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sábado, 8 de septiembre de 2012

El brujo que sobrevoló la rioja

Hace casi quinientos años, la diócesis de Calahorra y La Calzada se extendía por unos territorios mucho más amplios que los actuales. Así, hacia el oeste comprendía La Riojilla Burgalesa, que limita en los Montes de Oca, célebres entre otros motivos porque en su tramo eran asaltados numerosos peregrinos.
Por la parte donde el sol echa a correr cada mañana, abrazaba varias localidades navarras. En una de éstas, en Bargota, vivía Johanes, un clérigo que dependía de la parroquia de Santa María de Viana y que, para entonces, se había granjeado una merecida fama de brujo.
Pero de practicar la magia blanca pasó a ejercer la negra. El Tribunal de la Santa Inquisición de Calahorra lo detuvo y le impuso una fuerte penitencia.
Afligido, acudió al santuario de la Virgen de Codés, de la cual había sido gran devoto. Dicha Señora tenía su origen en el Monte Cantabria, cerca de los parajes que él había frecuentado en los aquelarres. Habló primero el brujo:
-Buenos días, Señora.
-Buenos días nos dé Dios, Johanes. Cuánto tiempo sin verte.
El nigromante le refirió lo acontecido. Al oírlo, movió la cabeza la Madre con aires de reprensión y dijo:
-Atiende bien, Johanes. Yo no voy a aumentarte el castigo de Calahorra; pero sí voy a imponerte una obligación: todos los domingos asistirás a la misa de mediodía en Santa María de Viana. Evitarás de esta manera las correrías tan largas que me dicen haces a veces.
Dicho y hecho. Johanes vivió tranquilo entre Bargota y Logroño, a cuyas ferias de ganado le gustaba acudir, pues el encantador se había hecho curandero y procuraba aliviar a los paisanos enfermos.
La fama se propagó de nuevo. Muchos peregrinaban a su mansión: así que pensó: «He de aprender más y más».
No había lugar más acreditado para ello que los Montes de Oca; allí enseñaban unos clérigos, penitenciados asimismo en Calahorra.
Así que ni corto ni perezoso, aparejó su mejor mula, atravesó el Prado de Cantabria y el Puente de Piedra de Logroño, cruzó Santo Domingo y se presentó en Villafranca de Montes de Oca. Cien kilómetros en dos días.
Ahí permaneció cuatro jornadas aprendiendo de sus colegas los secretos que encierran las hierbas y algunos artilugios: carrasquilla para el catarro; hojas de olivo macho para la tensión; cédulas para sanar que habían de ser atadas con cuerdas hiladas por doncellas cuyo nombre fuera María...
Al amanecer del quinto día, el grupo de clérigos se encontraba a la puerta de la parroquia de Santiago, que aún conserva como pila de agua bendita una gran concha marina. Era una mañana de agosto en la que Villafranca se había despertado purísima de nieve.
-¡Qué mañana de domingo tan bella! -exclamó el sacristán.
-¿Cómo dice? -preguntó Johanes.
No había caído en la cuenta. Las jornadas habían transcurrido en un sueño y ya tenía que haber estado de vuelta en Viana. ¡No podría cumplir la promesa hecha a la Virgen de Codés!
De pronto, se le encendió la mollera. Había viajado una vez en una nube a Madrid a ver los toros, y en otra ocasión, a Roma para avisar de un peligro al papa Alejandro VI. ¡Tenía que repetir la hazaña!
Fue a la cuadra. Cogió el saco de latinajos y de hierbas y echó a correr monte arriba.
-¿Qué hacemos con la mula? -le gritaron.
-¡Se la dais al primer peregrino que salga del hospital de San Antonio!
Nevaba copiosamente. Llegado a la Fuente de Mojapán, se volvió hacia una nube oscurísima, aspiró aire y conjuró: «Nube de Montes de Oca, ¡acércate hasta mi boca!».
Entonces subió a ella y a punto estuvo de chocar contra la torre del pueblo; pasó por encima de la Virgen de la Peña en Tosantos; ganó el castillo de Belorado; pero la oscura masa vaporosa se detuvo, agotada, en un otero cercano a Grañón. Johanes miró hacia el norte y clamó:
-Nube de las Conchas de Haro, ¡acude presta en mi amparo!
Se montó y se dirigió hacia Santo Domingo; divisó el cerro royo de Navarrete, cuando su alfombra transparente se paró, extenuada, en el Monte Cantabria. Ninguna nube adornaba el cielo. A Johanes se le llenaron los ojos de lágrimas: iba a fallar a su mejor amiga. Con todo, mirando a Codés, imploró:
-Nube y Virgen de Codés, ¡socorredme en mi revés!
De allá, de lo alto de Yoar, se vio venir una nube tan pequeña que en ella no cabían ni los piececitos de un niño. Johanes la acarició. Superando los prados de los aquelarres, la blanquísima capa lo depositó en la puerta de Santa María de Viana, justamente sobre los cantos rodados que reproducen en blanco el motivo heráldico de la Orden de la Terraza de Nájera.
Iba a comenzar la misa. El nigromántico se abrió paso entre los feligreses del pórtico, que lo observaban extrañados: en pleno agosto traía el sombrero y el manto cubiertos de nieve. Enfiló la nave central sacudiéndose la ropa:
¡Cómo nieva en Montes de Oca! ¡Cómo nieva en Montes de Oca!
Luego rezó y depositó el saco de latinajos y hierbas a los pies de la Virgen de Nieva. El envoltorio se transformó al instante en un gran ramo de flores.
La leyenda no cuenta nada más. Pero hoy en día, en bastantes de nuestros pueblos, cuando algunas personas entran en un local sacudiéndose la nieve, exclaman: «¡Cómo nieva en Montes de Oca!». Como Johanes. Aunque no posean su poder de sobrevolar La Rioja.

129. anonimo (la rioja)

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