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viernes, 7 de septiembre de 2012

El balcón de la duquesa

Año 1795.
Estamos en un Madrid que orquestaban a trío, con no pocas disonancia: el rey Carlos IV, María Luisa y Manuel Godoy.
El palacio de Villafranca estuvo ocupado, entonces y pro­visionalmente, por los duques de Alba: don José -bas­tante tacaño- y Cayetana con su gracejo y encanto natu­rales.
Fue una noche muy calurosa de julio.
En un cercano reloj acababan de sonar las dos horas.
Un ciego, en la calle, cantó así:

«Sea verdad o mentira
lo que los ciegos cantamos
no falta quien nos dé oídos
y afloje también los cuartos.»

Salieron al balcón los duques. Él sacó de su bolsillo del faldón derecho de su casaca una bolsa y hurgó en ella con dedos meticulosos.
-¿Por qué tardas tanto? -preguntó Cayetana.
-Busco un real de vellón.
La duquesa, con un golpe de abanico, lanzó la bolsa al aire derramando oro, plata y cobre sobre los guijos de la calzada. El ciego desapareció como alma que lleva el dia­blo. El duque envió al mayordomo a la calle para que se; cerciorase de si había quedado alguna moneda en tierra: ¡Por supuesto que no encontró ni una sola!
Entonces la risa de la duquesa rompió de forma estruendosa el silencio de la noche.

127. anonimo (madrid)

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