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jueves, 6 de septiembre de 2012

El «buey de oro»

Cuando aún había judería en Giróna, en tiempos re­motos, existía un cementerio hebreo, en donde dormían el último sueño los de esa religión. Como en todos los lugares de la cristiandad, durante la Edad Media los judíos eran objeto de un odio popular, alimentado en buena parte por la envidia que despertaban sus gran­des riquezas.
Una tarde, los vecinos vieron pasar un cortejo fúne­bre de judíos que llevaban una pesada caja. En el cor­tejo marchaba Alfabis, uno de los más ricos de la judería.
Un hombre que contemplaba el paso del cortejo ase­guró a los que con él estaban que el entierro era fingi­do, ya que no tenía noticias de que hubiese fallecido ningún allegado de Alfabis.
-Os digo -comentaba- que se trata de una aña­gaza de ese viejo zorro para esconder parte de sus ri­quezas. Seríamos memos si nos dejásemos engañar.
Los demás aparentaron no creerle; pero en su fuero interno pensaban también así.
Pasaron los días, y el rumor fue creciendo.
Una moza que vivía cerca de la casa de Alfabis ase­guraba que algunas noches había visto luces en casa del judío y que había oído ruido de monedas contadas y vertidas, así como de otros objetos metálicos. Y un aguador afirmaba que un día había sorprendido a Al­fabis metiendo en una caja un toro de oro macizo.
Al fin, los más decididos salieron una noche hacia el cementerio y trataron de encontrar la caja del su­puesto tesoro. Iban, sin embargo, temerosos de ser sor­prendidos en su tarea, y así, como no pudieron hallar nada, dejaron de buscar. Pero al otro día nuevos ru­mores y comentarios les hicieron vólver a emprender la búsqueda.
Llegaron aquella noche al cementerio, y cuando lle­vaban un buen rato excavando, oypron con terror un espantoso mugido, que les hizo huir.
Cuando al día siguiente salieron a la calle, vieron a las gentes que comentaban atemorizadas el suceso, pues el mugido había resonado, no sólo en la ciudad, sino mucho más allá.
Viajeros llegados al pueblo aseguraron más tarde que habían oído, extraflados, también el gran mugido. Fue atribuido a magia del «buey de oro», y desde entonces hubo un supersticioso respeto por el cementerio judío.
Éste se encontraba casi enfrente del convento de sa­lesianos, en una cantera de cal, donde termina la calle Pedret.

103. anonimo (cataluña)

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