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jueves, 13 de septiembre de 2012

Doña aldonza

Un noble aragonés de alguna edad, llamado Jaime de Bo­lea, tenía a su cargo a una joven huérfana, doña Aldonza de Entenza, heredera de una inmensa fortuna. Su caballero era un guerrero que estaba haciendo la guerra en Nápoles, después de haber intervenido en la de España y en otras muchas empresas de armas, y esperaba volver pronto a Aragón para pedir al de Bolea la mano de doña Aldonza.
Jaime de Bolea, comprendiendo que no podía ser correspondido en el amor que profesaba a tan dulce criatura, se propuso que, al menos, ninguna otra persona pudiera disputársela. Y cuando Beren­guer de Azlor, que éste era el nombre del bizarro guerrero, regresó a su patria para casarse con doña Aldonza, el tutor le dijo que había un imposible que los separaba para siempre: porque estaba enamo­rado de su propia hermana.
Muchos sufrimientos y pesares tuvo que pasar el de Azlor al comprender su desgracia. Sobreponiéndose a las debilidades del corazón, dolorido en lo más hondo, determinó tomar el hábito de Santiago, con voto de castidad, y se fue a Montalbán, cuya enco­mienda obtuvo. Al poco tiempo murió allí de melancolía.
Doña Aldonza, desesperada igualmente por su desgracia, me­dio enloque-cida, se escapó de casa de su tutor y marchó a recorrer los alrededores de Montalbán, donde sabía que había muerto su fiel enamorado y por allí anduvo un sinfin de tiempo.
Un día, al abrir la iglesia, encontraron una mujer muerta, con señales de juventud bella y pasada, envuelta en harapos. El co­mendador existente a la sazón, que conocía bien la historia de aque­llos desgraciados amores de Berenguer y Aldonza, ordenó que fuese sepultada en el mismo panteón, al pie del cual la habían encontrado, y colocó una inscripción latina que decía:

JUSTO ES QUE REPOSEN JUNTOS
EN LA MUERTE
LOS QUE TANTO SE AMARON EN VIDA

0.013. anonimo (aragon)

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