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sábado, 25 de agosto de 2012

La leyenda del nuberu

¿No conocéis al Nuberu?
Pues en Asturias es un personaje de lo más popular.
Es como ser entre dios y genio.
O sease, hombre sobrenatural que dirige las nubes y descarga las tormen-tas donde le parece con grave riesgo de las cosechas y de los frutos.
Por eso los labradores asturianos, cuando le ven venir montado en su nube, lanzan las campanas al vuelo y lo exorcizan de mil maneras distintas; porque el Nuberu no es cristiano.
Algunos cristianos le buscan un parentesco con el viejo Wotan de los teutones. Pero los asturianos dicen que vive en tierras de Egipto y que...
Pero por si a alguno le interesa lo que dicen los asturia­nos, vamos a referir su leyenda.
El Nuberu vive muy lejos, lejísimos, en Egipto, en lo más alto de una abrupta y escarpada montaña y también por encima de ella, naturalmente. Allí, cuando baja de sus nubes, tiene un magnífico palacio que comparte con su esposa y sus hijos. Todos los días, el Nuberu inicia su via­je en una nube, claro. Su verdadero nombre es Juan Cabri­to; es muy alto y muy feo. Viste pieles sobre el cuerpo y se toca con un viejo sombrerón de anchas alas. Su fuerza es hercú-lea, colosal.

Cierto día, como tantos otros, el Nuberu se vino para Asturias a lanzar sus tormentas. Era por Meguyines, en el puerto Sueve, y cuando le vieron venir se asustaron mucho y acudieron al señor cura. Éste, que era un santo varón, se encaró con el Nuberu y, después de tocar un rato la cam­paná, le dijo a grandes voces:
-¡¡DESCÁRGALO AQUÍ!!
Y puso su zapato en medio de una huerta que era ni más ni menos que la suya propia.
¡Y hubo que ver cómo se puso de granizo la huerta del señor cura!
Al Nuberu le hizo mucha gracia aquella salida y tanta risa le dio, que, se le escapó la nube y se le hizo de noche en Asturias. Entonces pidió hospitalidad en casa de un labrador quien, sin saber por supuesto con quién se la jugaba, se la negó. Un poco más allá llamó a otra puerta. Era un labrador joven pero pobre, y cordialmente le dio entrada en su casa. A la mañana siguiente, cuando ya se iba a marchar, el Nuberu le dio las gracias por su afectuo­sa y amable acogida, y le dijo:            

Si vas a tierra de Egipto
pregunta por Juan Cabrito.

Y desapareció.
Se dio el caso de que poco tiempo después llamó el rey a los cristianos para que fuesen a defender al Santo Sepul­cro en Palestina.
Y allá fue nuestro labrador.
Tuvo la mala fortuna de caer prisionero y, después de mil y una peripecias, fue a dar con sus huesos en Egipto.
Entonces se acordó de su huésped de aqtrel día, de aquella noche para ser más exactos y concretos, y pregun­tó sencillamente por el don Juan Cabrito. Muy extrañados quedaron todos al ver que conocía a tan alto y poderoso señor y le indicaron su morada en lo alto del monte.
El asturiano subió pacientemente la montaña y alcanzó las puer-tas del castillo. Preguntó por el amo y su mujer salió a decirle que no estaba en casa; pero que no tardaría en llegar y que esperase. A poco aparecieron por allí los hijos de Nuberu y dijeron a su proge-nitora:
-Madre, a cristianazu nos huele!
-Callad, hijos. Se trata de un asturiano muy amigo de vuestro padre que le está esperando.
Por fin llegó el Nuberu y tuvo lana gran alegría al encontrarse con el labrador que aquella noche no muy lejana le diese cobijo en su hogar.
-¡Hombre -exclamó, casualmente vengo de tu pueblo! Pero no te apures que tus tierras están bien, muy bien. Yo me encargo de, regarlas suavemente y te estás haciendo muy rico. No así tu vecino; a ése le echo pie­dras y el hombre no levanta cabeza. No me olvido jamás del que me hace bien, pero tampoco del que me hace mal.
-¿Y qué novedades hay por mi pueblo? -preguntó, con vivo interés, el asturiano.
-Pues ciertamente importantes para ti. Todos te supo­nen muerto y, como estás haciéndote tan rico, creo que hay varios que cortejan a tu mujer y no sé si la convencerán. No puedo darte excesivos detalles porque, en cuanto me ven llegar, se las ingenian con las mil y una artimañas para echarme y dispongo de poco tiempo para poder escuchar conversaciones. Pero piensa en lo que te he dicho respecto de tu mujer porque las cosas, más o menos, van por ese camino.
El joven labrador, obviamente, se disgustó muchísi­mo por aquella noticia. Entonces el Nuberu le prometió que al día siguiente le llevaría a su pueblo en una nube antes de que su esposa tomara la decisión de casarse de nuevo.
Y así fue. El labriego llegó a su casa y fue recibido por su mujer con los brazos abiertos encontrándose con un saneado patrimonio. Que aún fue a más, pues el Nuberu agradecido, no dejó de regarle las tierras suavemente.

100. anonimo (asturias)


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