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viernes, 7 de septiembre de 2012

El bautismo del moncayo

Una mañana de otoño, cuando maduran las zarzamoras silvestres y el viento frisa con zumbido estremecedor, partimos de la villa de Agreda, patria de la venerable sor María, consejera de Felipe IV, en dirección al Moncayo.
Seguimos a caballo por Vozmediano, camino de la Cueva. Así se anda en carne viva, entre brezos y jaras, espantando a los corzos.
-¿Cuando llegaremos? -preguntamos a nuestro guía.
-No se impaciente, que nos falta por andar lo más escabroso de la sierra.
-Dicen que hay espléndidas praderas en torno a la Cueva. ¿Es cierto?
-Efectivamente, hay pastizales de hierba fina que hacen hervir la sangre a los venados.
En una encrucijada del camino tropezamos con un fabuloso montón de piedras lanzadas por los pasajeros. Nuestro guía cumple este rito y echa un canto rodado al montón. Imitamos su actitud.
-¿Qué significa esta ofrenda?
-¡Oh!, pues es un rito de admiración, que recuerda un hecho acaecido, hace centenares de años, en este paraje.
-¿Conoce usted el suceso?
-Todos los naturales del país lo saben y se lo narraré escueta-mente para aliviar el camino.
-Diga, diga lo que buenamente sepa.
-En una romería al santuario de Veruela, se perdió un niño de corta edad, hijo de una familia de Tres Montes.
-¿Dieron con su paradero?
-De ninguna de las maneras, a pesar de que las cuernas y olifantes resonaron varios días por los bosques de estas montañas.
-¿Cómo se llamaba el niño?
-Felipe Rahola, como su abuelo.
-¿En qué paró el suceso?
-No puede usted imaginar lo sorprendente que resulta el hecho.
-Cuéntenos, cuéntenos lo que sepa.
-Una loba cuidó del ausente como si fuera su lobezno. La influencia telúrica cubrió su cuerpo de pelo y aprendió el lenguaje de los animales de la selva.
Entre tanto su madre suplicaba:
-¿Qué mal te hice, Dios mío, para que me hayas arrebatado así a mi hijo? Fuimos a la romería tan contentos con nuestro hijo y volvemos con las alas rotas sin él.
-Señor nuestro, ya que no podemos encontrarle vivo, que siquiera demos con sus despojos para que por lo menos toquemos sus huesos y guardemos algún mechón de sus cabellos -decía su padre.
-¿Descubrieron su paradero?
-Unos carboneros le vieron correr un día por el bosque y lo cazaron a lazo. Se lo entregaron a sus padres que prorrumpieron en llanto al verlo salvaje. Desde entonces, en este lugar, donde cogieron al fugitivo, todo el que pasa por aquí, echa una piedra al montón en admiración del milagro.
Llegamos por fin al pueblo de la Cueva, con sus casas de piedra, sus calles arbitrarias, cubiertas de hierba en la calzada. Sus habitan-tes nos miran entre sorprendidos y recelosos.
-¿A qué vendrán estos fieles cristianos a nuestro lugar?
-Ni a cobrar la contribución, ni a contarles las ovejas.
Paramos en casa de Policarpo, llamado el Poeta, hombre astuto y bien hablado, con escamas de cangrejo en las orejas, que se sabe la historia del pueblo con puntos y comas.
Policarpo acoge con cortesía nuestro dictado y nos pregunta:
-¿Por dónde quieren ustedes que empecemos?
-Por la leyenda de la Cueva.
-Estas faldas de la montaña, que ustedes ven arboladas, fueron praderas frondosas en las que pastaban grandes rebaños de ganado vacuno y lanar. A la sombra de algunas encinas sagradas, el ganado sesteaba en verano, y en invierno se cobijaba bajo sus ramas.
-Entonces, ¿esta aldea fue un caserío de pastores?
-No solamente eso, porque había también madereros, leñadores y traj inantes.
-¿Quién exploró la sima de la caverna?
-Nadie se ha atrevido a penetrar en sus misterios.
-¿Es cierto que fue morada del ladrón de ganados?
-Sí. En la misma vivió el famoso Caco, figura mitológica, perseguido por los dioses.
-¿Cómo fue descubierto y aniquilado?
-Los pastores se devanaban los sesos tratando en vano de adivinar quién les robaba sus más espléndidas reses. Pasó el tiempo, hasta que una vez sucedió lo imprevisto para el ladrón.
-¿Tan larga fue su ocultación?
-A Caco se le ocurrió un buen día robar al toro rey de la manada. Le hizo entrar cara atrás, reculando en la cueva para ocultar sus despojos.
-¿Qué sucedió entonces?
-Las vacas que barruntaron al ladrón, empezaron a dar terribles mugidos en torno a la sima. Los pastores dedujeron quién había sido el autor de la atrevida fechoría.
-¿Qué hicieron en consecuencia?
-Pedir auxilio al dios Pan, protector de los pastores. Pero éste, indefenso contra las maldades de Caco, suplicó la ayuda de Hércules, dios de la montaña. Éste, furibundo, desató sus furias; se estremeció la montaña, se produjo un cataclismo aterrador, las rocas cayeron sobre la sima de la cueva y aplastaron a Caco para siempre. Y, desde entonces, este monte Cacuno fue bautizado con el nombre de Moncayo.

013. anonimo (aragon)

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