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jueves, 16 de agosto de 2012

Los pequeños traviesos solitarios

La figura del duende ha sido representada universalmente; en la Puna, recibió el nombre de dobente. Este personaje se constituyó a partir de una doble valoración: se creía en él tanto como se lo temia.
Los duendes siempre se caracterizaron por su andar continuo e inquieto entre los solitarios territorios de los campos. En las diferentes recreaciones populares se los ha reconocido por su breve tamaño y su capacidad de inmiscuirse mediante travesuras en las vidas de hombres, niños y doncellas.
El dobente en su versión del altiplano tenía 50 centímetros de altura y vagaba desnudo exhibiendo sus particulares manos: una de hierro y otra de lana. Esta fisonomía combinaba el cuerpo humano con un componente de metal vinculado directamente con los españoles. Su gran sombrero de ala ancha era capaz de ocultarlo totalmente ante los ojos de quien lo observara desde lo alto.
Se lo ha reconocido por sus buenas hazañas y temido por sus malas acciones, y sin embargo estas valoraciones no lo definen, ya que la travesura constante de su ingenio era la esencia de su naturaleza.
En la provincia de Jujuy se ocultaba tras las solitarias rocas de las áridas alturas o elegía las oscuras profundidades de las fuentes de aguas naturales. Los descubiertos terrenos de la llanura no podían albergarlo, y en las regiones selváticas se lo llegó a conocer poco.
Según las creencias que han sido transmitidas y recreadas de generación en generación, el consejo para evitar ser víctima ocasional de su travieso genio y mantenerlo alejado, consiste en llevar o bien un rosario, o bien un lazo. El más atrevido de los más bravos duendes no hubiese dudado en continuar su inquieto andar por los campos y los cerros, antes de osar a acercarse al portador.
Desde las lejanas soledades se los ha confundido con cantares melan-cólicos y tristes guitarras.

032. anonimo (diaguita)

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