos mayores son odiosas. ¡Podrían irse al diablo!
-Al decir esto, el alcalde se tapó la boca y agregó: Perdonad...
Pero Pedro se echó a reír:
-No os inquietéis. Yo no soy el demonio; soy únicamente el cuñado del demonio.
A la mañana siguiente, se puso en camino, hacia la corte. El Príncipe, en efecto, deseaba que le pres­tase dinero. Pedro contestó que lo haría encantado, pero con una condición: le tendría que dar a una de sus hijas por esposa.
El Príncipe contó a éstas lo ocurrido: un hombre de un extraño color oscuro, que decía ser cuñado del demonio, le había prometido prestarle dinero a con­dición de tomar por esposa a una de ellas.
Las dos mayores se opusieron y obligaron a la pe­queña Linka a casarse con aquel hombre semidia­bólico.
-¡Padre -dijo Linka, yo me casaré, si ello sirve para la felicidad y la paz de nuestro país!
Las hermanas se reían de ella y la llamaban «cu­ñada del demonio».
-Si fuera para casarse con el mismo demonio, aceptaría, porque llegaría a ser la princesa Lucifer -dijo una de ellas. Pero eso de ser únicamente la cuñada del demonio es denigrante.
Cuando Pedro fue presentado a la prometida, ésta estuvo a punto de desmayarse de horror.
Pero Pedro le dijo dulcemente:
-No tengas miedo, princesita; no soy tan horri­ble como parezco. Si te casas conmigo, sabré ha­certe feliz.
Linka, cuando hubo oído estas palabras, le sonrió con dulzura. Pedro prestó al príncipe gran cantidad de dinero y se convinieron las bodas.
El cuñado del demonio no olvidaba la impresión de la princesa Linka al verle. Deseando quitarse aquel aspecto diabólico que tanto horrorizaba a su prometida, llamó al diablo y le rogó que le diera su aspecto propio y le quitara aquel feísimo tinte ne­gruzco de su piel. El diablo lo llevó a un lejano país, y allí, con un agua maravillosa, logró quitárselo.
El día de la boda estaba hermoso; había recupe­rado su blanca piel y sus cabellos dorados. Con su séquito de magníficas carrozas y vestido riquísima­mente, se presentó en Palacio.
Linka, maravillada al verle, se enamoró por com­pleto de él.
Mientras tanto, las hermanas, muertas de envidia, espiaban la comitiva desde su cámara. De repente, se les apareció el demonio.
-Soy el príncipe Lucifer -dijo. En una oca­sión deseasteis casaros conmigo; ahora vengo por vosotras, para haceros mis esposas. Así, Pedro se podrá llamar desde ahora, con toda razón, el cu­ñado del demonio.
Y tomándolas del brazo, desapareció con ellas.
Pedro y Linka fueron muy felices y nunca volvie­ron a ver a su cuñado, el diablo, en toda su larga y feliz existencia.

121. anonimo (chequia)

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