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miércoles, 29 de agosto de 2012

No figueiral, figueiredo...

En Galicia dejó perpetua memoria el tributo de las cien doncellas.
El famoso rey Mauregato había convenido con el Cali­fa de Córdoba entregarle cada año cien doncellas cristia­nas, de las más nobles y honradas familias de sus reinos de Galicia y Asturias, para su harén y los de los grandes seño­res de Al-Andalus. Los gallegos, lo mismo infanzones que villanos, estaban poseídos de indignada rabia por pacto tan vergonzoso. Se negaban a entregar a sus hijas y hermanas, las defendían de las gentes del rey y de los sarracenos, y las doncellas, al ser conducidas, iban deshechas en llanto, mesándose los cabellos, arañándose sus bellos rostros, desfigurándose para aparecer feas a los ojos de los enemi­gos de su tierra.
Las gentes del rey conseguían siempre, por la fuerza, sacarlas de sus casas y conducirlas a una torre solitaria, que por ello recibió el nombre de Peito Burdelo, a la cual venían a buscarlas los enviados del Califa acompañados de muchos infieles armados hasta los dientes. Las donce­llas, conforme iban siendo conducidas, esperaban allí has­ta que llegasen los moros.
Aconteció en una ocasión que cinco hermanos galle­gos, infanzones pobres, se hallaban en un campo al pie de la torre donde se guardaban las doncellas, en el cual crecían numerosas higueras. Había en la torre siete donce­llas y una numerosa tropa de moros que las estaba custo­diando.
Conmovidos los cinco hermanos al oír los lamentos de las deses-peradas doncellas, ardían en deseos de libertarlas; pero corno no tenían armas, no se atrevían a acometer.
Mas habiendo llegado al límite de su paciencia ante el vergonzoso y doloroso espectáculo, el mayor de los her­manos propuso que, puesto que no tenían otro medio, se armasen con ramas de higueras y con ellas hiciesen frente a los guardadores de aquellas pobres desdichadas.
Así lo hicieron. Arrancando ramas de higuera, los cin­co hermanos se arrojaron sobre los moros y combatieron con tanto valor y denuedo, que hicieron en ellos gran matanza,, siendo muy pocos los mahombtanos que pudie­ron escapar, derrotados y maltrechos.
Los arriesgados vencedores, después de poner en liber­tad a las doncellas, celebraron su triunfo entonando un canto heroico que se hizo célebre:

No figueiral, figuereido,
no figueiral entrei;
sete doncelas topara,
sete doncelas topei;
chorando as achara,
chorando as achei...

En memoria del hecho, los infanzones escogieron por armas CINCO HOJAS DE HIGUERA PUESTAS EN SOTUER, y desde entonces fueron conocidos por el sobrenombre de Figueroa, y tal fue su apellido e ilustre el linaje que en adelante lo llevó.

105 anonimo (galicia)

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