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martes, 4 de septiembre de 2012

Dick wittington y su gato

Hace mucho tiempo, vivía en Inglaterra un mu­chacho llamado Dick Wittington. Sus padres murie­ron y no tenía más amigos que un gato negro. Le llamaba Martes, porque lo encontró un martes a la entrada del bosque, tan abandonado y tan ham­briento como él.
Dick vagó por los alrededores con su gato, pi­diendo trabajo. Por la noche, él y el gato dormían bajo cualquier mata o arbusto. El gato se hizo gran­de, tenía un rabo muy largo y hermosos ojos verdes.
Martes seguía a su amo a todas partes donde fuera, y éste se encontraba orgulloso de poseer el más bello gato de toda Inglaterra.
Un día, cuando se paró a beber agua en una fuente cercana a la carretera, pasó por allí un carre­tero, que se detuvo para dar de beber a sus caballos. Dick le preguntó adónde iba.
-A Londres -le contestó, donde las calles tie­nen pavimento de oro.
-¿Le gusta a usted Londres? -le preguntó el muchacho.
-Es la ciudad más bella del mundo. Está llena de hombres ricos, de hermosas damas y de grandes casas. Hay allí un río con magnífi-cos puentes y tien­das llenas de cosas exquisitas.
Dick, maravillado por todo aquello, le pidió que le condujera a tan hermosa ciudad. Éste aceptó y, tras largo viaje, llegaron a Londres.
Triste y hambriento, Dick, con el gato entre sus brazos, empezó a vagar por la ciudad, mirando exta­siado todas las cosas. Admiró las iglesias, los sun­tuosos palacios, los apuestos caballeros y todas las cosas que brillaban en los escaparates.
Empezó a pedir trabajo, pero todo fue en vano; a cualquier sitio donde iba le daban con la puerta en las narices. Al atardecer, oyó las campanas de la ciu­dad y se encariñó con su dulce sonido. Ya de noche, sin trabajo y sin un solo penique, se sentó a la puerta de un gran almacén, junto al muelle. Allí se dispuso a pasar la noche. Martes, el gato, olfateaba los alrededores, mientras Dick se quedaba dormido en el peldaño de la puerta. Explorando aquellos lu­gares, llegó a dar con un puesto de carnicería; robó un trozo de carne, volvió con ella a la puerta del al­macén, donde estaba su dueño, y allí la devoró ávi­damente, relamiéndose luego y sintiéndose muy con­fortado. Después se coló en el almacén, cazó una gran rata y volvió con ella al lado de Dick. Éste se­guía durmiendo. Martes dejó la rata junto al pel­daño donde la pudiera ver en cuanto se despertara y se echó a dormir junto a su amo.
A la mañana siguiente, un comerciante propieta­rio del almacén se encontró a un chiquillo sucio y harapiento dormido en la puerta. A su lado, un gato negro dormía también.
El hombre, a quien le gustaban mucho los niños y los gatos, dando unos golpecitos al muchacho, le preguntó:
-¿Qué haces aquí?
El gato abrió sus grandes ojos verdes y Dick se despertó también, sobresaltado.
-Buenos días, señor -contestó, tímidamente.
Viendo donde se encontraba, -añadió: ¿Es suyo este almacén?
El hombre asintió y le preguntó qué hacía allí y de dónde venía. Dick le contó su triste historia y le dijo que no podía encontrar trabajo por ningún sitio.
-¿Te gustaría trabajar en este almacén? -inqui­rió el hombre. Tengo trabajo para un chico y para un gato que sea buen cazador de ratones, y éste lo es, por lo que veo -dijo, señalando a la rata.
Dick pasó a servir al comerciante y le prometió trabajar siete años con él. Durante mucho tiempo, se sintió feliz con su empleo, y Martes también, ca­zando las ratas del almacén.
Dick comía en la cocina de su amo y pasaba la nochie en un rincón. Por las mañanas se lavaba en el río, que corría junto a éste.
A pesar de la compañía del gato, Dick se encon­traba solo. Cuando la primavera llegó, se sintió atraído por su antigua vida campestre.
Una noche no pudo resistirlo más, y, olvidando su promesa, cogió a Martes en sus brazos y abandonó el almacén. A media noche corrió por las oscuras callejuelas, hasta que llegó al campo, fuera de la ciu­dad. Al amanecer, se tumbó sobre la hierba suave y húmeda de la colina de Highgate y aspiró con toda la fuerza de sus pulmones el aire puro del campo, mientras Martes corría y saltaba sobre el césped.
De pronto, se oyeron las campanas de Londres. Un suave viente-cillo traía a Dick su dulce y lejano sonido. Se acordó de la promesa que había hecho a su amo, de trabajar siete años con él y le pareció que las campanas le decían: «¡Vuelve, Dick! ¡Vuelve, Lord Mayor de Londres!». El gato se colocó sobre sus rodillas y le miró fijo con sus grandes ojos ver­des, como reprochándole el haber abandonado su tarea cotidiana.
De nuevo oyó las campanas de la ciudad. No pudo resistir a su llamada; se levantó y se encaminó hacia Londres, seguido por su gato. Llegó al alma­cén antes que su amo, por lo que no fue notada su au­sencia, y se puso a trabajar. Por su parte, el gato siguió su acostumbrada caza de ratones.
Un día, el amo le dijo a Dick:
-¿Te gustaría conocer mundo?
A lo que Dick contestó:
-Es mi gran ilusión.
-Muy bien. Me has servido fiel y honradamente durante un año. Tengo un barco, el Unicorn, que parte para las Indias la próxima semana. ¿Te gusta­ría ir en él como grumete?
-Encantado, señor; pero ¿y mi gato?
-Llévalo contigo; el barco tiene muchas ratas y podrá hacer un buen papel.
Al amanecer zarpó el Unicorn, dejando tras sí al Támesis y la ciudad de Londres.
Dick trabajó en el barco, mientras su gato cazaba, infatigable, todos los ratones que podía.
Al fin, el barco llegó a una isla gobernada por un cacique negro. Los marineros echaron anclas, y al día siguiente el capitán bajó a tierra para tratar con el cacique, poseedor de grandes tesoros en oro y pie­dras preciosas.
A su vuelta, el capitán contó que no había visto en su vida mayor cantidad de ratas. El cacique se veía obligado a tener criados ocupados en ahuyentarle los roedores. Dick dudó un momento y dijo al ca­pitán:
-Señor, ¿me permitís bajar a tierra? Quizá pue­der ser útil en esta isla.
El capitán se lo permitió y Dick metió a su gato en un saco y descendió del barco.
Encontró al Rey de la isla tumbado sobre una cama, bajo un dosel escarlata y oro. Cinco esclavos negros le daban aire con un abanico de plumas de pavo real e impedían que las ratas y ratones le mo­lestaran. Pero, a pesar de esto, una rata, de un salto, se plantó en el hombro del cacique y le dio un pe­llizco en la nariz. Enfurecido, y con la mano en la parte dolorida, se quedó mirando fijo a Dick y le preguntó qué deseaba.
Dick le aseguró que en su saco llevaba la solución para su desgracia. El Rey, deseoso de conocer lo que traía, ordenó que lo vaciara. Entonces Dick libertó al gato, que salió corriendo tras las ratas que inva­dían la habitación. El cacique aplaudía, lleno de alegría, y deseó comprar el gato; pero Dick se negó.
-No, no lo venderé; pero podría prestároslo por un año, y estoy seguro de que dejaría la isla libre de ratas y ratones.
Así se hizo, y Dick recibió como recompensa por este alquiler 50 sacos de perlas, oro y piedras pre­ciosas.
Dick, alegre y entristecido a la vez por separarse de Martes, se despidió y volvió al barco.
Cuando el Unicorn llegó a Londres, el amo de Dick se llenó de alegría al conocer la gran fortuna que éste traía; Dick quiso darle la mitad; pero él no aceptó.
Lo llevó a su casa, lo atendió, le compró magnífi­cos trajes y Dick se convirtió en un joven elegante y hermoso. Pronto se enamoró de Alicia, la hija de su amo.
Dick y el mercader se hicieron socios, sus nego­cios aumentaron mucho y entre ambos ganaron una gran fortuna.
Al año siguiente, cuando volvió el Unicorn de las Indias, trajo a Martes, que, por sus buenos servicios, había recibido como premio veinte toneles de oro y piedras preciosas.
Dick se alegró mucho de volver a verle, y de nuevo jugó con él y le acarició, como en otros tiempos.
Pronto llegó Dick a ser el mercader más acauda­lado de la ciudad de Londres. Casó con Alicia, la bella hija de su antiguo amo, y fueron muy felices.
Por tres veces sucesivas fue nombrado Lord Ma­yor de Londres, gozando en esta ciudad del mayor afecto y estimación de las gentes.
Cuando Martes llegó a viejo, y no pudo seguir ca­zando ratones, Dick y Alicia le servían deliciosos manjares en vajilla de, oro, y durante el resto de su vida gozó de todas las comodidades de la casa del Lord Mayor de Londres.

039. anonimo (inglaterra)

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