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viernes, 24 de agosto de 2012

Los hijos del tatú

El viudo tatú llamó a sus dos hijos varones y a su pequeña niña para invitarlos al monte a buscar miel. El padre cargó un hacha para partir los panales. Lejos de su casa encontraron varias colmenas y se alimentaron de aquel delicioso manjar. Más tarde, los hijos se alejaron y la niña observó una rubiecita [1] Le avisó al tatú y este levantó el hacha y quebró el panal. Les indicó a sus hijos que disfrutaran de la miel y que después de acabar, lo llamasen. Antes de partir, les señaló la dirección que él tomaría.
Una vez saboreada la miel, los hijos se encaminaron. Se alternaron para llevar en brazos a la niña y llamaron incansablemente al padre, pero no pudieron encontrarlo. Continuaron caminando sin rumbo. Uno de los hermanos le preguntó al otro acerca de lo que debía hacer con el hacha. Le contestó que la cargarían y siguieron llamando sin obtener ninguna respuesta.
Atravesaron todo el monte. Durante un tramo del camino la niña vio una palomita colorada y le pidió a su hermano mayor que la atrapase. Así fue que se agachó y comenzó a acercarse lentamente hacia ella. A punto de tirarle con la onda, el ave le chistó y le pidió que no la lastimase porque le traía un mensaje. El niño se detuvo y todos escucharon atentamente: les indicó que debían continuar en la misma dirección pero tenían que prestar atención cuando se encontraran con una anciana grande y fuerte. Les advirtió que la mujer se alegraría al imaginar que se los comería asados, pero si ellos hacían lo que les explicaba no tendrían problema alguno.
Cuando llegaran al patio, ella echaría leña al fuego y les pediría que soplaran para avivarlo: no debían hacerlo, la madera igual ardería con rapidez. Llegado ese momento, arrojarían a la anciana a la fogata para evitar que les hiciera daño.
Así fue como se desarrolló el encuentro con la mujer, que terminó en las brasas.
La paloma continuó con el mensaje: les explicó que en uno de los senos de la señora habitaban unas pequeñas víboras que permanecerían con vida aun después de la fogata: tenían que matarlas para sobrevivir. Les aclaró que en el otro seno había unos perros diminutos, que debían cuidarlos y que crecerían muy rápido. La anciana era un ser espiritual con apariencia de humano.
Cuando ella murió, le seccionaron un seno, del cual salieron víboras que los niños fueron matando una a una. Algunas se escaparon, pero no los lastimaron. Después, le cortaron el otro y observaron dos pequeños perros. La niña levantó uno expresando el deseo de ser su dueña. Los niños tomaron el segundo y juntos avanzaron por el camino que les había indicado la paloma, para buscar a su padre. Entretanto, los cachorros fueron creciendo hasta que el de la niña pudo cargarla en su lomo y continuar la marcha. Atravesaron el monte y alcanzaron el campo.

056. anonimo (toba)



[1] Rubiecita se denomina comúnmente al panal de avispas amarillas.

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